Por Francisca M. Rojas*

Poco tiempo después de haberse declarado el aislamiento preventivo en las ciudades de América Latina, Europa y Estados Unidos, aparecieron dos narrativas relacionadas: el covid-19 era más infeccioso en las urbes más densas y la gente más acomodada se escapó de esa densidad a sus segundas residencias en el campo. Poco después, los reportajes indicaron que las clases medias y altas siguieron ese éxodo, arrendando o comprando en los suburbios en busca de viviendas con más metros cuadrados que sus departamentos urbanos y con acceso al aire libre. Pandemias anteriores habían generado el mismo efecto. Como la autora Hilary Mantel ilustra en su trilogía de Thomas Cromwell –ambientado en Inglaterra durante la plaga del siglo XVI–, la corte de Enrique VIII huyó de Londres y pasó un largo periodo trasladándose de finca a finca intentando evitar el aire contaminado de la plaga.

Este traslado de la ciudad al campo por el virus, que si bien en los primeros meses de 2020 parecía ser algo temporal, se ha estado consolidando como tendencia para una población con los recursos y medios suficientes para trabajar a distancia. Sin embargo, a medida que ha evolucionado la crisis, esas observaciones iniciales sobre la relación entre la densidad y la pandemia, realizadas con base en la experiencia de grandes urbes como Nueva York, Madrid y Bogotá, han comenzado a ser refutadas por la evidencia.

Investigadores de Johns Hopkins analizaron las tasas de infección y muerte por covid-19 correspondientes a 900 distritos en las áreas metropolitanas de Estados Unidos, y concluyeron que no había relación entre la densidad y las tasas de infección. Incluso, encontraron que las áreas de baja densidad poblacional tenían índices de mortalidad más altos, atribuible a que las periferias no contaban con suficiente acceso a infraestructuras de salud. La distinción entre densidad y hacinamiento también es clave en este análisis.

La primera se mide con base en la población sobre la superficie de suelo. El segundo es el número de personas ubicadas en una vivienda, y en Colombia se considera que un hogar vive en condiciones de hacinamiento si hay más de tres personas por dormitorio. Según el Dane, el 11,7 por ciento de los hogares colombianos viven hacinados: un desafío preexistente que multiplicó las dificultades para controlar la pandemia, considerando que el virus se transmite en espacios cerrados, con mala ventilación y con aglomeración de personas.

Una evaluación reciente sobre muertes a causa de covid-19 realizada por la ONG Hábitat para la Humanidad, en México, concluyó: "Vivir en condición de hacinamiento está asociado, en promedio, con un aumento de 6,8 puntos en la probabilidad de muerte por covid-19″. Así mismo, el estudio encontró que solo la falta al acceso a los servicios de salud tiene un efecto más fuerte sobre la mortalidad que el hacinamiento.

Las políticas habitacionales deberían asegurar un acceso equitativo a los servicios de salud y mejorar las condiciones residenciales, enfocadas en el acceso a servicios básicos, la ventilación y el hacinamiento, en particular para los 113 millones de personas que viven en asentamientos informales en América Latina y el Caribe. Considerando los bajos índices de contagio en espacios exteriores, nuestras áreas metropolitanas deberían identificar y habilitar espacios públicos verdes para la recreación y el contacto con la naturaleza, beneficiando tanto la cohesión social y el desarrollo económico, como la salud física y mental. Estos espacios funcionan como infraestructura verde, mitigando el cambio climático, el otro desafío de esta época. La crisis sanitaria destaca el imperativo de mejorar las condiciones urbanas para la población que no tiene los recursos para un éxodo.

La historia indica que el regreso a la ciudad de las clases profesionales será inevitable. En Nueva York las firmas tecnológicas, cuyas innovaciones han habilitado el trabajo remoto, han adquirido más de 160.000 metros cuadrados para sus oficinas durante los meses de pandemia. Siguen apostando por los centros urbanos, valorando su diversidad y capacidad de generar una calidad superior de servicios sanitarios, educativos y culturales.

*Especialista Senior de Desarrollo Urbano y Vivienda del Banco Interamericano de Desarrollo

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