Colombia no es un país con una larga trayectoria de inversión de la banca, debido a las políticas públicas deliberadas y los ciclos económicos. En 1975, el Congreso aprobó una ley bastante particular, que impuso el marchitamiento de la banca extranjera y su transformación en banca colombiana, con la idea de que esa inversión no aportaba nada al desarrollo del sector nacional. Simultáneamente, dentro de los acuerdos del Pacto Andino, se delegó la posibilidad de expedir normas en esa materia. Al cabo de una década, la inversión de la banca extranjera desapareció y solo hasta 1990 se recuperó la posibilidad de que extranjeros invirtieran en Colombia.

En la actualidad, el capital foráneo en la banca colombiana representa el 29 por ciento de los activos del sector y comenzó a realizarse en la práctica tan solo a partir del año 2000. La adquisición colombiana de propiedad de bancos de Centroamérica es aún más reciente –menos de diez años– y alcanza el 27 por ciento de los activos bancarios de los respectivos países. Sorprende la importancia alcanzada, por ejemplo, en Panamá, donde se cuenta con un sistema bancario consolidado y una participación del 25 por ciento. También sobresalen El Salvador –con el 55 por ciento–, Costa Rica –con el 48 por ciento–, Nicaragua –con el 23 por ciento–, y Honduras y Guatemala –con el 17 por ciento–. Los principales inversores han sido Bancolombia, Banco de Bogotá y Davivienda.

En cuanto a la inversión de la banca colombiana en el exterior, que en el pasado se concentró esencialmente en Estados Unidos, la crisis financiera de principios de la década de los años ochenta fue devastadora debido a los créditos sindicados (préstamos que se dividen entre varios bancos por su tamaño) otorgados a naciones latinoamericanas que entraron en crisis. Como consecuencia, durante cerca de 25 años la banca colombiana quedó, en la práctica, aislada del exterior, lo cual generó el atraso tecnológico en su operación por la falta de competencia. Esta situación solo comenzó a subsanarse a comienzos de este siglo.

Lo del atraso tecnológico no es una frase de cajón. En 1990, casi ningún banco colombiano estaba sistematizado. Todas las cuentas bancarias se hacían a mano. Esto comenzó a cambiar hasta los años noventa y, de no haber sido así, el costo habría sido descomunal y hoy no nos estaríamos ufanando de la enorme capacidad que tiene el país al contar con más del 80 por ciento de la población adulta bancarizada, de estar presente en todos los municipios y de haber sido capaz, durante la pandemia del covid-19, de llevar subsidios del Gobierno a las poblaciones más pobres de la sociedad.

Diversificar el portafolio

Existen otras razones de peso para impulsar tanto la inversión extranjera en la banca en Colombia como de la banca colombiana en el exterior: debido al riesgo inherente al negocio crediticio, el crecimiento de la banca en un mismo país tiene enormes restricciones. Aquí, por ejemplo, está prohibido poseer más del 25 por ciento del mercado y las inversiones en el sector real se encuentran muy restringidas. Así que una forma de consolidarse, de diversificar el portafolio y de fortalecerse es invirtiendo en el exterior, al tiempo que se facilitan las relaciones financieras y comerciales con las naciones en donde se invierte, lo que genera, además, oportunidades de crecimiento económico.

Para Colombia, el caso de Centroamérica es muy interesante, pues su economía de alguna manera es complementaria a la nuestra y contribuye como elemento contracíclico frente a los cambios en los mercados externos. En la crisis de 2008, por ejemplo, a la banca española la salvaron sus inversiones en América Latina, en especial en Brasil y México. Durante la emergencia del coronavirus, a Colombia la ha ayudado la inversión en Centroamérica, debido a que sus países han tenido tasas de cambio menos volátiles que la colombiana.

*Expresidenta de la Asociación Bancaria y de Entidades Financieras de Colombia (Asobancaria)

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