Bill Gates aparece en un auditorio. Lleva un saco rosado, un pantalón café y empuja un montacargas con un inmenso barril verde que dice: “Alimentos y agua para supervivencia”. El video en el que esto sucede fue grabado en 2015 por Ted Talks y quedó disponible para todo el mundo. Allí no habló de informática ni de la obsesión que lo llevó a querer conquistar todos los computadores del mundo con el sistema operativo Windows en los años noventa. Habló, en cambio, del control de las pandemias. “Cuando era niño, el desastre más temido era una guerra nuclear; hoy, en cambio, se parece a esto”, dijo mientras proyectaba la fotografía microscópica de un virus.
Bill Gates, un nuevo líder mundial
Cinco años después, gracias a esa frase, el multimillonario más famoso del mundo en los años noventa se convirtió casi en una figura sobrenatural. Parecía que Bill Gates era capaz de predecir el futuro. Él, simplemente, sabía de lo que hablaba: en los años noventa, cuando Microsoft se convertía en el mayor gigante de la computación en el mundo, se empezó a obsesionar con aprenderlo todo sobre los sistemas de salud, las vacunas y la erradicación de enfermedades. Se interesó en el tema cuando comenzó a darse vacaciones para viajar con Melinda French, quien después sería su esposa, a países de África y a la India, donde conoció de cerca los problemas de las comunidades vulnerables.
Bill Gates. Foto: AFP. El video proponía ideas totalmente racionales, como fortalecer la inversión en investigación y desarrollo en sistemas de salud o crear programas de cuerpos médicos capaces de establecer misiones en distintos lugares. Lo más parecido a la ciencia ficción que comentó fue la propuesta de realizar simulacros de pandemias que el llamó ‘germ games’ –o juegos de gérmenes– en donde se midieran cosas que hoy suenan normales, como la capacidad de testeo y el rastreo de contactos. Sin embargo, en marzo de 2020 todos se quedaron con la frase que lo convertía en un adivino: “No estamos listos para la próxima epidemia”. La obsesión de Gates Desde que creó la Fundación Gates, en 1997, Bill y su esposa comenzaron a donar millones de dólares a programas relacionados con salud pública. La primera donación que hicieron fue en la Alianza Gavi, una organización que reúne gobiernos y donantes privados para desarrollar programas de vacunación para países subdesarrollados. Después, se convirtieron en expertos para conseguir fondos gubernamentales y privados para coordinar programas que tienen que ver con acceso a la salud, agricultura sostenible y educación. Solo este año, en medio de la pandemia, la fundación donó 1.000 millones de dólares en el campo de investigación y desarrollo de vacunas y especificó que un 10 por ciento de esa cantidad, es decir 100 millones de dólares, deberían ser específicamente para la búsqueda de una vacuna contra la covid-19. Esa cantidad no es menor, ni siquiera para un millonario: donar 1.000 millones de dólares es algo así como dar 10.300 millones de pesos al día durante todo un año.
Sin embargo, lo que convierte a Gates en una voz autorizada para hablar del coronavirus no es su chequera, sino su personalidad obsesiva. Ese es un rasgo que lo ha acompañado durante toda la vida. En 1975, cuando fundó Microsoft, se jactaba de que él había logrado escribir todo el código de su primer producto, junto con su socio Paul Allen en solo dos meses. Después, dicen que se jactaba de haber escrito la primera versión de Windows en solo dos días. Su mente, que funciona con la lógica racional de un experto en matemáticas, no acepta campos vacíos. En su blog personal recomienda todo el tiempo lecturas que lo impactaron de alguna manera y escribe reseñas sobre ellas: hay literatura, economía, política. Cuando empezó la pandemia, por ejemplo, recomendó un libro sobre la gripa española y otro sobre economía resiliente. Además, en los últimos años, ha trabajado en comunicar ese conocimiento y ahora hace videos en su página web para explicar, por ejemplo, por qué es importante preocuparse por la malaria en medio de la pandemia.
Uno de los videos de la página de Bill Gates. Ese interés por comunicarse, sin embargo, también es un arma de doble filo: en tiempos de redes sociales su nombre ha sido blanco de las teorías conspirativas de movimientos anticiencia y antivacunas, que han sostenido que Gates tiene una agenda oculta que propone el control poblacional y quiere introducir chips a la población a través de las inmunizaciones. Ante eso, el fundador de Microsoft no se trasnocha: “Bueno, extrañamente estoy relacionado con casi todo con lo que los anticientíficos están peleando. Trabajo contra el cambio climático y por la agricultura sostenible y las vacunas”, dijo a principios de agosto en un pódcast para la revista "Wired". “La ironía es que la tecnología digital y las redes sociales son las que permiten que se dé esa explicación simplista al estilo de ‘Claro, es una mala persona y eso lo explica todo’”. Covid-19 y política Gates se ha convertido en una de las fuentes obligadas para hablar de coronavirus. Después de haber anunciado su multimillonaria donación, en sus entrevistas responde cualquier pregunta. Con su biblioteca detrás y su saco de lana en ‘V‘, explica por qué las vacunas basadas en RNA pueden ser efectivas en países ricos, pero por su dificultad para manufacturarlas no serán una solución válida en el marco global o por qué el mundo necesita vacunar solo al 40 por ciento de la población para detener la infección exponencial del coronavirus y por eso, al menos en esta pandemia, no hay por qué preocuparse por los antivacunas. Le gusta saltar de un tema para otro: habla con detalle de los desarrollos de las pruebas que actualmente están en la tercera fase, luego comenta los costos de las vacunas en desarrollo por algunos laboratorios y finalmente dice por qué ve, con tristeza, que en países como Estados Unidos el uso del tapabocas es algo político. Finalmente, lanza frases que luego las redes sociales convierten en vaticinios: “Los países ricos superarán la covid a finales de 2021; el resto del mundo, a finales de 2022”. Lo dice sin reparos, simplemente compartiendo lo que piensa.
Lo que no ven quienes creen que Gates es simplemente un adivinador, es que sus análisis tienen, en el fondo, ese mismo sentido social que lo llevó en los años noventa a comenzar su fundación. Él, una persona acostumbrada a hablar en la misma mesa con presidentes de los países del G8 para garantizar inversiones para problemas sociales, hoy resuelve esas mismas reuniones por videollamada. Sabe cuáles son las políticas de ayuda de los países más poderosos y los planes de salud de los más vulnerables. Su reto es conectar esos dos extremos. Y sus inquietudes siguen siendo las mismas que cuando comenzó la fundación: ¿cómo garantizar que la población más pobre acceda a las vacunas y tratamientos que logre la ciencia médica?
Para él, la respuesta es simple. A principios de agosto, en una entrevista con "The Economist", dijo que había que gastar billones para evitar la pérdida de trillones y evitar la pandemia. Con esto no hace otra cosa que llamar a los gobiernos, sobre todo los de países desarrollados, para que inviertan agresivamente en la vacuna y ayuden, incluso, a otras naciones. Y no solo por razones humanitarias, sino para garantizar que el virus no vuelva a esos países en otros momentos. Según él, se necesitan 10.000 o 12.000 millones de dólares para garantizar la distribución global, una cantidad que solo se podría lograr con el apoyo del sector público. Por eso, en esa entrevista, dijo que esperaba que el Congreso de Estados Unidos aprobara la compra de vacunas para países pobres. “Nuestras fundaciones están gastando cientos de millones y lo seguiremos haciendo, pero se necesita mucho más”, dijo. Seguramente, su próxima frase viral tendrá que ver con eso.