El miedo y la incertidumbre que ha generado la pandemia han afectado a niños y adolescentes de una manera catastrófica a nivel emocional. Prueba de ello es el aumento significativo de consultas por intentos de suicidio y otros problemas de salud mental en población infantil. El porcentaje de visitas en servicios de urgencias por este tipo de patologías ha aumentado hasta en un 50 % respecto a los niveles de antes de la pandemia.

Del mismo modo, los traumas relacionados con esta enfermedad pueden tener efectos perennes en el estado emocional inmaduro de los niños. Por ejemplo, la interpretación infantil de la situación de confinamiento y las restricciones posteriores ha generado, en muchas ocasiones, miedo irracional al contagio de esta y otras infecciones.

Foto de referencia de vacunación contra coronavirus en menores de edad | Foto: Getty Images

También ha desembocado en depresión, ansiedad, desesperanza, incertidumbre y temor a las vacunas, debido al bombardeo con informaciones contradictorias acerca de las mismas. Sin embargo, ahora que es previsible que se apruebe la vacuna de covid-19 para niños de entre 5 y 12 años, el miedo a vacunarse podría jugarles una mala pasada. Pero podemos actuar al respecto para ayudarles.

Acabar con falsos mitos sobre la seguridad de las vacunas

Si su hijo es mayor y ha desarrollado miedo a las vacunas, puede que lo verbalice. Pero si se trata de un niño pequeño, puede no saber cómo expresar sus sentimientos. Sin embargo, sus padres podrán detectar que algo le sucede si muestra cambios en su comportamiento o si tiene temor extremo a acudir al médico. En el momento en el que manifiesta el miedo, lo ideal es que hable con su hijo sobre lo que siente y que valide sus emociones: “Tener miedo es normal y está bien”.

Tras este proceso, podemos profundizar e intentar detectar el motivo concreto de esa emoción para poder desterrar probables falsas creencias o malas interpretaciones de la información. En este punto, el contacto con su pediatra es fundamental, por lo que una visita conjunta puede resultar muy útil para que el niño o adolescente resuelva sus dudas.

Recibir información fiable de la mano del profesional de confianza y de la familia puede ser suficiente para acabar con falsos mitos sobre la seguridad y efectividad de las vacunas. Recordemos que cuando una vacuna se aprueba para su uso en población infantil es porque existen suficientes datos que han demostrado su efectividad y seguridad. A lo largo de la historia reciente de la medicina, las vacunas han salvado miles de vidas y deben ser una prioridad en las estrategias de salud infantil. No solo confieren inmunidad a la persona que la recibe, sino que su uso generalizado sirve para proteger a toda la comunidad.

Mostrar tranquilidad y recordar que la vacuna es la solución

Otra herramienta eficaz para disminuir la ansiedad de nuestros hijos ante la vacunación es nuestra propia conducta ante la misma. La actitud de los padres ante las diferentes situaciones de la vida es la mejor guía que pueden tener nuestros hijos. Si nos mostramos tranquilos en situaciones que habitualmente generan estrés y nos centramos en remarcar los beneficios demostrados de las estrategias de vacunación, será más fácil para el niño o adolescente asumir y manejar sus emociones negativas.

En el caso de los adolescentes en particular, puede ser útil recordarles los meses de confinamiento y restricciones. Como para ellos la trascendencia de sus actos es especialmente importante, entenderán que la vacuna sería parte de la solución.

No dudar nunca de la decisión de vacunarles

Por otro lado, además de manejar las emociones de nuestro hijo antes del momento de la vacunación, resulta fundamental saber manejar la situación el mismo día de la administración de la vacuna. Si la reacción de nuestro hijo es de mucha ansiedad, puede hacernos dudar de la decisión y nuestro hijo percibirá nuestras emociones. Esto no le ayudará a controlar su preocupación. Por eso, debemos mantenernos serenos y confiar en nuestra decisión.

Foto de referencia de vacunación contra coronavirus en menores de edad | Foto: Getty Images

Por hacer un paralelismo, todos los días nos montamos en el coche y nuestros hijos se sitúan, en sus asientos o silletas y les ponemos el cinturón. Nadie sensato cedería ante las protestas o incomodidades de su hijo cuando se trata de viajar con seguridad. Lo mismo sucede cuando se trata de protegerles contra determinadas infecciones prevenibles.

Claves para evitar que la ansiedad frene a su hijo

En definitiva, debemos tener en cuenta las siguientes consideraciones aunque, como decimos siempre los pediatras, nadie conoce mejor a sus hijos que sus padres y madres, por lo que cada uno sabrá lo que resulta mejor para sus hijos.

  • Antes de acudir al centro de salud, debemos mostrarnos seguros, tranquilos y confiados. No solo con palabras sino con gestos o actitudes. Los niños lo perciben todo y tratan de imitar a sus referentes.
  • Conviene recordarles que vamos a estar presentes con ellos en todo momento, aunque el centro del acto médico en estos casos es el propio niño. Afortunadamente, en pediatría el ambiente suele ser relajado y confortable y los profesionales estamos acostumbrados a tratar a los pacientes con afecto, explicándoles los pasos que se van a dar y atendiendo a sus necesidades.
  • En el momento de la inyección, evitaremos tumbar al niño para no generar más ansiedad. Podemos conversar con él sobre cosas positivas o utilizar algún medio de distracción como decirle al niño que sople despacio o tosa para mitigar el dolor. Para que la experiencia de la vacunación siga siendo positiva y de cara a futuras inyecciones, es bueno ofrecer algún refuerzo positivo, a ser posible inmaterial como una actividad en familia.

De este modo, ya tendremos nuestro “cinturón de seguridad” puesto y, esta vez, no nos protege a nosotros solos sino al resto de la sociedad, porque la mejor protección contra las infecciones ¡es un trabajo en equipo!

Por:

Ana Pilar Nso Roca

Profesora asociada en Ciencias de la Salud. Pediatría, Universidad Miguel Hernández

Francisco José Sánchez Ferrer

Profesor de Pediatría de la Universidad Miguel Hernández de Elche, Universidad Miguel Hernández

Artículo publicado originalmente en The Conversation