El imponente castillo medieval de Sababurg, construido en medio del bosque de Rheinwald en el estado de Hessen, se conoce hoy como el castillo de “La Bella Durmiente”. El cuento jamás especifica dónde vivió la hermosa princesa, pero el paisaje se asemeja a las descripciones de la historia, y Sababurg queda cerca a Marburg, ciudad en la que los famosos hermanos Jacob y Wilhelm Grimm estudiaron derecho.

Salvo “El Flautista de Hamelín” y “Los músicos de Bremen”, las historias de los Grimm ocurren cerca al mar, en un bosque o más allá de las siete montañas. En ellas lo alemán no está presente en los nombres de los pueblos o de los castillos sino, por ejemplo, en el protagonismo del bosque.

El famoso pensador alemán Martin Heidegger utilizó el claro-oscuro del bosque como metáfora para explicar su filosofía porque solía caminar por la Selva Negra, y pensar.

Y no es el único. “En el bosque encontramos el silencio que tanto nos gusta”, dice Richard Riegger, un joven economista de Berlín.“Allí vamos cuando necesitamos recargar energías”, dice Ansgar Miething, un profesor de colegio de Colonia.

“El bosque es crucial en el 70 por ciento de los cuentos,” dice el profesor especialista en cuentos de hadas Jack Zipes. “Representa un lugar donde cualquier cosa puede pasar porque en ellos ni la realeza ni la aristocracia detentan poder alguno. Sus leyes están determinadas por la naturaleza y por las misteriosas criaturas que lo habitan.”

Rayos dorados de la luz del sol de la madrugada que atraviesan las agujas de pino de un bosque verde para iluminar la suave maleza cubierta de musgo en este idílico claro del bosque. | Foto: © William Fawcett fotoVoyager.com

Los duendes, las hadas, los gigantes y los troles que protagonizan cuentos como el de los duendecillos que por las noches solían ayudar a los habitantes de Colonia con sus labores domésticas, están ligados a la mitología nórdica y germánica.

“Todavía vemos rastros del politeísmo germánico”, dice Rudolf Simek especialista en el tema. Los famosos duendecillos de Colonia siguen haciendo parte del folclor de la ciudad, y aún existe el dicho: cómo era de cómodo Colonia con los Heinzelmännchen. “Estos últimos son parientes de los Nisse de Noruega y de los troles de Dinamarca”, explica Simek.

A comienzos del siglo XIX, los hermanos Grimm se unieron al proyecto de los escritores alemanes Clemens Bretano y Achim von Arnim, y comenzaron a recopilar y a editar las historias que llevaban años trasmitiéndose de generación en generación. Movidos por el impulso nacionalista que avivó el Romanticismo, buscaron la esencia del pueblo alemán en su tradición oral, para así sentar las bases de su nación.

“Al principio, eran amigos y allegado a la familia los que les contaban los cuentos. Pero con el tiempo se fue creando una red de cuenteros”, dice Holger Ehrhardt experto en los Grimm, quien lleva años buscando la identidad de quienes narraron las historias a los hermanos. “Se sabe que la mayoría vinieron de Hessen porque allí vivieron los Grimm casi toda la vida”.

Entre la correspondencia de los hermanos, y los registros civiles y eclesiásticos de los pintorescos pueblos medievales y de las ciudades “hessianas” con elegantes palacios barrocos, Ehrhardt halló rastros de los informantes de los Grimm. “Hace dos años encontré la identidad de la mujer que les narró Cenicienta”. Se llamaba Elisabeth Schellenberg y vivió en Marburg.

Los Grimm y sus cuenteros dejaron huellas en varios pueblos y ciudades de la región. En Hanau, un monumento avisa a los visitantes dónde solía estar la casa en que nacieron los hermanos; en la plaza de los Grimm, en Kassel, sigue en pie una de sus residencias, y el Museo Casa Grimm exhibe el primer ejemplar de sus cuentos; en el Distrito de Cuentos de Hadas del pueblito de Rengershausen -cerca a Kassel- un monumento muestra la casa de madera en la que vivió Dorothea Viehmann, una de sus cuenteras estrella.

A comienzos de los años setenta se creó una ruta turística de cuentos de hadas que va de Hanau a Bremen, pasando por Trendelburg, donde está la impenetrable torre de Rapunzel; por Bad Wildungen, el pueblito donde se puede visitar la dulce casa de Blanca Nieves, y por Hamelín, ciudad en la que, desde 1994, el norteamericano Michael Boyer interpreta al Flautista de Hamelín.

“Son pueblos y ciudades que han apadrinado los cuentos”, dice Ehrhardt. Así no siempre haya conexión histórica, a ojos del visitante sus paisajes y su arquitectura parecen salidos de un cuento de hadas.

En Alemania estas historias siguen trasmitiéndose de generación en generación: a Richard Riegger se las leyeron sus abuelos; a Ansgar Miething sus papás y él, a su vez, a sus estudiantes; a Kristina Schönfeldt -una estudiante de derecho de la Universidad de Bonn- se las leyó su mamá, y Bertha Schumacher -una joyera de 73 años criada en Bogotá- le leyó las historias a su hija Andrea del mismo ejemplar del que le solía leerle su padre, quien cambiaba la voz para adaptarla a los personajes.

“A él se los leía su madre”, dice Schumacher. “Me contó que durante la Primera Guerra Mundial ella solía bajar los cuentos al sótano para leerle mientras pasaba el bombardeo. Por eso para él, esas historias estaban impregnadas de la sensación de seguridad que siente un niño sentado al lado de su mam”.