En Colombia, como en varios países de América Latina, los centros educativos más prestigiosos están aglutinados en grandes ciudades y tienen presencia baja, o casi nula, en zonas rurales. Dependiendo de la región donde se termine el bachillerato, las prioridades para elegir una universidad varían. En las urbes capitales, el prestigio, la carrera, la infraestructura y el campus, quizá, sean variables determinantes. En algunas regiones –del sur del país, sobre todo– la prioridad es simplemente estudiar. De las 288 instituciones educativas registradas en el Ministerio de Educación (MEN), 52 –menos del 20 por ciento– se encuentran acreditadas con ‘alta calidad’ (la cifra llega a 82, si contamos las seccionales). Al analizar esta única variable, un estudiante que tiene libertad económica o el puntaje necesario para elegir dónde educarse tendría 22 opciones en Bogotá, 7 en Medellín, 7 en Cali y podría considerar también los Santanderes y el Atlántico. En contra de todo paradigma, Bogotá no es la primera opción. Los últimos datos que arrojó la encuesta de demografía y salud (ENDS, 2015) revelan que las migraciones internas motivadas por la educación (8,5 por ciento de las migraciones totales del país entre 2010 y 2015) eligieron a la capital del país, entre las anteriores, como última opción. Aún así, Bogotá sigue teniendo no solo la mayor cobertura en educación, sino la mayoría de universidades –tanto públicas como privadas– mejor ‘escalafonadas’ en los rankings nacionales e internacionales de relevancia. ¿Por qué entonces las universidades regionales le apuestan a abrir su sede en el desafiante mercado bogotano? Tal vez la respuesta es sencilla: el prestigio es excluyente y en la exclusión hay mercado. Según el MEN, más de la mitad de los estudiantes que terminan el bachillerato en Bogotá optan por no continuar inmediatamente con estudios de educación superior. Eso quiere decir que están disponibles para el mercado. Adicionalmente, algunos de los centros regionales en la capital funcionan con modalidades a distancia –virtuales o semipresenciales– a bajo costo. Carlos Gamboa, director del Instituto de Educación a Distancia (Idead), de la Universidad del Tolima, señala que la oferta de esta institución en Bogotá se dirige a jóvenes cuyos puntajes fueron bajos para la universidad pública, no pudieron costear las matrículas de las universidades privadas o buscan estudiar a distancia. Sus sedes se encuentran en zonas vulnerables y, a través de convenios, aprovechan la infraestructura de megacolegios como el San José del Tunal, el Santa Luisa en Kennedy y el Nuevo América en Suba. Allí prestan tutorías, cursos de extensión y el componente semipresencial los fines de semana. Un caso similar es el de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC de Tunja). Esta institución pública y con registro de alta calidad abrió su sede semipresencial en Bogotá en las instalaciones del instituto Henao y Arrubla, en Engativá, hace 35 años. Este año se mudaron a la Universidad INCCA para ofrecer pregrados y posgrados. Manuel Humberto Restrepo, vicerrector académico, asegura que una de las motivaciones principales para abrir en Bogotá fue acompañar el gran éxodo boyacense hacia la capital. Por su parte, Antonio Roveda, director ejecutivo de la Universidad Autónoma, afirma que su motivación principal para pensar en Bogotá fue fortalecer los convenios con universidades extranjeras. La sede, un edificio de cerca de 2.000 metros cuadrados, se encuentra en Usaquén y ofrece programas de posgrado. A esta lista también se suma la Universidad del Sinú, con su claustro ubicado en este mismo barrio. Aquí la prioridad, tras lograr que su sede en Montería entrase en el grupo de universidades colombianas acreditadas con alta calidad, fue abrir las puertas de su facultad más prestigiosa: la de derecho. *Periodista.