Por Manuel Villa*

Afortunados quienes, teniendo que aprender a vivir y trabajar en casa, pudimos darnos cuenta del privilegio que es tener una vivienda. Pero pensemos por un momento, ¿qué sentiría aquel ciudadano que escuchaba las voces oficiales decir “quédate en casa”, sin tener un techo dónde quedarse? Esa es la realidad de nuestro país: para unos la vivienda es sueño con olor a tragedia, mientras que, para otros, es realidad con cara de privilegio.

Esta contingencia nos obligó a reparar en lo obvio, y, que por obvio, nos era invisible. Eso que muchas veces damos por sentado: la vivienda es tan necesaria como la salud y la economía. Con optimismo vemos cómo dentro de las proyecciones de reactivación económica, el sector vivienda muestra dinámicas esperanzadoras: la venta de vivienda de interés social, por ejemplo, logró el mejor registro histórico mensual con un crecimiento del 42 por ciento en octubre, frente al mismo mes de 2019.

Y según la Cámara Colombiana de la Construcción, el próximo año el sector espera, con una inversión de 34,8 billones de pesos y un incremento del 4,1 por ciento, vender más de 195.000 unidades nuevas, 7,5 por ciento más que en 2020.

El panorama evidencia la necesidad y propicia la oportunidad de impulsar iniciativas que abran la puerta a la vivienda propia en Colombia, especialmente para aquellos que tienen menos ingresos, como un vehículo de empoderamiento y fortalecimiento de la clase media. En este orden de ideas, cabe destacar la voluntad del Gobierno y su apuesta por los 200.000 subsidios, pues, ante una demanda creciente, pero una disposición de recursos limitada, se buscan alternativas para responder a un reto e impulsar el desarrollo del sector como política de Estado decidida, con impacto social y económico.

Nuestro sueño debería ser que todos los colombianos pudieran acceder a una vivienda propia, pues, como se lo aprendí a Federico Gutiérrez, “tener casa no es mucha riqueza, pero no tenerla sí es mucha pobreza”. Y aunque para este propósito los subsidios siempre resultarán atractivos, estos deben ser vistos como una herramienta de promoción de la calidad social y no solo como una medida de asistencia de la condición social.

El subsidio puede permitir diferenciar la manera de acceder a una vivienda, pero no debería significar precariedad en su calidad, pues ella debe poder convertirse en un proyecto de vida para cualquier persona, independientemente del estrato social en el que se encuentre. No debe tratarse solamente de una infraestructura habitable, sino también agradable, donde la calidad no sea producto únicamente de sus estudios técnicos, sino también de su diseño, equipamiento y arquitectura. La verdadera vivienda, con calidad humana, y entendida como herramienta de construcción de tejido social dentro de la planificación de las ciudades, es la que combina los elementos de ingeniería, sostenibilidad y urbanismo para garantizar una vida digna a sus ocupantes.

*Abogado y docente.

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