"La historia en Bogotá dice que las universidades afectan negativamente a los barrios, pero nosotros hemos demostrado lo contrario”: las palabras son de Agustín Morales, arquitecto y una de las mentes detrás del programa de conservación de patrimonio del Colegio de Estudios Superiores de Administración, (Cesa). La institución, que ocupa 15 casas estilo Tudor, de los años cuarenta y cincuenta, ganó el premio de arquitectura Gonzalo Jiménez de Quesada, de la Sociedad de Mejoras y Ornato, por sus contribuciones a Bogotá. Para ello fue esencial mantener la integridad estética y patrimonial de las casas, ubicadas en el barrio La Merced, mientras se usan con fines académicos: toda una tarea de dedicación, planeación y atención al detalle. “La decisión de la universidad fue mantenerlas con su valor arquitectónico, que para nosotros es fundamental porque hace parte de nuestra identidad. Pero logramos hacer intervenciones para que tengan la mayor tecnología posible y se acomoden a los nuevos usos”, señala el rector de la institución, Henry Bradford. Con lo anterior, Bradford se refiere a que, si bien hay ciertas limitaciones, cuentan con beneficios como “un ambiente cálido, que hace que las interacciones entre profesores, estudiantes y administrativos sea diferente”, impactando positivamente el proceso de aprendizaje. Al adecuarlas, garantizan su conservación. “Nada sacaríamos con mantenerlas exactamente iguales, ya que hoy nadie querría usarlas como viviendas”, agrega el arquitecto Morales. Esplendor original En ese orden de ideas, lo que hizo el Cesa fue un trabajo de restauración de fachadas, maderas y piedras para mantenerlas iguales, así como de algunos techos, pisos y muros que cumplían ciertas condiciones para ser simplemente retocados. Otros elementos, por su parte, fueron replicados para mantener fidelidad con el diseño original, mientras que algunos agregados de épocas más cercanas, como tejas de plástico o zinc, plantas y habitaciones adicionales, fueron eliminados para regresar los inmuebles a su esplendor original. Así mismo, varios muros que separaban casas o delimitaban habitaciones, cocinas, garajes y cuartos de servicio fueron modificados y adecuados para servir como aulas de clase, laboratorios con tecnología de punta, bibliotecas, salas multimedia o salas múltiples para eventos. Por ello, es posible encontrarse con salones enchapados en madera grabada y adornados con chimeneas o candelabros antiguos. Todos estos esfuerzos por preservar y honrar la historia se han conjugado con la inclusión de elementos de vanguardia. Entrar a un aula del Cesa es encontrarse con espacios flexibles: muros de vidrio, tableros en todas las paredes, pupitres modulares, ideales para clases magistrales o momentos de coworking, mesas híbridas de las que salen computadores cuando son necesarios, televisores de última generación, equipos de proyección, un gimnasio, un rodadero, terrazas modernas, muros verdes y hasta techos transparentes que aprovechan la luz y la ventilación natural. Es, en términos generales, un sincretismo entre lo nuevo y lo antiguo, para el que se hizo un cuidadoso trabajo camuflando cables y tubos entre muros y largueros que bien podrían parecer de los años cuarenta. Dicha disposición, a su vez, se sincroniza con el modelo educativo de la universidad, basado en el aprendizaje activo. “Buscamos generar espacios colaborativos que se acomoden a cualquier necesidad y donde el estudiante adquiera competencias distintas a las de las ciencias duras, como trabajo en equipo y comunicación”, explica el vicerrector académico, Juan Carlos Aponte. El Cesa se encuentra ahora en una etapa de reforzamiento estructural. “No se hace porque las casas estén débiles –advierte el arquitecto Morales–, de hecho, conservan un estado envidiable. Lo que pasa es que hay que acomodarlas a las nuevas normas de sismorresistencia. Al ser usadas con fines educativos, queremos tener todas las medidas de seguridad posibles”. Para ello se está usando un sistema poco invasivo de platinas adosadas a los muros. El plan, con el que ya se han reforzado tres casas, contempla una inversión superior a los 15.000 millones de pesos hasta 2022 y será aprovechado para actualizar la infraestructura tecnológica de las aulas con sistemas wireless y de proyección láser. El siguiente paso, concluye Bradford, es hacer obras de urbanismo en el barrio para que la comunidad también se identifique con la identidad del Cesa. “Queremos que, como nosotros, todos se sientan entrando a su propia casa”, dice.