Por Roberto Agudelo*
El covid-19 nos dio la oportunidad de reflexionar sobre la vida, de pasar más tiempo en familia y de darle un respiro al medioambiente. Cientos de personas dejaron de gastar horas en desplazarse hasta sus trabajos, y ese tiempo que ya no desperdician atrapadas en el tráfico les ha permitido ser más productivas y encontrar minutos extra para ejercitarse, almorzar con calma y compartir con los hijos. La pandemia generó cambios en la vida cotidiana y, en consecuencia, en los espacios que se habitan.
Hasta hace unos meses, la ubicación era el aspecto más relevante para una familia que buscaba una vivienda. Hoy, lo fundamental es adquirir el tamaño, tener un área más grande para instalar una oficina, disfrutar de una terraza al aire libre o contactarse con la naturaleza. Esta es una de las razones que explica la reactivación inmobiliaria en la sabana de Bogotá y el nororiente antioqueño, por ejemplo.
Mucha gente descubrió en la pandemia la vulnerabilidad del ser humano como especie y hoy prefiere gastar sus ahorros en comprar la casa de sus sueños, que invertir el dinero para ver luego frutos de un mañana cada vez más incierto. Otra está vendiendo su propiedad para viajar más liviana, sin la presión de unas cuotas hipotecarias. Las nuevas generaciones, por su parte, están redefiniendo el concepto de familia y eso conlleva cambios en el diseño de los proyectos de vivienda.
En cuanto al segmento corporativo, miles de comercios pequeños y medianos cerraron locales y potencializaron su presencia en internet. La pandemia los obligó a encontrar una alternativa para disminuir gastos operativos e incrementar las ventas. Los empresarios redujeron espacios de oficina y enviaron a los empleados de las áreas administrativas a trabajar desde casa. Y si bien este contexto aumenta la eficiencia y productividad, las noticias para los propietarios de este tipo de inmuebles no son alentadoras. Como en todo juego de oferta y demanda, hay ganadores y perdedores.
El sector constructor está aprovechando los programas de subsidios del Gobierno para mover sus inventarios y, de paso, desarrollar proyectos innovadores afines con las necesidades de los compradores de la pospandemia. Actualmente hay iniciativas con fuertes inyecciones de capital que están generando empleo directo, indirecto y oportunidades a otros integrantes de la cadena de producción. La crisis obligó a los constructores a innovar y eso es positivo para la competitividad del país y los compradores de finca raíz.
Un claro ejemplo es la velocidad con la que cambiaron las necesidades de vivienda nueva. Antes de la pandemia, una familia podía buscar un edificio con piscina, gimnasio, turco y jacuzzi. Hoy, esas áreas comunes son sinónimo de peligro. La innovación ya no es un lujo, es un requerimiento.
En el medio estamos los brokers y agencias inmobiliarias, gestionando transacciones a volúmenes nunca antes vistos y ofreciendo servicios basados en estrictos protocolos de bioseguridad. Hay desafíos que nos motivan y nuevos procesos que nos ayudan a ser mejores. La tecnología, por ejemplo, ha cumplido un rol preponderante: las presentaciones de los inmuebles se hacen ahora a través de realidad aumentada, formatos 360 grados, códigos QR o videos de alta calidad. Los compradores ya no inician su proceso recorriendo las calles para anotar los teléfonos de los avisos pegados en las ventanas: ahora lo hacen a través de Google o portales inmobiliarios como La Haus. La posventa o trámites de cierre se realizan de manera virtual, no bajo el yugo de agotadoras filas en bancos, notarías y entidades del Distrito. ¡Bendita pandemia!
*Gerente de Mubrick Inmobiliaria.
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