En el reporte de covid-19 de este lunes 21 de junio, el Ministerio de Salud dará la noticia más funesta de los últimos meses: el virus ya mató a 100.000 personas en Colombia. El número es enorme: equivale a tres veces la capacidad del estadio El Campín, a la población del municipio de Arauca o al doble de la de Chaparral. Todos muertos.
Las historias de muchos de ellos las conoció el país a través de los testimonios de sus seres queridos y amigos, que en muchos casos quisieron contar el drama que afrontaron.
Un hombre de 58 años, quien trabajaba como taxista en Cartagena, fue la primera víctima mortal que confirmó el Gobierno, en la madrugada del 21 de marzo de 2020. Liliana Ricardo Iregui, hermana de Arnold de Jesús Ricardo Iregui, habló con SEMANA en su momento y manifestó que inicialmente no fue diagnosticado con covid-19, aunque tenía todos los síntomas conocidos en ese momento.
Posteriormente, el Ministerio de Salud informó que era un hombre con hipertensión y diabetes no tratada, que reflejó la cara más cruda de la pandemia que apenas comenzaba en Colombia.
Después de este caso, el reporte diario de la cartera fue creciendo y, lentamente, las víctimas aumentaron, mientras los trabajadores de la salud comenzaron a vivir lo peor del virus en carne propia.
Carlos Nieto fue el primer médico en fallecer por covid-19 en Bogotá. Tenía sólo 33 años y quería cumplir el sueño de ser intensivista. Su madre, Sandra Rojas, le dijo a este medio que su hijo era una persona amorosa, pendiente de su familia y cariñoso con sus hijos y pareja.
Un año después, la familia sigue conservando las cenizas del joven profesional, quien fue cremado en medio de la emergencia sanitaria. “Aún tenemos sus cenizas acá con nosotros, queremos dejarla en un osario en Los Olivos de Villavicencio, es un lugar lindo donde se puede arreglar una vez al mes su sepulcro, pero queremos hacerlo en una ceremonia donde estén presentes sus familiares, amigos y colegas. Que podamos fundirnos en un abrazo que represente el amor por nuestro Fabiancito”, dijo Sandra Rojas, mamá del médico.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Salud, más de 60.000 trabajadores de la salud se han contagiado con el virus y 291 han fallecido. En las cuentas de los sindicatos, el número es mayor. Afortunadamente, el Ministerio de Salud sostiene que las vacunas han salvado cientos de vidas de esa población en la tercera ola.
La realidad era otra en mayo de 2020, cuando murió Esteban Piñeros Ríos, auxiliar de enfermería del Hospital San Rafael de Leticia, capital de Amazonas, uno de los municipios más afectados por la pandemia.
“Lastimosamente él se contagió haciendo lo que le gustaba”, le dijo a SEMANA su hijo Steven Piñeros, quien también trabaja en el hospital.
Tenía covid y estaba tan enfermo que lo trasladaron a Bogotá. Le practicaron una prueba en su ciudad, pero el resultado nunca llegó y sólo cuando estaba convaleciendo en la capital, se confirmó lo que todos sabían.
“Era arquero y entrenaba a los arqueros de la Selección Amazonas. Tanto fue el amor al deporte que en la finca hizo una cancha de fútbol para que sus amigos de la liga de 45 años jugaran allí todos los fines de semana”, relató a este medio su hijo en ese entonces.
La crisis hospitalaria y de contagios en la capital del departamento fronterizo destapó la problemática del municipio que aún hoy no tiene una unidad de cuidados intensivos pública. También mostró la vulnerabilidad del personal de la salud, el más fundamental, pero más expuesto de toda la pandemia.
Sin embargo, los dramas familiares se extendieron por toda Colombia. En Barranquilla, por ejemplo, la mamá y abuela de José David Rodríguez murieron en menos de diez días. Tenían 68 y 89 años y él ni siquiera pudo despedirlas de cerca, debido a las medidas más estrictas que aplicaban en junio del año pasado.
En agosto, la covid-19 se llevó a Sandra Meza Ruiz, jefe de enfermeras del Hospital Erasmo Meoz de Cúcuta, y a su mamá. En ese entonces, Yeni Esperanza Peña, jefe de urgencias de la institución, la describió como la mejor enfermera que tenía el hospital y como una mujer muy carismática.
“Era muy alegre y estaba siempre pendiente para resolver los problemas de sus pacientes”, contó Peña sobre la trabajadora fallecida, que tenía obesidad, una de las comorbilidades más peligrosas ante la covid-19.
En noviembre, John Jairo Higuita, alcalde de Urrao, Antioquia, se enfermó de covid-19 por segunda vez, según sus seres cercanos. Aunque había sobrevivido a un primer contagio, no corrió con la misma suerte en diciembre. Después de pasar varios días hospitalizado, el virus acabó con su vida.
“La covid-19 sigue llevándose gente querida. Por favor, cuídense y cuiden a los suyos”, escribió en ese entonces el gobernador Aníbal Gaviria.
El 2020 terminó en los primeros días de la segunda ola de contagios, que obligó a muchos mandatarios locales a ordenar nuevas restricciones que frenaran la escalada de contagios y muertes producidas, aparentemente, por las reuniones y aglomeraciones decembrinas.
El 26 de enero, Colombia se conmocionó por la muerte del ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo. El jefe de la cartera recibió atención en el Hospital Militar y allí fue atendido hasta que falleció, intubado en una unidad de cuidados intensivos.
Ese mismo día se supo de la muerte de Julio Roberto Gómez, presidente de la Confederación General del Trabajo (CGT), uno de los sindicatos más representativos del país en las movilizaciones sociales y siempre en la mesa de políticas de concertación salarial.
Así, con el pasar de las semanas, los muertos siguieron apilándose en el reporte de cifras que a diario envía la cartera de Salud. Como ha pasado antes, el país dejó de sentir el impacto de cada uno de esos números, que representa una vida que se apagó, dejando, seguramente, una familia, amigos y seres queridos atrás.
La tercera ola, sin duda, ha sido la más mortal de las tres y la más grave para el sistema de salud. La situación social y económica no aguanta restricciones como las de marzo de 2020 y enero de este año, pero con más de 500 muertos a diario y ocupaciones por encima del 98 por ciento en hospitales de muchos municipios, expertos prevén que más vidas se perderán.
A pesar de la vacunación, hay aún millones de personas vulnerables con posibilidades de morir o incluso, algunas sin comorbilidades que por azares de la enfermedad necesitarán una unidad de cuidados intensivos.
El ministro de Salud, Fernando Ruiz, prevé que el tercer pico (o meseta) se extienda hasta la primera semana de julio, siempre reconociendo que la situación no es igual en todos los municipios del país y que el comportamiento del virus es heterogéneo.