Un día dejaremos de respirar, se detendrá el corazón y moriremos”, decía el profesor John Keating a un grupo de colegiales absortos en las miradas congeladas del mosaico de los exalumnos, que un día fueron jóvenes como ellos. “‘Carpe diem’. Aprovechen el día. Hagan de su vida algo extraordinario”, añadió en susurros. Para entonces, todos aquellos adolescentes estaban atrapados en la magia de un instante fugaz que se adhirió a sus memorias limpias y ansiosas, tal como se guardó en las nuestras al ver la escena. Hoy necesitamos recordarla más que nunca. Aquel profesor de poesía de métodos poco convencionales sí que entendía el poder de la enseñanza. Sí que sabía provocar, despertar el interés, que es la esencia de todo. La vida era muy distinta en aquel Estados Unidos de 1959 retratado en La sociedad de los poetas muertos, pero seis décadas más tarde los retos de maestros, alumnos y familias siguen girando sobre los mismos dilemas. Los métodos por fortuna han cambiado y también el respeto por las decisiones, los intereses y lo que podríamos llamar las libertades de esos seres en proceso de pulimento, aunque hallar el punto justo sea difícil. En estos días saturados de tareas y pendientes, hemos aprendido a estar sin estar. Exprimimos el día hasta la médula, pero sacrificamos en el camino lo extraordinario. Como en casi todas las cosas trascendentales de la vida, habría que intentar volver al inicio. Al elogio de la lentitud, a la protección de la intimidad, al disfrute de lo natural, al gusto por lo sencillo. A conversar de verdad, con los cinco sentidos puestos en el acto de escuchar y replicar, a pensar en vez de repetir, a actuar a veces por fuera de lo establecido. Tal vez el maestro Keating diría que hay que volver a la cueva, rescatar el valor de los rituales, hacer elevar el alma, sea cual sea la fuerza que la mueva. Con casi total certeza, él buscaría nuevas respuestas en la poesía, que ha tenido desde siempre el don de exorcizar los demonios. Seguramente releería a Walt Whitman y volvería a escribir en su pizarra aquel verso liberador y reivindicatorio: “Hago sonar mi bárbaro alarido sobre los techos del mundo”. *Directora de información internacional de Caracol televisión.