Un hombre heterosexual escribe esta nota. Es decir, alguien no calificado desde la experiencia personal (o académica) para hablar de mujeres en el deporte, de feminismo o de lesbianismo… y aún así…
El tema de la inclusión y de la igualdad de oportunidades para los seres humanos, sin importar su género, el color de su piel o su orientación sexual, no debería ser ajeno para nadie. Tengo amigos homosexuales, tengo familiares lesbianas, y así no los tuviera valoraría igualmente la representación en pantalla de mujeres e integrantes de la comunidad LGBTIQ+ que se abrieron lugar en espacios que la sociedad les negaba por el hecho de ser lo que eran. Más allá de qué me importa, el tema tiene ecos sociales en el presente, en la vida de muchísimos atletas, seguidores y personas en general a lo largo y ancho del planeta.
No es exagerado decir que en el siglo XXI son muy pocas las deportistas que pueden jugar en equipos profesionales y vivir su sexualidad abiertamente. En los años cuarenta eran muchas menos, si es que las había. En el caso de los hombres ese silencio es igual de marcado, si no lo es más por el simple hecho de que hay más equipos de hombres que de mujeres (en Prime Video se puede ver el documental Fuera de juego, de Richard Zubelzu, que aborda el tema con la sinceridad necesaria). Así pues, este asunto toca a incontables almas que por el trabajo que escogieron parecen condenadas al closet, viviendo a medias, con un temor que manejan en distinta medida pero que es temor de todas formas. Y sin importar qué piense la sociedad, juegan, integran los equipos. Por esto, las reflexiones entre deportistas, medios de comunicación y espectadores se hacen vitales. Eso nos trae aquí. Una serie que aborda el tema nos trae aquí.
¿Tiene repercusiones en el presente de Colombia la historia de unas mujeres en equipos profesionales de béisbol, en los años cuarenta, en otro país? Como espejo, revela mucho sobre lo que se ha avanzado y mucho más sobre lo que falta. Ese impulso de algunas precursoras en algún lugar del mundo importa porque la participación de lesbianas o bisexuales en equipos deportivos sigue sucediendo en condiciones de silencio impuesto, que de romperse suelen costarles la carrera y el escarnio en el juego que aman.
Seguramente algunas valientes deportistas colombianas abrieron ventanas que ni existían, y habrá que contar sus historias (si alguna se les ocurre, no duden en compartir). Por ahora, nos enfocamos en una historia contada dos veces, que en su más reciente versión llega a 200 países vía streaming. A League of Their Own, la serie de ocho capítulos de Prime Video, retoma la historia de la película del mismo nombre estrenada en 1992.
Se trata de una recreación de Abbi Jacobson (Broad City, The Mitchells vs the Machines), que también protagoniza en el rol de la catcher Carson Shaw, y de Will Graham (escribió en The Onion). La serie cubre las bases de la historia original, reproduciendo muchos de sus pulsos pero repartiendo los arcos narrativos y giros entre varios personajes nuevos (por ejemplo, la frase “There’s no crying in baseball!” la dice una coequipera, no el manager). Es una expansión del mismo relato que aprovecha su tiempo extra para tocar temas que trascienden el terreno de juego, si bien anclados al deseo de estas mujeres de aprovechar cada día en ese espacio que les era prohibido hasta ese momento. Jugaban en ese inestable escenario que se podía acabar en cualquier momento, y con esa amenaza lo vivían.
A League of Their Own, la película de Penny Marshall, no abordó el tema de la orientación sexual de las jugadoras de béisbol y de las mujeres en general porque, treinta años atrás, tenía otra misión (además de la de entretener, que logra maravillosamente): reflejar el valor de los equipos femeninos, mostrar que se justificaban como cualquier equipo masculino. Una mujer debería poder jugar béisbol si quiere, ¿no? No era el caso en los años cuarenta. Y en los noventa, década en la que las mujeres comenzaban a tomar mayor control de sus destinos, rompiendo con las imposiciones de la maternidad y la dedicación al hogar, aún se hacía importante recalcar ese punto. Una mujer puede y debe ser lo que se propone, no tiene que ser nada que no le parezca, ¿verdad?
La película de 1992 cuenta cómo, en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, a un empresario de apellido Wrigley (en Wrigley Field todavía juegan los Cubs de Chicago) se le ocurrió armar la AAGPBL, una liga de béisbol de mujeres para cubrir el hoyo que dejaban los hombres que combatían en Europa. La idea de equipo femenino de béisbol no existía siquiera. Las mujeres iban a la cocina o a la peluquería, no a una cancha a jugar ante gente que pagaba una boleta y podía lanzarles cualquier cantidad de atrocidades. Y, aún así, sucedió.
Otro punto de esa producción noventera era el de reflejar las tensiones entre lo que una incipiente liga de mujeres “debía ser” y la realidad de lo que era para ser una competencia deportiva real. El dueño de la liga pretendía contar con señoritas bien parecidas, a entrenarse en buenas maneras si se hacía necesario, y ojalá buenas en el deporte. Mientras tanto, el gerente, que trataba de mantener a flote la iniciativa ante las dudas y las burlas machistas de la tradición, tenía más claro que las protagonistas tenían que ser jugadoras, mujeres talentosas de todas las contexturas, tamaños, actitudes... Y en una especie de punto medio se encontraron para que la liga siguiera en pie (en la vida real, esta existió hasta 1954).
Estas mujeres jugaron en falda este deporte de barrerse en el piso de tierra y aún así se esperaba de ellas una dosis de glamour. Se les pedía ser más femeninas que nunca mientras hacían cosas que ni un hombre se atrevería. Si bien desde un prisma de Hollywood, la película estableció con suficientes matices que jugar béisbol para estas pioneras era un acto de rebeldía y, a la vez, lo más natural del mundo porque ese deporte era parte de su naturaleza y su deseo. Jugar, competir, es de humanos.
Con el tiempo se hizo evidente que la cinta evitó temas que hoy no se pueden dejar de lado. No podía abordar el racismo puro y duro que impidió que jugadoras negras hicieran parte de esa liga, en un país segregado, aunque lo toca en una escena. Cuando una bola cae del lado segregado de la tribuna, es una mujer negra la que devuelve la bola con particular potencia, marcando un punto: “No jugamos solo porque no nos dejan”. Con respecto a la sexualidad, Penny Marshall y sus guionistas no podían integrar a su historia el hecho de que en un equipo de mujeres hay heterosexuales, lesbianas y bisexuales. No si querían sacar su película.
Adoro el béisbol y adoro esa producción, y con algo de escepticismo recibí la noticia de que se haría una serie basada en esa película en la que Madonna, Rosie O’Donnell, Lori Petty, Tom Hanks y la enorme Geena Davis entregan personajes inolvidables. ¿Para qué una nueva serie? ¿No es mejor ver la película otra vez?
Lo cierto es que está bueno ver la película, pero esto no excluye el hecho de que la serie toma su propio aire desde el principio, de frente. Y es interesante descubrir esos matices distintos y más jugados que expone la serie, estrenada hace unas semanas. Esta no le baila al punto. Lo presenta como la obvia realidad que era entonces y que es hoy: personas de diferentes orientaciones sexuales integran los equipos deportivos y lo deben ocultar.
En Colombia, en 2022 aún se debate la existencia de una liga femenina de fútbol (de béisbol profesional ni se diga… a duras penas existe una de hombres); pero en la mayoría de colegios los equipos deportivos de mujeres son una realidad cimentada hace décadas. A nivel profesional, como sucede en Colombia, cuando las mujeres ganan partidos, todo pasa a un segundo plano. Ahí no importan los vetos, no importan las inconsistencias. Importa que se gana y que hay un bus al cual subirse. Pero, ¿a qué costo? Al de seguir haciéndonos los pendejos y perpetuar esta negación colectiva.
¿Son menos superpoderosas las chicas de la Selección Colombia —sea cual sea el equipo y el deporte— porque algunas entre ellas sean lesbianas? En absoluto. ¿Es menos relevante la selección Colombia de mayores porque algunos de sus jugadores sean bisexuales u homosexuales? No. Más allá del escándalo que provocaría. Del rechazo moralista que pocas veces ha derivado en evolución.
La demonización sigue siendo demasiado real. Lo saben bien jóvenes y adultos de dicha comunidad que, expresando su cariño a sus parejas en público reciben escarnio y golpes de parte de la ley o de masas intolerantes. Esta verdad se manifestaba en los segregados años cuarenta en Estados Unidos y se sigue viviendo estos días en algunos pueblos y ciudades de Colombia, así como en algunos barrios de Bogotá.
En los premios Emmy 2022 se destacó la labor de Geena Davis por su activismo a favor de la inclusión femenina y de minorías en los medios. Davis, vale decirlo, interpretó a la genial Dottie Hinson en la película original y la comanda. Este rol se suma a otros icónicos como el de Thelma en Thelma & Louise de Ridley Scott y el de Bárbara Maitland en Beetlejuice de Tim Burton.
Por último, la serie no deja de lado a las personas transgénero. De hecho, aborda lo que significaba ser un hombre negro transgénero en los cuarenta. La tía Bertie es el tío Bertie, y es quien guía a su sobrina Max a aceptar su sexualidad y su derecho de ser lo que es, tanto en su orientación como en su pasión: ser una mujer lesbiana, ser una pitcher de béisbol.
El debate sobre las mujeres transgénero en el deporte femenino, no menos importante, seguramente será un tema a abordar en otra serie.
Paso a paso...