El caballo, con su fuerza, rapidez y dureza, es uno de los grandes íconos de la identidad estadounidense. Símbolo de la libertad, del individualismo y del querer llegar “más allá”, este animal ha sido el protagonista de muchos de los mitos del país, sobre todo en los westerns de Hollywood. Intentando captar esa esencia, la Ford Motor Company estrenó el famoso Mustang en 1964 y eligió como nombre y logo el caballo salvaje de las grandes llanuras del oeste. Sin saberlo, sus creadores inspiraron una línea de coches que quizá sea la más representativa de la esencia ‘americana’: el pony car. Le recomendamos: Los carros de Inglaterra son tan buenos como la música de The Beatles. Con el fin de aprovechar el mercado emergente de jóvenes conductores de la década de los sesenta, la Ford convocó una competición dentro de la empresa para diseñar un coche deportivo pero ligero, económico pero personalizable y que fuera igual de atractivo para hombres y mujeres. El diseño que ganó la competición fue el Mustang. Con su capó alargado, el maletero corto y aquellas líneas elegantes, el nuevo modelo provocó un gran revuelo en la compañía. La primera generación de Mustang salió al mercado en abril de 1964 y el modelo básico costaba 2.368 dólares de la época. Su éxito en el mercado fue inmediato. Hubo 22.000 pedidos en el primer día y Ford logró vender mas de un millón en solo año y medio. Lea también: Los carros de hoy, que serán de colección en el futuro Así se inauguró la época del pony car, inspirada por el caballo emblemático en la rejilla del Mustang. Estos autos eran una evocación de la potencia y la libertad. Casi todos los fabricantes del sector lanzaron su propia versión entre 1967 y 1970. Al igual que la creación de Ford, el Chevrolet Camaro y el Dodge Challenger se ofrecieron con muchas opciones personalizables y motores potentes. Cada compañía creó campañas publicitarias dirigidas a una audiencia joven, en ellas los pony cars eran el sex appeal convertido en máquina. La popularidad de estos coches tan estadounidenses se extendió a través del cine de Hollywood. El celuloide reflejaba su esencia en las películas más impactantes de la época. Justo después de su llegada al mercado, el Mustang salió en Goldfinger (1964), la tercera película de la saga de James Bond. Era el adversario ‘americano’ del británico Aston Martin que conducía el impecable agente 007. Así empezó la larga carrera del pony car como protagonista en las escenas de acción. Quizá la más famosa sea la larga persecución por San Francisco en el filme Bullit (1968), con el Mustang Fastback del icónico Steve McQueen.
La esencia americana Estos autos se convirtieron en los nuevos caballos de Hollywood, en las bestias salvajes del western moderno. A principios de este siglo una oleada de películas provocó un nuevo interés en ellos, dándoles una segunda vida a algunos ejemplares clásicos e introduciendo los modelos de última generación, los pony del nuevo milenio. Protagonizados por máquinas de alto rendimiento y reconocidas estrellas de la industria cinematográfica, los nuevos filmes han marcado otra gran era para la cultura automovilística estadounidense. El motor de Eleanor, un Mustang GT 500 y quizás el más famoso del celuloide, rugió en 2000 junto con Nicolas Cage en 60 segundos, un remake de la versión original de 1974. Un año después se estrenó la saga de Rápidos y furiosos, que captó el boom de las carreras callejeras y cambió para siempre el alcance de la cultura automovilística underground estadounidense. Compartiendo la pantalla con coches japoneses, alemanes y exóticos italianos, los pony cars, clásicos y modernos, marcan una nueva década. Se ve claramente ese linaje en el taquillazo Transformers (2007), cuando el autobot Bumblebee, con su forma de Camaro Z28 de 1977, se transforma en un Concept de última generación –que aún no se había estrenado–, anunciando el renacimiento del famoso pony de Chevrolet. Y en Drive (2011), que se puede considerar como un western moderno, el estoico Ryan Gosling, heredero del legado de McQueen, utiliza un Mustang GT 5.0 en la escena de persecución más emocionante de la película. Este conductor en fuga, fríamente eficiente, reservado y violento, representa al vaquero solitario del siglo XXI. En un país dominado por los automóviles, los pony cars captaron la esencia del espíritu estadounidense y reflejaron las virtudes establecidas en el mito del oeste: la independencia, la potencia y la bravura. Como los caballos en los westerns, los pony cars representan el deseo por llegar “más allá” y el modo de llegar hasta allí. *Ph.D. en Lengua de NYU, especialista en autos y cultura.