Semanas después de que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia por el nuevo coronavirus, resurgió un video de Bill Gates en el que predecía un fenómeno como el que hoy vive el mundo. Muchos lo llamaron sabio y algunos hasta lo tildaron de Nostradamus moderno. Pero en realidad el multimillonario solo estaba bien informado. Como muchos otros expertos, Gates advertía una vez más de esa posibilidad a un mundo que se resistía a oír sobre ese futuro inminente. De hecho, hace ocho años también lo dijo David Quammen, un curtido escritor científico de la revista National Geographic. En 2012 publicó el libro Spillover, en el que resume varios de sus viajes en compañía de científicos que buscaban el origen de los brotes zoonóticos, aquellos que pasan de un animal a otro, como el ser humano. El sello Penguin lo acaba de lanzar en Colombia con el título Contagio.
A los expertos en ese entonces no les preocupaban los patógenos conocidos que causan enfermedades como la polio, el sarampión o la tuberculosis. Desde la segunda mitad del siglo XX, los científicos se concentraron en los llamados nuevos patógenos que provocan las enfermedades emergentes. En solo 50 años transcurridos han surgido muchas, como la lassa (1969), el ébola (1976), el VIH, (1976) el hendra (1994), el Nilo occidental (1999), el SARS (2003) y la gripe porcina de 2009, para mencionar solo algunas.
Cuando empezó el brote en Wuhan, Quammen dijo: “Esta pandemia puede ser grande”. Hoy está seguro de que el virus provino de los murciélagos, pero no cree que inició en el mercado de animales. Cualquiera diría que se trata de eventos desconectados. Después de todo, aparecieron en diversos puntos del planeta y todos son diferentes entre sí. Para Quamman, sin embargo, están ligados por una sencilla razón: son la consecuencia imprevista de la actividad del ser humano y reflejan dos tipos de crisis, una ecológica y otra de salud. “Cuando ambas se combinan, sus consecuencias se ven como un conjunto de nuevas enfermedades extrañas y terribles”. Explica que hoy surgen más brotes no por azar, sino por la presión que el hombre ejerce sobre la naturaleza. Actualmente destruye a un ritmo más rápido ecosistemas para construir carreteras o extender las zonas agrícolas, como mostró la World Wildlife Fund (WWF) esta semana en un extenso informe. “El surgimiento zoonótico de nuevos virus, como el que hoy causa la pandemia, ocurre por la acción humana en los ecosistemas. Esa es la raíz: humanos que hacen contacto cercano con animales salvajes. Lo demás son detalles”, le dijo el autor a SEMANA.
De los patógenos que pueden saltar entre especies, los virus plantean los mayores problemas. Cada historia de un brote es igual: una búsqueda detectivesca para responder preguntas como la manera en que saltó el patógeno de un animal no humano a las personas. Algunos virus, como el ébola cuando apareció por primera vez, resultan tan escurridizos que los llaman Jack el destripador: peligrosos, invisibles y ausentes.
En 2005 dos investigadores de la Universidad de Edimburgo analizaron 1.407 especies de patógenos, y 58 por ciento de ellas tenía origen zoonótico. Del total, 177 son emergentes, y de estas tres cuartas partes se deben a saltos de una especie animal a otra. Cuando escribía ese capítulo, Quammen se preguntaba, al igual que muchos científicos, cuál sería el siguiente germen horrible en emerger, cuál sería su origen y hasta dónde llegaría su impacto.
Los habitantes del planeta conocen la respuesta desde que comenzó el brote en Wuhan, del cual Quammen estuvo siempre muy atento. Al enterarse de que pertenecía a la familia de los coronavirus, dijo: “Esto va a ser grave, puede ser la siguiente gran pandemia de la que hablaba en el libro”. A medida que los sucesos se fueron desarrollando, le sorprendió sobre todo lo poco preparados que estaban algunos países, como Suecia e incluso el suyo, Estados Unidos. Y de ese mal manejo, lo peor, dice, fue la falta de liderazgo, pues los Gobiernos respondieron de manera desorganizada, inefectiva y fuera del tiempo. Esto se suma a que el virus es más peligroso que su familiar, el ya conocido SARS, también capaz de propagarse en silencio y transmitirse de forma críptica entre gente que no muestra ni tiene síntomas. Eso creó la combinación perfecta para que el patógeno le diera la vuelta al mundo.
Cada virus nuevo es una historia de misterio con las mismas preguntas. ¿De dónde vino? ¿Cuál fue el animal huésped? Quammen descarta las teorías de conspiración y dice que el nuevo coronavirus no salió de un laboratorio, sino que provino de los murciélagos. No obstante, aún está pendiente saber dónde vivió y cómo evolucionó en las décadas recientes. Porque “la evidencia sugiere que el virus no pasó a los humanos en un mercado de animales, sino que había infectado ya a otros en la ciudad antes de que alguien lo llevara allí”. La manera como llegó a la primera víctima, ya fuera de un murciélago o de un animal intermediario, es, según él, el más grande misterio en la saga del coronavirus. Pero sí puede predecir, con base en muchos otros virus, que el SARS-CoV-2 llegó para quedarse. Habrá vacuna, sin embargo, no logrará eliminar el virus totalmente. Algunos, 30 años después, todavía se infectarán; y un porcentaje, quizás menor que el de ahora, morirá. Así ocurre con otras enfermedades, como la malaria o el sarampión, que cobra la vida de 140.000 personas en el mundo.
Y vendrán nuevas pandemias. Muchos no quieren saber de esto ahora, pero hay que advertirlo para que los países se preparen. De acuerdo con el autor, puede llegar en cualquier momento, incluso este mismo año, mientras el mundo aún lidia con esta pandemia, lo cual sería catastrófico. “Solo queda rezar”, dice. Y a los no creyentes les pide que al menos voten por personas inteligentes y lo suficientemente honestas como para tomar esa amenaza en serio desde el comienzo.
También recomienda mejorar la relación con la naturaleza, pues en la medida en que el ser humano provoque menos alteraciones a los ecosistemas salvajes habrá menos oportunidad de que virus desconocidos salten de una especie a otra. Asimismo, aconseja tener menos hijos, comer poca carne, reducir los combustibles fósiles y bajarle al consumo de todo lo que genera basura. Los virus no tienen intenciones ni propósitos, dice. No quieren pasar de su huésped natural a los seres humanos. Pero dada la oportunidad, lo harán. “Eso es buena suerte para ellos y mala para nosotros”, explica Quammen. Aún es tiempo de revertir esa posibilidad y evitar que estos bichos salgan de su entorno salvaje y recorran el mundo a lomo de otros, como lo ha hecho el nuevo coronavirus con los humanos.