El 31 de octubre de 1899 llegó a Colombia el mayor propulsor de la economía nacional del siglo XX. Se trataba de un automóvil marca De Dion–Bouton, traído por el empresario minero Carlos Coriolano Amador, que recorrió las calles empedradas de Villa de La Candelaria, en Medellín, y abrió el camino a un nuevo desarrollo vial. Debido al auge de este invento, algunas de las ciudades colombianas construyeron más plazas, crearon más carreteras y dejaron las trochas en el olvido. Aquella máquina de cuatro ruedas, una novedad tecnológica mundial, aun hoy, 120 años después, participa en algunas competencias mundiales como la Regent Street Concours D’Elegance o como la London to Brighton Veteran Car Run. Amador entusiasmó a otros ciudadanos a seguir su ejemplo. El segundo que rodó en Colombia fue un Cadillac comprado por los hermanos Duperly. El carro recorrió las calles de Bogotá en 1903, un año después de fundada la empresa madre, General Motors. Fue todo un suceso: incluyó un desfile y una fiesta por la Avenida Colón. Lea también: Los números positivos de la industria aumotoriz en Colombia Después de la ‘presentación en sociedad’, los Duperly se dieron cuenta de que esta industria podría tener un gran desarrollo nacional y le solicitaron a Cadillac ser sus representantes en el país. Ellos crearon la primera agencia automotriz de Colombia. Tuvo tanto éxito que en 1905 importaron un auto y se lo prestaron al presidente Rafael Reyes Prieto para un desfile en Bogotá. Ese mismo año, Diego A. de Castro, gobernador del Atlántico, importó para su uso particular el primer carro marca Reo que llegaría a Barranquilla. Y causó sensación, pero también miedo. Ver aquel aparato extraño que se movía a una velocidad increíble fue una insólita novedad: los animales huían, la gente lo consideraba un invento del diablo y protestaba por el revuelo que armaba. Al año siguiente, esta vez en Bogotá, el presidente Reyes sufrió un atentado y esto lo motivó a importar, por seguridad, el primer automóvil presidencial de Colombia. El mandatario, exembajador en Francia, se había familiarizado con la nueva industria automotriz de ese país. Meses después llegó un Charron, Girardot et Voigt, un carro producido para reyes y emperadores que tenía un costo elevadísimo: cerca de 23.000 dólares. Lea también: Fuga inconclusa del Topolino blanco Desde entonces los automóviles se fueron abriendo paso por las trochas y caminos improvisados de las poblaciones del territorio. De una u otra forma se integraron a la economía del país y a su geografía; poco a poco se popularizó su venta y dejaron de ser objetos ‘exclusivos’. En los años veinte empezaron a crecer las agencias automotrices en Colombia, y en aquella época vendían más de 40 marcas de carros. Pero poco tiempo después, la suerte cambiaría. En la década de los treinta, ante la recesión económica mundial, desaparecería una gran cantidad de agentes y empresas del sector. Sin embargo, en ese decenio, durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo, el país quedaría interconectado al unir las vías aisladas de las regiones y pueblos y ciudades. En medio de la Segunda Guerra Mundial llegaron pocos autos y camiones al territorio nacional. Esa realidad cambiaría en los años cincuenta, cuando floreció la importación de automóviles, buses y camiones, debido a la prosperidad de la industria norteamericana y sus ‘tres grandes’: General Motors, Ford y Chrysler. También le puede interesar: Richard Hammond: “¡Los autos nunca se acabarán!” En esa década, el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, ante la escasez de divisas, pensó en fortalecer una industria de ensamblaje nacional. La idea se cristalizaría hacia principios de los sesenta, con la aparición del primer ensamblador y reconocido importador, Leonidas Lara e Hijos. Desde ese momento, el sector automotor comienza a consolidarse con Colmotores y, posteriormente, con Sofasa. La historia de finales de siglo y de comienzos de este, seguro sigue creciendo gracias a muchas marcas que aparecen en esta edición especial. *Autor del libro ‘Historias del automóvil en Colombia‘.