Escribir sobre el padre no es fácil. Y mucho menos sobre un padre que murió asesinado de manera vil y cobarde en un andén de Medellín. Héctor Abad Faciolince pudo realizar el exorcismo. Y lo hizo 19 años después de que unos sicarios balearan a su padre, el médico y humanista Héctor Abad Gómez, en la puerta del lugar donde se velaba al presidente del gremio de maestros de Antioquia, Luis Felipe Vélez, quien había sido asesinado esa misma mañana. "Cuando mataron a mi papá yo aún no había publicado nada, pero desde entonces sabía que quería escribir sobre eso".Una historia poco común en un país que dedica decenas de libros, titulares y portadas a revelar las verdades de los sicarios, los asesinos, los matones ("verdades que no son más que repugnantes mentiras"), un país que casi nunca tiene el tiempo suficiente ni el interés necesario para oír el punto de vista de las víctimas. "Ya me han llegado muchos mensajes de lectores que también han sido víctimas de la violencia en los que me señalan que leyeron el libro y se sintieron reflejados en él, se sintieron entendidos", señala.En su libro, Abad no quiere desentrañar culpables, ni siquiera señala a Carlos Castaño, quien, según algunas deducciones, podría haber sido el asesino intelectual de su padre. Ni siquiera desea que se haga justicia en el sentido clásico de la palabra. "A mí no me importa si a los paramilitares les dan 25 años de cárcel o los sueltan a todos. La verdad es lo importante, la verdad es la verdadera justicia.Yo lo que quiero es que se sepa la verdad. Que en mi caso y en los de miles de víctimas más de la violencia se sepa quién disparó, quién mandó disparar, quiénes fueron, si existen, los miembros de la clase dirigente antioqueña que celebraron la muerte de mi padre. Yo quiero que se sepa bien cómo lo hicieron, por qué lo hicieron. Y esa verdad es la que va a revelar su maldad, su brutalidad, su mezquindad, su horror". El autor argumenta que no es justo andar toda la vida sospechando de todo el mundo como el posible autor material o intelectual de un determinado crimen.A Héctor Abad Faciolince le tomó mucho tiempo encontrar el tono para contar esa terrible historia que, como dice, le jodió para siempre la vida a toda su familia. Al comienzo se negaba a hablar del asunto porque sentía el pudor infinito de provocar lástima "como esos pordioseros que se sientan en las aceras para mostrar sus llagas". Pero la necesidad de expulsar esta historia era tan grande, que algunos fragmentos aparecen en sus trabajos anteriores. "En todos los libros me salían pedacitos de la historia. En 'Basura' hay un pedazo de cuando mi papá me llevó a conocer muertos; en 'Angosta' hay un pedazo de un señor que matan en tierra fría y es también el asesinato de mi papá; y en 'Asuntos de un hidalgo disoluto', mi primera novela, había intentos de novelar algo de esta experiencia". Pero pasaron muchos años para que esas llagas cicatrizaran. Intentó escribir la historia en varias oportunidades, pero abandonó el proyecto. Incluso, en este intento, muchas veces le ganaban la tristeza, la rabia y el dolor. "Entonces me paraba, pegaba un alarido, volvía a sentarme y seguía escribiendo", recuerda. Pero no se convenció de cómo escribirla hasta cuando leyó un libro de Natalia Ginsburg que se llama Léxico familiar, en el que habla de su familia. "Ella dice que sentía repugnancia por cambiar cualquier nombre, por modificar cualquier cosa de la realidad y yo sentía lo mismo, que no podía cambiar nada". En últimas, salió este libro que, en palabras suyas, no sabe muy bien qué genero tiene. "Quería contar una historia muy bonita que era finalmente de las víctimas. De una víctima que conocí especialmente bien y de una familia típicamente antioqueña". En la escritura de este libro lo ayudaron mucho sus hermanas, para quienes también fue un alivio que se publicara el libro. "Ellas leían y me decían 'no sea bruto, eso no fue así', me ayudaban a afinar los recuerdos, los detalles".El libro se detiene en un hecho muy doloroso que también desgarró a la familia: la muerte de una de las hermanas mayores, Marta Cecilia Abad Faciolince, en 1972, cuando tenía 16 años, víctima de un melanoma que se llevó a una muchacha alegre, llena de vida y que, además, tenía por delante una muy prometedora carrera de cantante. "Yo creo que la muerte de Marta, que es tan importante en el libro, ayuda a entender incluso el sacrificio de mi papá. Cuando a uno le pasa una tragedia en la casa, como que la vida pierde valor y uno se dedica a hacer algo por los demás porque ya la vida de uno no es tan importante".En el libro el lector también percibe cómo evoluciona la mirada del hijo hacia el padre. El Dios, el ídolo infalible de la infancia, poco a poco pierde ese estatus y Abad Faciolince reconoce que, cuando lo asesinaron, él ya no quería tanto a su padre. "Yo creo que por eso también me sentí culpable cuando lo mataron, porque si él hubiera sido Dios, todavía en ese momento yo lo habría encerrado en la casa, me lo habría llevado a esconderlo cuando vi la lista de amenazados. Pero salió esa lista y no hicimos nada. No lo cogimos de las mechas que no tenía. No nos lo llevamos para Madrid, como se fue Alberto Aguirre, o para Argentina, como se fue Carlos Gaviria. Fue también falta de amor y de comprensión lo que pasó al final". Y aunque El olvido que seremos es un libro desgarrador que ha puesto a llorar a varios de sus lectores, en él Héctor Abad Faciolince hizo un esfuerzo supremo para dejar de lado cualquier rastro de nostalgia sensiblera o de sentimentalismo. "Tuve que podar mucho porque, como se dice vulgarmente, este libro lo escribí con el corazón en la mano y si uno espicha un poco el corazón, comienzan a salir chisguetes de miel por todos lados".Es un texto mucho más que la mirada de un hijo hacia un padre ejemplar, el médico y humanista que murió por denunciar de manera valiente la represión que se vivía en Colombia en los años 70 y 80 bajo forma de persecución a profesores y párrocos que pensaban de manera diferente a la clase dirigente, pero también de torturas, desapariciones, asesinatos y masacres. Es también una hermosa historia de familia que muestra los valores y las contradicciones de un hogar de clase media liberal, donde los libros y los discos eran más importantes que los carros y las vajillas, una familia celular rodeada de tíos y tías que rezaban el rosario mañana, tarde y noche, una madre creyente y respetuosa de la Iglesia, pero también del espíritu librepensador y científico de su marido. Una figura que siempre está presente, pragmática y generosa, que se encarga de que todo funcione bien en el hogar, de que Héctor Abad Gómez pueda darse el gusto de disentir sin sentir miedo porque lo despidan y no tenga cómo sostener a su familia. "Yo creo que mi mamá es de un temperamento profundamente liberal, probablemente más liberal en la vida misma que mi papá. Ella tiene ese sentido práctico que es propia de los antioqueños y, más que eso, de los huérfanos, que tienen la capacidad de sobreponerse a las dificultades de la infancia. Hoy tiene más de 80 años y va a la oficina con esa alegría de siempre, a pesar de todas las cosas duras que le han tocado en su vida".Pero también es un libro (ver punto de vista de Luis Fernando Afanador) que deja muy mal parados a ciertos sectores de la clase dirigente antioqueña, en particular de la Iglesia, la academia, la política y la empresa, que se sentían y se sienten cómodos en una sociedad permeada por la cultura del dinero fácil. Y que no tenían ningún problema en aprobar el asesinato de un ser humano simplemente porque no compartían sus puntos de vista. "Este libro es también un grito contra esa mirada antioqueña tan feudal de lo que significa la tierra, esa mirada de finquero que les paga mal a los trabajadores, que está llena de desprecio y odio por los que piensan distinto que ellos".Homenaje al padre, un intento para que Colombia no olvide tan pronto a las víctimas de la intolerancia y la violencia que la carcomen, autobiografía, carta larga o novela, El olvido que seremos dejó tranquilo a su autor. "Yo con todas mis novelas he tenido muchas inseguridades cuando las publico, y sé que están llenas de defectos. En este caso también, pero no me importa. Les cerré las llaves a las lágrimas. Ya no voy a volver a llorar por esto, ahora estoy tranquilo".