El incidente tuvo repercusiones mundiales. Mientras los líderes de Europa condenaban la actitud de los rusos, un renuente presidente Donald Trump canceló, casi a regañadientes, su cumbre con Vladimir Putin, que iba a realizar en el marco de la reunión del G20 en Buenos Aires. Esto por el episodio que enfrenta a Ucrania con Rusia en el mar Negro. Todo comenzó el domingo 25 de noviembre, cuando la guardia costera rusa interceptó tres buques ucranianos en el estrecho de Kerch, que comunica al mar Negro con el mar de Azov. El incidente dejó 24 marineros ucranianos detenidos, de los cuales varios estaban heridos a bala, mientras Rusia llenaba la zona de helicópteros y aviones.

Por su parte, el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, declaró el estado de guerra en las regiones aledañas a la frontera rusa por 30 días, ante la que parece una grave escalada militar entre los dos países. Ambas partes tienen explicaciones opuestas: Rusia alega que los buques ucranianos violaron sus aguas territoriales y que se trató de una provocación, en el marco de la campaña para las elecciones presidenciales de marzo en el vecino país. Kiev, por su parte, sostiene que se trata de aguas compartidas y acusa a Moscú de bloquear sus puertos de Mariúpol y Berdyansk, desde donde su país exporta hierro y acero, un renglón muy importante para su economía. Y en otros países de la vecindad, como Polonia, Estonia, Lituania y Letonia, crece la angustia por lo que ven como una nueva manifestación del imperialismo ruso en la zona. Puede leer: Caso Khashoggi: una partida de ajedrez que podría transformar la geopolítica global El origen cercano del problema entre los dos países se remonta cinco años atrás, a las protestas conocidas como Euromaidán, en la plaza central de la capital ucraniana, Kiev. Las protestas estallaron cuando el presidente Víktor Yanukóvich, bajo fuerte presión de Moscú, decidió suspender la firma del acuerdo de cooperación entre el país y la Unión Europea, lo cual generó un enorme descontento, sobre todo en la parte occidental del país. Las manifestaciones, duramente reprimidas, culminaron en febrero de 2014 con la destitución del presidente Yanukóvich, sustituido por un gobierno de claro tinte nacionalista.

Desde el martes, los rusos emplazaron tres divisiones de misiles Triumf S-400 en la península del mar Negro. El S-400 tiene un alcance de hasta 400 kilómetros y es capaz de neutralizar aviones y misiles balísticos. De ese modo, los rusos habrían escalado aún más un conflicto que comenzó en 2014 cuando Moscú se anexó Crimea. Más de 10.300 personas han muerto en batallas de milicias en las regiones disidentes. Ucrania también ha pedido a la Otan reforzar la zona. El cambio de mando en la capital ucraniana desató una crisis entre las regiones prorrusas del oriente y las proeuropeas del occidente. En marzo la república de Crimea, de mayoría prorrusa, realizó un referéndum en el cual un 96 por ciento de la población aprobó unirse al gigante vecino. Ni Ucrania ni la mayoría de la comunidad internacional reconocieron la consulta, y consideraron el cambio de fronteras como una anexión orquestada por el presidente ruso, Vladimir Putin. Poroshenko ganó en mayo de ese año, casi en simultáneo con la declaración de independencia de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, en la frontera con Rusia. Estalló un sangriento enfrentamiento armado, una guerra civil en el centro de Europa, entre las fuerzas de Kiev y las milicias prorrusas, claramente patrocinadas por el Kremlin. Más de 10.000 personas perdieron la vida en el curso de los meses siguientes, en un conflicto que volvió a ver bombas caer sobre ciudades y pueblos superpoblados. Terminaban así más de 70 años de paz que siguieron a la carnicería de la invasión alemana y la Segunda Guerra Mundial. A fines de 2014, las partes lograron los acuerdos de Minsk, que permitieron congelar el conflicto, pero no resolverlo. Desde entonces, la relación entre Rusia y Ucrania solo ha empeorado y la de Rusia con la Unión Europea y Estados Unidos llegó a su peor momento desde el final de la Guerra Fría, con una escalada de sanciones contra empresarios y funcionarios rusos, y con medidas que afectan su comercio.

El martes, el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, declaró la ley marcial en las regiones fronterizas con Rusia. Todo después de que guardacostas rusos interceptaron tres buques ucranianos. Kiev acusa a Moscú de bloquear el paso de productos en el puente de Kerch. Crimea, la manzana de la discordia La península de Crimea presenció algunas de las más encarnizadas batallas de la Segunda Guerra Mundial. Sebastopol, el puerto, tiene el título de Ciudad Heroica y es desde 1783 la sede de la flota rusa del mar Negro. En 1954, Nikita Jrushov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, cedió Crimea a Ucrania, pero la medida no tuvo consecuencias, pues los dos países hacían parte de la URSS. Cuando esta se disolvió en 1991, Crimea quedó en Ucrania, pero Rusia mantendrá la base militar de Sebastopol hasta 2042. Tras el referéndum de 2014, Crimea quedó rodeada de tierras ucranianas y cortada de Rusia, razón por la cual Moscú construyó un puente de 19 kilómetros en el estrecho de Kerch para unir la península con el resto del país, supuestamente para promover el turismo y las inversiones, pero sobre todo para aumentar significativamente la presencia militar. “La forma en que Rusia se ha afianzado en Crimea y el nuevo puente preocuparon seriamente al gobierno de Kiev porque las poblaciones ucranianas vecinas en el mar de Azov, que se dedican a la pesca y venta de metales, están quedando cada vez más aisladas”, dijo a SEMANA el especialista argentino Alberto Hutschenreuter, doctor en Relaciones Internacionales. “Por su parte, Rusia responde a las provocaciones de la Otan, que ha venido haciendo ejercicios en la zona del Báltico y en ningún momento ha buscado un acuerdo con Rusia sobre la ampliación de la Otan. Esto es una línea roja para Rusia, que si se considera agredida, va a reaccionar”, agregó el experto, quien advierte que, de continuar este curso, podrían “aparecer nuevas Crimeas” en el oriente ucraniano. Hutschenreuter se refiere a la política de la Alianza Atlántica, que, desde la disolución de la URSS en 1991, comenzó a extender sus tentáculos hacia el oriente, al incorporar a los países que formaron parte del bloque soviético, hasta las fronteras mismas de Rusia. Algo inaceptable para un presidente nacionalista como Putin. Y los famosos acuerdos de Minsk están muy congelados porque no han resuelto los puntos centrales de la crisis. En este contexto, Ucrania se encamina a nuevas elecciones presidenciales en mayo de 2019. Y ningún candidato sostiene que hay que mejorar la relación con Rusia, lo que puede perpetuar el conflicto. Con más de 40 millones de habitantes, la historia de Ucrania se confunde con la rusa desde hace más de mil años. Cerca de un tercio de su población es rusohablante y se concentra fundamentalmente en el oriente del país, en las regiones más industrializadas y densamente pobladas de Donetsk y Lugansk. Zbignew Brzezinsky, asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter en Estados Unidos, escribió en 1998, en su libro El gran juego de ajedrez, que Estados Unidos debía tomar control de Ucrania: “Es un pivote estratégico porque su propia existencia como un país independiente significa que Rusia deja de ser un imperio euroasiático”. Por eso, más que una escaramuza naval, en el estrecho de Kerch se juega hacia donde se inclina la balanza de la geopolítica mundial.