A nadie asombra que una voz impersonal y levemente robotizada le anuncie al conductor de un carro que en 300 metros debe girar a la izquierda. Para llegar a este alienante mundo de Waze, Google Maps y demás aplicaciones que permiten que millones de conductores en el mundo puedan saber si hay un atasco o un accidente en su ruta, tuvieron que pasar muchos siglos. Antes de las apps y de los complejos artilugios, la principal herramienta de referencia con la que contaba el hombre era la bóveda celeste. Observar por dónde sale y se pone el sol es una referencia muy antigua que aún utilizamos hoy para ubicar el oriente y el occidente. A la atenta observación solar se fue añadiendo poco a poco la de la Luna y la de otras estrellas. Lea también: ¿Quiere un auto? ¿Busca una moto? Cómprelos con un clic en Mercado Libre Luego apareció la brújula, que fue el primer instrumento de orientación que permite saber en qué dirección se avanzaba. La inventaron los chinos en el siglo XII, aunque los vikingos, un par de siglos antes, ya disponían de herramientas similares con las que podían entender hacia dónde viajaban. Los marineros que se aventuraban en alta mar en años remotos se basaban en el sol y los astros para medir la latitud. La estrella polar era la referencia obligada. Esta se mantiene fija en la bóveda celeste porque se encuentra sobre el eje de rotación de la Tierra. Es decir, en el movimiento aparente de la bóveda celeste la polar es el centro y las demás estrellas giran a su alrededor a lo largo de la noche. A medida que se avanza hacia el norte esta se eleva más y más. Entonces, basta con medir el ángulo de la polar con respecto al horizonte para conocer la latitud. Diversos instrumentos como el astrolabio, la ballestilla, el octante y el sextante, permitieron hacer dichas mediciones. Sin embargo, para determinar la longitud fue necesario contar con una referencia muy precisa de la hora, ya que a medida que se avanza hacia el oeste las estrellas aparecen más tarde en el horizonte. Esto se logró con la invención del cronómetro, que fue perfeccionado en el siglo XIX, y debe estar a la hora de un meridiano de referencia, como lo es el del Observatorio Real de Greenwich. En el siglo XVIII los cronómetros eran instrumentos mecánicos de gran tamaño, muy complejos, suspendidos en estructuras que amortiguaban el vaivén del barco producido por las olas. La navegación por mar, y aun la aérea, utilizó la brújula, el sextante y la carta de navegación hasta bien entrado el siglo XX, aunque también comenzaron a desarrollarse radioayudas cada vez más precisas, así como el radar. Estos inventos, tan determinantes en los avances de la actividad naviera y de la aviación, de poco o nada les sirven a los automovilistas que, si acaso, pueden valerse de una brújula para saber cuál es la dirección correcta cuando se han perdido en una carretera desconocida. También le puede interesar: ¿Waze realmente ahorra tiempo? Para ellos, los ciclistas y los caminantes, resultó de gran ayuda la aparición del sistema de geoposicionamiento global, conocido como GPS. Alrededor de la Tierra giran 24 satélites operativos destinados a brindarles esta información a los usuarios. Un dispositivo cualquiera (un teléfono móvil, por ejemplo) requiere de los datos provenientes de al menos tres de ellos para determinar la ubicación geográfica y la altitud sobre el nivel del mar. Los primeros GPS indicaban la latitud y la longitud en grados, minutos y segundos. Luego incorporaron mapas cada vez más precisos y, simultáneamente, comenzaron a ser parte del arsenal de herramientas básicas de cualquier celular. Hoy no es necesario que usted observe con atención la bóveda celeste, o que compre una brújula, o sea especialista en cartas de navegación, en su teléfono inteligente contará con aplicaciones como Waze y Google Maps que le indicarán qué calle debería elegir, que avenida debería evitar y sabrá cuánto tiempo podría tardar su recorrido. Pero cuando la batería de su dispositivo se acabe, y cuando no sepa qué dirección tomar, recuerde lo que leyó en este artículo y agradezca que no está en alta mar, perdido y sin astrolabio. *Periodista.