Si se pudiera escuchar a la planta y a la tierra, ¿qué dirían? En el caso de los Llanos colombianos no hay que preguntárselo, sucedió. Uniendo arte, tecnología y agroambientalismo, artistas colombianos y artistas británicas se unieron para escuchar sus mensajes, y la historia que cuentan es una de terror, pero también de una pequeña luz de esperanza. Cuando se le pone cuidado al ecosistema que acoge los cultivos y la agricultura en esta región del país, más allá de la perspectiva del mercado, cuando se le escucha literalmente y se le ve reaccionar desde el suelo y la diversidad de su flora y fauna, se hace evidente una diferencia entre dos maneras de entender la tierra, simbolizadas por dos semillas que riñen.
Estas maneras no coexisten, una excluye a la otra. Por un lado, está la dominante y extranjera, la semilla transgénica de soya (así como la semilla Round Up Ready vendida por la multinacional que vende el Round Up); por el otro, la semilla de amaranto, ancestral, de enorme valor nutricional e increíblemente resiliente desde antes de la conquista hasta estos tiempos de glifosato, en los que se abre paso como supuesta “plaga” (hasta que se le aprecie con ojos distintos a los de su competencia).
Es mediante el arte electrónico colombiano y británico que la expansión de la semilla dominante y del monocultivo en los Llanos Orientales de Colombia y sus consecuencias se visibilizan y se hacen temas de debate. Sucede gracias al proyecto premiado Una historia de dos semillas, una obra conjunta de los colectivos artísticos Atractor (Colombia) y Semántica (Reino Unido), que escuchó a las plantas y a la tierra y arrojó que el mercado no siempre vela por el mayor interés humano y que hay maneras locales que se han probado más saludables para la tierra sin desatender el llamado de la producción alimentaria.
Por la coyuntura en la que aterriza y por su cuidadosa y juiciosa hechura, el proyecto ganó el Prix Ars Electronica Golden Nica 2023, en la categoría de Músicas digitales y arte sonoro. Sobre el hecho, Juan Cortés, el gestor de Atractor, de la idea principal del proyecto y de la alianza con el colectivo británico, le señaló a SEMANA: “Es demasiado importante, es el premio Óscar, el galardón máximo a nivel mundial en los nuevos medios”, y reconoce a la única artista que lo había ganado antes para el país: Natalia Rivera, de Mutante.Lab.
¿Saben más las multinacionales sobre este lugar que los chibchas y los mayas desde los saberes que probaron funcionales en estas tierras sin desgastarlas?
El notable reconocimiento, que recibirán en septiembre en Austria, y el evento mundial en el que se mostrará este año gira en torno a la pregunta ¿quién es el dueño de la verdad?, y este proyecto la responde con hechos artísticos basados en lecturas, mediciones y hechos científicos. ¿Saben más las multinacionales sobre este lugar que los chibchas y los mayas desde los saberes que probaron funcionales en estas tierras sin desgastarlas?
Sobre por qué el sonido como campo de acción, Cortés explica que uno de los problemas del monocultivo es que ocasiona una pérdida de identidad genética: “Son clones de la misma planta modificada (para protegerse mejor contra el glifosato). Entonces, la diversidad se va, las alianzas de esa planta con el suelo son menos ricas, y esto causa que se vayan insectos y que el pájaro que venía antes a un terreno donde había cultivados tres árboles distintos, con seis variedades de plantas endémicas, ya no esté. El sonido de esos pájaros, de esos insectos, podía ser el testigo de esa expansión de los transgénicos en los Llanos Orientales de Colombia”.
El sonido de esos pájaros, de esos insectos, podía ser el testigo de esa expansión de los transgénicos en los Llanos Orientales de Colombia
El artista escribió el proyecto en enero de 2023, luego de unos viajes al Llano entre 2021 y 2022, donde vio de primera mano lo que sucedía. Y cuando este fue nominado a los Golden Nica (se puede aspirar por nominación o por open call), su autor decidió hacerlo lo más robusto posible. Para esos efectos, se lo propuso a sus colegas de Atractor (Juan José López, Juan Camilo Quiñónez, Alejandro Villegas) y a sus colegas del colectivo Semántica (Camilla French y Jemma Foster), muy afines en investigaciones y formatos. Y todos sumaron lo mejor de su arte, de su técnica y de su tecnología.
A las británicas, Cortés las conoció en el Festival de la Imagen de Manizales (un evento que destaca por ser muy interesante y muy poco conocido). Allá vio cómo abordaban temas de plantas y medioambiente desde la tecnología y desde el cine, y entró en contacto con sus equipos, muy específicos para hacer grabaciones de plantas y ver cómo se comunican dentro del suelo.
Y todos juntos pensaron cómo hacer la instalación, la obra de arte y cómo contar la historia, lanzándose de cabeza al proyecto desde enero de este año. Y en ese pensamiento común se propusieron no solo registrar el sonido del ambiente, también el sonido del suelo, con geófonos (micrófonos para el suelo) y el sonido de la conductividad de las plantas. “Todas las plantas se comunican, de alguna forma, a través de señales eléctricas. Esto lo ha descubierto la ciencia en los últimos años. Y se pueden hacer mediciones de esa conductividad, para medir el nivel de estrés de las plantas, tanto las que enfrentan el modelo de policultivo y las que enfrentan el modelo de monocultivo. Esa fue la premisa de la investigación”, añade Cortés.
Todas las plantas se comunican, de alguna forma, a través de señales eléctricas. Y se pueden hacer mediciones de esa conductividad, para medir el nivel de estrés de las plantas, tanto las que enfrentan el modelo de policultivo y las que enfrentan el modelo de monocultivo.
Además de un artista bogotano con resonancia internacional, con proyectos instalados en espacios como el MoMA de Nueva York, el CCCB en España y el Centro 104 de París, Cortés es hijo de una autoridad en lo que a suelos del país corresponde. Su padre fue director agrológico del Instituto Geográfico Agustín Codazzi entre mediados de los años setenta y los ochenta, y luego sumó a varias facultades desde su experticia, entre ellas la de la Universidad de los Andes y de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, donde fue decano.
Por eso, Cortés creció escuchando sobre estudios de suelos, “y siempre le llamó la atención el caso de los Llanos, porque es muy particular”, cuenta, “porque eran tierras difíciles en términos de agricultura, de mucho aluminio, con un pH muy ácido, que no se prestaban para el cultivo y nadie quería. Pero, a mitad del siglo XX, y por varias décadas, por medio de la chagra y del policultivo, los campesinos y los pequeños agricultores empezaron a mejorarlas. Las tecnologías indígenas, autóctonas, mejoraron el suelo, lo volvieron más rico en nutrientes, solucionaron el problema de la acidez del suelo y convirtieron esas tierras en tierras productivas”, cuenta.
Y entonces, progresivamente, con ese cambio de paradigmas llegaron grandes inversionistas, terratenientes, a comprar tierras para ganadería y para cultivos extensivos. Y poco después aterrizó la idea de la agricultura tecnificada a nivel mundial, “una idea que no es latinoamericana, la idea del monocultivo”, que se ha probado que erosiona el suelo y dependiente de fertilizantes, herbicidas y de todo un ecosistema de producción.
¿Hay lugar para la esperanza? Cortés dice que quizá... “Me parece que el trabajo de discusión gira en torno a Agrosavia (corporación colombiana de investigación agropecuaria), y lo que descubren sus científicos. El movimiento agroambiental en Colombia se mueve hacia volver al policultivo. Estuve en Agrosavia recientemente, y lo que están investigando, los experimentos que hacen apuntan a comprobar que el modelo indígena, que los modelos de sembrar árboles al lado de seis diferentes cultivos, y cambiando la concepción de las malezas (que ya no son llamadas así y se les considera cultivos de apoyo), es la solución. Entonces, hay esperanza si se logra derrotar el mercado. Ahí está el problema”.