En acequias de piedra al descubierto, en Bogotá, se transportaba el agua desde ríos como el Arzobispo, el Fucha y el Tunjuelo hasta las plazas centrales en donde se reunía la gente a recolectar el líquido, sin tratamiento. Allí recibía el servicio de los aguateros locales: expertos ‘profesionales’ que lo envasaban en cántaros de barro, para luego cargarlos en burros. Al mismo tiempo, cuando caía la noche, los comerciantes tenían que costear farolas de sebo para iluminar la calle, las cuales venían con vigilante –el sereno– incluido. En la ciudad la única forma de deshacerse de las aguas residuales era verterlas alrededor de las casas, en donde se pudría y generaba terribles epidemias. Esas tres escenas, descritas en el estudio ‘Una visión histórica de los servicios públicos en Colombia’, publicado por la Universidad Distrital en 2011, ilustran la Bogotá de la primera mitad del siglo XIX: una metrópoli que no contaba con servicios públicos domiciliarios. Pero ese extravagante panorama ya es cosa del pasado. Alrededor de 1880 empezaron a construirse tanto el acueducto metálico como el primer vertedero subterráneo de aguas y el sistema de alumbrado público a gas. “Sin ellos no se podría imaginar ni sería viable la que hoy es una ciudad de más de 7 millones de habitantes”, explica Jorge Pérez, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Santo Tomás, de Medellín. Es que, para el arquitecto, la historia de las ciudades ha estado unida al agua y a las condiciones de seguridad y protección contra la inclemencia de la naturaleza y, en el caso de los entornos rurales de la urbe, ella está atada a la accesibilidad a cuerpos de agua como ríos, quebradas, lagunas y humedales. “Posteriormente –señala–, cuando se da el proceso de la Revolución Industrial y la transformación de las dinámicas de consumo doméstico, dicha historia se vincula con el desarrollo tecnológico de los servicios públicos para garantizar condiciones de salubridad, higiene y comunicación con el mundo”. Lea también: De velas a parques solares: la evolución de la energía en Colombia La expansión de los servicios públicos no solo es condición fundamental para la existencia de las ciudades. También cambia la forma de habitarlas. Para el profesor Gustavo Arteaga Botero, investigador en arquitectura de la Universidad Javeriana de Cali, una prueba de ello se encuentra en los estratos que dividen las urbes colombianas. El académico lo argumenta a través de la capital del Valle del Cauca: en los años sesenta y setenta empezaron a llegar migraciones del norte del Cauca y de la costa Pacífica a causa de la violencia, y en los barrios informales donde se asentaron no contaban con acceso a electricidad, alcantarillado o saneamiento básico. “Ahí es donde surge la fórmula de la estratificación: una estrategia para entender el perfil de la población y poder llegar a estos barrios con políticas públicas y, en especial, con los servicios”, manifiesta Arteaga Botero. Para él, sin embargo, estos estratos terminaron creando “fronteras urbanas y barreras invisibles” que desfiguran el rostro de todas las ciudades del país. A pesar de esta consecuencia imprevista –según el profesor Arteaga–, la llegada de la cobertura generó un importante sentido de pertenencia en la población. Es el caso del alumbrado público. En los andenes con iluminación las personas caminan con una sensación de seguridad porque pueden observar lo que ocurre a mayor distancia. Este sentimiento genera un adecuado uso del espacio público y hace florecer el comercio. “Cuando empieza a llegar el acueducto, el alcantarillado y el transporte a una comunidad informal es algo trascendental. La gente empieza a sentirse parte de la ciudad y a cuidar más su entorno”, asegura Arteaga. Aunque el futuro de la ciudad no está escrito, cada vez más personas forman parte de ella. Según el Banco Mundial, más de 4.000 millones de habitantes en el mundo –es decir, más del 50 por ciento de la población– viven en ciudades. “Para 2045 la población urbana mundial aumentará en 1,5 veces hasta llegar a 6.000 millones de personas. Los líderes urbanos deben actuar con rapidez para planificar el crecimiento y proporcionar servicios básicos”, concluye la organización internacional en sus investigaciones sobre desarrollo urbano.