“Los músicos de ‘jazz’ no se unieron al movimiento de los derechos civiles que marcó la década de los sesenta; el movimiento se unió a ellos”, aseguró a la BBC el crítico y escritor de jazz Stanley Crouch. En 1959, Miles Davis, Charles Mingus, Ornette Coleman y Dave Brubeck, con sus discos Kind Of Blue, Mingus Ah Um, The Shape Of Jazz To Come y Time Out, respectivamente, le mostraban al género su futuro y evolución musical. Y desde la música, estas creaciones que integraron talentos blancos y negros proyectaron una cara vanguardista de la integración racial. Desde los años cuarenta, el jazz había seguido la frenética pauta del bebop, que tan virtuosamente había dominado Charlie ‘Bird’ Parker. Pero comenzó a pasar esa página gracias al trabajo de su alumno aventajado: Miles Davis. Autor y gestor del álbum más exitoso en la historia del jazz, Kind of Blue, Davis y sus músicos grabaron sin pensar que creaban una obra maestra. Lo hicieron en poco más de siete horas y solo una de las pistas exigió repetición, de resto primaron las tomas únicas. Davis predicaba que “lo primero que viene es lo mejor”. Le puede interesar: Playlist: un recorrido por la trayectoria de Miles Davis El carismático trompetista contaba con instrumentistas en momentos estelares: John Coltrane (quien ese mismo año grabó Giant Steps, lanzado en 1960), Julian Adderley, Wynton Kelly, Paul Chambers, Jimmy Cobb y el pianista Bill Evans. El sonido espeluznante, triste y azul de su instrumento en este disco desnudó al género para vestirlo de nuevo. Su vena experimental lo llevó a compartir indicaciones mínimas, es decir, dejó volar a sus colegas a partir de figuras sencillas, y así dio pie a momentos imposibles de planear. El mundo del jazz quedó atónito por el sonido y la manera como Davis conjuró magia en sus exploraciones. Los ingenieros en la grabación tuvieron que adaptarse a su visión, pues sonidos y reverberaciones que consideraban errores le eran vitales al músico para la atmósfera que buscaba. En otro lugar del espectro, desde su genialidad y un contrabajo que con sus enormes manos ejecutaba como nadie, Charles Mingus sumaba su cuota a este año de quiebre del jazz. En su disco Mingus Ah Um canalizó eventos de la época como la absurda segregación apoyada por gobernadores de estados del sur como Orval Faubus. También, con una disciplina demente, logró de sus músicos las interpretaciones de sus vidas. Mingus no creía en el tiempo, todo era presente y postulaba que lo que era bueno soportaba cualquier época. Por eso preparaba a sus instrumentistas para improvisar en toda clase de estilos. Mingus nunca restringió sus arrebatos. Podía adular o golpear a sus compañeros, despedirlos en ataques de rabia solo para contratarlos 20 minutos después, o sacar de un manotazo las cuerdas de un piano para sentar un precedente. Al espectador le exigía hacer silencio cuando lo escuchaba, lo que solía conseguir por medio del asombro. Un fuera de serie en el contrabajo, con Mingus Ah Um, uno de cuatro discos que lanzó ese año, se hizo a un lugar entre los grandes. El trabajo fluctúa virtuosamente entre lo entretenido y lo irónico. En paralelo se alzó la figura de Ornette Coleman, que con su saxofón de plástico blanco generaba suspicacias entre sus pares, pero logró un sonido que ninguno había conseguido. Su desapego total por notas y escalas simbolizaba su entrega y devoción por el sonido. El álbum The Shape Of Jazz to Come resultó osado desde su título (‘La forma del jazz que viene’), aunque especialmente por su música. Tanto que, 50 años después, su frenesí transgresor y su capacidad de dividir opiniones siguen intactas. Para muchos, Coleman logró interpretar el nerviosismo nuclear de la Guerra Fría con su creación sonora, hecho que le valió el rechazo de muchos que consideraban su manera de tocar una diatriba sin sentido. Pero innegablemente fascinó a un nicho librepensador del que hacían parte músicos como Lou Reed. Este consideraba que la influencia de Coleman tuvo un efecto poderoso tanto en la gente que amó sus sonidos como en aquellos que los odiaron, así no fueran conscientes de ello. Le puede interesar: David Sánchez, la herencia plural del jazz

El 30 de abril se celebró el Día del Jazz, una fecha que sirvió de excusa para repasar a figuras como Miles Davis, Charles Mingus, Ornette Coleman y Dave Brubeck, que en 1959, para bien, patearon el tablero del género.  En un país tan abiertamente segregado, resultó simbólico que los grupos de jazz integraran razas con resultados históricos. A Miles Davis lo criticaron por contratar a un pianista blanco, a Dave Brubeck le pidieron ocultar su bajista negro, y Charles Mingus vio cómo Columbia Records se negó a publicar las letras que compuso exclusivamente para el gobernador y segregador Faubus. En ese último año de los prósperos pero paranoicos años cincuenta, la gira de Dave Brubeck y su cuarteto los llevó al bastión de la segregación racial: el sur. El pianista que había llevado el jazz a los hogares de clase media blanca contaba en su grupo con Eugene Wright, un talentoso bajista negro apodado el Senador, y la realidad los aterrizó al llegar a tocar en una universidad. El presidente de la institución les dijo que un negro no podía subir al escenario, y Brubeck respondió que sin Wright no había concierto. Presionado por el bullerengue de los estudiantes, que zapateaban en masa, el hombre accedió pero les recomendó dejar a Wright en la parte de atrás. Brubeck tenía otros planes. En la segunda canción le dijo a su bajista que su micrófono no sonaba bien atrás y le pidió acercarse a la parte de adelante y usar el suyo. Al frente del conjunto, Wright desplegó su talento en un solo que, en palabras de Brubeck, “tumbó la casa”. Pocos meses después, el presidente Dwight Eisenhower lo hizo parte de la expresión cultural de la Guerra Fría. Le pidió ir a tocar a países que circundaban la Unión Soviética como Polonia y Turquía para propagar la idea de libertad del mundo capitalista. Y aunque sabía que era un espejismo, pues dentro de sus fronteras muchos blancos lo odiaban por emplear a un músico negro y muchos negros lo odiaban por apropiarse de un género que les pertenecía, el pianista y compositor lo hizo de todas formas. Cruzó fronteras con un nombre falso –como en películas de espías–, tocó música; todo mientras se inspiraba en ritmos locales para alimentar el disco histórico que grabó con su cuarteto a su regreso. De Time Out surgió el sencillo más exitoso en la historia del jazz, "Take 5", marcado por un estelar y creativo solo de batería, una hipnótica melodía del piano y una línea de saxofón de su compositor, Paul Desmond, que alegra y aliviana a la vez. Los ejecutivos de la Columbia Records aún no se explican cómo un álbum con tiempos tan extraños musicalmente logró un éxito tal. En charla con SEMANA, el jazzista colombiano Óscar Acevedo exaltó la característica viva de estos trabajos en universidades, en conservatorios, en interpretaciones y relecturas. Y no sorprende, pues sostienen el peso del año que cambió un género y una percepción de creación colectiva. Un año en el que Thelonious Monk y Herbie Hancock también sumaron su brillantez; un año para la historia. Le puede interesar: Ociorama 11: Así ha sonado un fantástico primer tercio de 2019 ESTOS DISCOS PROTAGONIZARON LA REVOLUCIÓN

Miles Davis, Kind Of Blue Sello: Columbia Records Lanzamiento: agosto de 1959 Producido por: Teo Macero / Irving Townsend Duración: 45:44 Charles Mingus, Mingus Ah Um Sello: Columbia Records Lanzamiento: septiembre de 1959 Producido por: Teo Macero Duración: 50:53 Ornette Coleman, The Shape Of Jazz To Come Sello: Atlantic Lanzamiento: octubre de 1959 Producido por: Nesuhi Ertegün Duración: 37:59 Dave Brubeck, Time Out Sello: Columbia Records Lanzamiento: diciembre de 1959 Producido por: Teo Macero Duración: 38:30