A Simón Mesa Soto ya lo conoce el glamuroso mundo del cine de la Costa Azul. En 2014 su cortometraje Leidi se llevó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, considerado el más importante del orbe. En pocos minutos, la obra del cineasta colombiano cuenta la historia de una joven de un barrio popular de Medellín que busca al papá de su hijo, porque hace días no aparece.
El director de fotografía de Leidi –un corto en el que la ciudad y la atmósfera ayudan a narrar la historia– es Juan Sarmiento, con quien Mesa Soto vuelve a unir fuerzas para crear su primer largometraje: Amparo.
La película relata una historia sencilla: el día en que una madre de un barrio popular de la capital antioqueña intenta tramitar la libreta militar de su hijo, Elías, para que el Ejército colombiano no lo reclute como soldado raso y se lo lleve al Caquetá.
Sin embargo, en el transcurso de las interacciones cotidianas de esas horas, se cuela el tumultuoso contexto político y social de la Colombia de los años noventa. La cámara acompaña a Amparo en la búsqueda de su hijo por las calles del barrio; está ahí cuando, por fin, entra al batallón del Ejército y averigua por qué Elías nunca recogió a su hermanita en el colegio, y le sigue los pasos mientras procura reunir la plata que necesita para el trámite de la libreta militar. En esos ires y venires, el espectador se entera, por ejemplo, de que es común que el Ejército haga redadas en los barrios populares de Medellín y se lleva en camiones a los jóvenes que no han prestado el servicio militar obligatorio. Oye que los trasladan como soldados rasos a algunas de las zonas más peligrosas del país, y que, pagando lo suficiente, es posible cambiar los resultados de los exámenes que determinan si alguien es apto para combatir.
“Pero la historia se aleja de ese entorno y se centra en las relaciones familiares,” dice Mesa Soto.
Durante ese día, en el que la cámara se pega al cuerpo y a la cara de Amparo, el público se entera de que trabaja en una lavandería para que sus hijos tengan lo mínimo, y que Elías o una vecina la ayudan recogiendo a su hija, Karen, en el colegio y cuidándola hasta entrada la tarde cuando ella regresa a la casa. Oye la discusión de Amparo con su madre, y esta le recrimina que no se haya preocupado por que Elías terminara sus estudios, y cuando, desesperada, va a la casa de quien parecía ser su pareja y le cuenta a él y a su mujer cómo la dejaron los dos padres de sus hijos.
“Siempre he tenido una relación muy fuerte con mi mamá, y eso, en buena medida, me ha llevado a interesarme por este tipo de historias”, dice Mesa Soto cuando se le pregunta por la inspiración para escribir Amparo. Y añade: “También es una especie de memoria de cómo fue crecer en la Medellín de los noventa, tenerles miedo a las batidas del Ejército en los barrios de la ciudad, y ver las angustias que vivía mi madre, una mujer soltera de clase media baja. Pero hasta ahí las semejanzas”.
El primer guion de la película no se parece a la historia que se estrenará en julio mundialmente en Francia, y que debe llegar a los cines del país antes de que acabe 2021. “La primera versión que yo leí se enfocaba en la relación entre una madre y su hijo”, cuenta Sarmiento. Era como un diálogo entre los dos personajes para intentar resolver el conflicto central de la historia: cómo tramitar la libreta militar. Pero en su versión final, Amparo terminó convertida en la historia de una madre. El hijo casi no aparece en cámara; es más, es su ausencia lo que percibe y teme el espectador.
Según Sarmiento, Mesa Soto es un director al que le gusta evaluar diferentes versiones de las historias. Por eso, durante el proceso de preproducción, ensaya bastante las escenas, evalúa cómo funcionaría el diálogo y la coreografía de los personajes de esta o aquella manera, y define bien cada toma.
En Amparo –como en Leidi y en Madre, su cortometraje incluido en la Selección oficial de Cannes en 2016– el personaje principal lleva el hilo narrativo de la historia. “Son retratos de las protagonistas”, explica Sarmiento. “Ellas dictan todo lo que sucede, y la emoción que sienten define qué es importante para el espectador.”
En el caso del largometraje, esa estética se llevó un poco más al extremo: las tomas se centran en la cara de Amparo y en la de las personas que hablan de cerca con ella. Los barrios de la ciudad aparecen borrosos, desenfocados. En esa decisión también influyó la necesidad de reducir costos y no recrear la Medellín de los noventa. “No es fácil hacer una película en Colombia”, dice Mesa Soto. Pero aclara que su interés era que el personaje de Amparo tuviera el poder de la historia.
Y a fe que lo tiene. El espectador constantemente busca su mirada; de repente, se hace consciente de que lleva un rato analizando en detalle las facciones y expresiones de su cara a ver si descifra el nivel de angustia que siente esa madre; ella trata, aquí y allá, de reunir la plata para que a la madrugada siguiente su hijo vuelva a la casa, en vez de emprender el largo trayecto hacia lo que, en ese entonces, era una de las regiones más peligrosas de Colombia.
“Presentar un personaje contenido en vez de sumarle más carga dramática al asunto fue una decisión narrativa –explica Mesa Soto–. Además, la tristeza no necesariamente se expresa. No en todas las caras se leen las emociones con la misma facilidad, y veía una cierta poesía en esa cercanía con el personaje, y en ese juego de llevar al espectador a buscar su mirada”.
“Escoger a Amparo fue una decisión arriesgada. Ella y su cara son la estética de la película”, dice el director. Pero el impacto de esa elección fue incluso más allá. Según contó Mesa Soto, antes de darle el papel a Sandra Melissa Torres, estuvo considerando la posibilidad de que una bogotana la interpretara. En ese caso, a la historia se le habrían añadido otros matices. Amparo sería una mujer bogotana que viviría en un barrio popular de Medellín. ¿Por qué se fue a otra ciudad? ¿Hace cuánto llegó a la capital antioqueña? Esas preguntas habría que responderlas antes de rodar la película. “Los personajes mueven ese tipo de decisiones. Hay un diálogo entre lo que está escrito y lo que aportan las personas que interpretan los papeles. Yo creo que todo actor le presta a la historia lo que es”.
A la pregunta final de si consideran que el cine debe cumplir una labor social, Sarmiento y Mesa Soto responden que es, de suyo, político y social, pues habla de personajes y universos que, como todos los seres humanos, arrastran la carga del contexto en el que viven o en el que nacieron. “El ambiente de Colombia nos afecta a todos, y eso termina permeando cualquier forma de arte”. Pero añaden: “El cine es diverso, y en el cine colombiano se está notando cada vez más cómo se amplía ese abanico de posibilidades narrativas. En Amparo nosotros tomamos deliberadamente la decisión de que la realidad colombiana hiciera eco en la historia”.