1819 Daniel Gutiérrez Ardila Universidad Externado de Colombia 171 páginas Tal vez sabíamos que ese puñado de llaneros al mando de Bolívar y Santander que atravesaron los llanos del Apure, del Casanare, y cruzaron en pleno invierno el páramo de Pisba con la intención de conquistar la capital de la Nueva Granada para darle un duro golpe a la retaguardia realista que dominaba Venezuela, llegaron diezmados, famélicos, en cueros, sin caballos ni armamento. Lo que no teníamos tan claro, y este libro nos ayuda a comprender, fue el apoyo decisivo que tuvieron los independentistas por parte de las guerrillas patriotas del altiplano: cortaron las comunicaciones entre las autoridades realistas de Pamplona y el Socorro y las de Tunja y Santa Fe; se sumaron como soldados –en mucho mejores condiciones físicas- en las dos batallas claves –Pantano de Vargas y Boyacá- e “impidieron la llegada de refuerzos desde el norte, y en particular la del mariscal de campo Miguel Latorre, a quien Morillo quería confiar el mando de la Tercera división”. Y aún más: la guerra no fue contra soldados españoles sino contra otros soldados americanos que militaban en el bando realista. La campaña libertadora y los comienzos inciertos de la república, en aquel año crucial de 1819. Ninguna novedad para historiadores y eruditos, pero sí para el colombiano promedio que ignoraba los pormenores y, probablemente, su sentido. Y que puede subsanar esa laguna acá (¡la enseñanza de historia fue suprimida en los currículos de primaria y secundaria!), en un relato breve, ameno y riguroso, con mapas y bellas ilustraciones. Le puede interesar: ‘La civilización en la mirada‘, un giro a la historia del arte Barreiro, el jefe de las tropas realistas, calculaba que las fuerzas enemigas lo duplicaban en número, tanto en infantería como en caballería (hasta el final, le imploró al virrey Sámano por unos cuantos cañones). Además, andaban escasos de municiones y de alimentos. Por eso, evitaban una confrontación directa y definitiva. La batalla de Boyacá se dio como un encuentro fatal, ellos buscaban cerrar el paso a los independentistas en la ruta a Santa Fe: “El saldo para los derrotados fue terrible: además de unos cien muertos, Barreiro fue hecho prisionero en el campo de batalla por un soldado llamado Pedro Pascasio Martínez, cuyo recuerdo ha perdurado en la memoria de los colombianos”. Ninguna novedad para historiadores y eruditos, pero sí para el colombiano promedio que ignoraba los pormenores y, probablemente, su sentido. Poca épica, poca grandiosidad y mucho de azar y de absurdo. Bolívar llega a Santa Fe el 10 de agosto, pobremente vestido, con las botas raídas y el morrión deteriorado: “Parecían fascinerosos escapados del presidio”. El oficial realista Antonio Pla, que huía a la cabeza de 300 hombres en desbandada desde el valle de Tenza, flanquea la capital por el cerro de Monserrate, al oriente: “Si el temor no lo hubiera cegado y se hubiera atrevido a incursionar en Santa Fe, habría podido matar a Bolívar o hacerlo prisionero”. El 8 de agosto, el virrey Sámano, disfrazado con traje de campesino de la sabana, con ruana y sombrero colorado, escoltado por su numerosa caballería, había huido por la ruta de Honda, olvidando sus archivos “y más de 900.000 pesos en oro, plata y moneda”. Le puede interesar: En la traducción de José María Micó, la Comedia de Dante Alighieri se renueva Dos meses después, el vicepresidente Santander ordenó el fusilamiento de los 38 oficiales realistas capturados en el campo de Boyacá. Un ritual bastante macabro por lo torpe –muchos terminaron acuchillados- y por los cantos y bailes frente a los cadáveres. El tránsito de la monarquía a la república y del Imperio español a la independencia fue un proceso que tardó en afianzarse; los impuestos y los reclutamientos fueron peores que con los españoles; Santander impuso un gobierno militar –“prefiero un sultán con su cimitarra y el Alcorán, a Fernando VII y sus representantes”- y los bastiones realistas del sur y del Caribe, no se doblegaban. Pero de nuevo, fue el pueblo, más que los soldados, el que afianzó la causa revolucionaria. Una historia con piedad hacia los vencidos, sin grandilocuencia ni retórica de héroes, aunque más convincente y acaso más verdadera. Que, por cierto, nos da elementos para celebrar el bicentenario más allá de los lugares comunes y de las frases gastadas, como aquella famosa: “Salve usted la patria”.