Desde los años setenta, la Santamaría ha sido la plaza de toros colombiana que año tras año otorgaba el título de ‘Novillero del año’. Ese galardón no servía para canjearlo por carne en el Carulla o en el Éxito, ni siquiera en la plaza de mercado de La Perseverancia, donde los toreros colombianos solían tener crédito, al menos en los jugos naturales y ensaladas de frutas después de los entrenos en el ruedo o en el Parque Nacional. Para lo que sí servía ese reconocimiento era para golpear las puertas de las empresas, reclamando la alternativa, esa ceremonia en la que los novilleros se gradúan en tauromaquia, y como cualquier universitario, conseguían su título profesional, en su caso, el de matador de toros.
Quienes han sacrificado su infancia y su juventud por alcanzar este grado, lo han hecho entre otras porque se podía vivir y comer –muy bien por cierto– de su profesión, siempre y cuando se cortaran orejas, que siempre son monedas de cambio de nuevos contratos y traen los billetes para ir al supermercado.
Si llegaban a ser figuras del toreo podrían incluso hacerse millonarios, tener finca y ganadería, y asegurar el futuro de su descendencia, como lo hizo César Rincón hace treinta años, cuando se convirtió en el primer torero, en 300 años de tauromaquia, en salir a hombros por la puerta grande de Las Ventas de Madrid cuatro veces consecutivas en la misma temporada (1991).
Precisamente, tras el triunfo en Europa de Rincón, fueron por decenas los novilleros de todo el país y de todas las clases sociales que pisaron la Santamaría para demostrar que tenían condiciones para hacerse ricos frente a los pitones de un toro bravo. Quienes conquistaban al siempre inquisidor público de Bogotá, tenían medio contrato de la alternativa asegurado.
Hace treinta años, toreros como Joselito Borda, Pepe Manrique, José Gómez ‘Dinastía’, Sebastián Vargas, Diego González, Alejandro Gaviria o Ricardo Gómez fueron los mejores en la Santamaría y todos tomaron la alternativa. Sus nombres estuvieron en los carteles de las grandes ferias (Cali, Manizales, Cartagena, Medellín, Duitama, Bogotá) en aquella época dorada en que las plazas de toros se quedaron pequeñas ante la demanda de espectadores. No todos llegaron. Para la muestra James Peña ‘Granerito’, ‘Novillero del año’ de la temporada 1989, y aunque hizo más de una veintena de paseíllos en la plaza de toros de Bogotá, no alcanzó el título de matador de toros. Hoy es un maestro en el arte de lidiar y bregar toros con el capote, en calidad de subalterno y banderillero.
Es probable que en 2022, cuando las ferias colombianas se han reducido a la mínima expresión de su historia, con solo dos plazas de primera categoría vigentes, Cali y Manizales, el título de Novillero del año no sirva para redimirlo, y sea insuficiente para que los aspirantes accedan al grado de matador de toros.
El título de este año no estuvo en disputa en el ruedo de la Santamaría, sino el de la plaza Marruecos, que desde su inauguración el 17 de febrero de 2013 –cuando Paco Perlaza, Ramsés y el español Eduardo Gallo se las vieron ante un encierro de Mondoñedo– se convirtió en el bullring alterno al de la primera plaza del país, como en Madrid lo es el palacio Vistalegre, en el barrio Carabanchel.
La gran final
Andrés Manrique, Joselito Castañeda y Ánderson Sánchez fueron los clasificados, tras ganar su cupo donde siempre ha estado en juego: en el ruedo. Manrique se llevó el trofeo al novillero triunfador de la feria de Manizales; Castañeda salió a hombros en su encerrona con cuatro novillos de Mondoñedo en Choachí, y Sánchez se alzó con el trofeo al triunfador de la preferia de Cali, donde indultó a ‘Bonito’ de la ganadería Paispamba.
Para la gran final, estos tres novilleros tenían que jugarse el pellejo ante una corrida de toros de Ernesto González Caicedo, de encaste Santacoloma que requiere manos curtidas y experimentadas, y que no dejaban de ser una auténtica guerra para los tres aspirantes. Fueron anunciados como novillos, pero sus caras llenas de rizos y el grosor de la cepa de los pitones reflejaba su verdadera edad.
Eran auténticos toros, aunque con algunos rezagos de la pandemia, y de ellos se había hablado durante el año. Muchos toreros tenían referenciado ese lote que llevaba pastando desde 2020 en tierras de Subachoque. Fueron varios los que intentaron negociarla para lidiar en alguna corrida de toros, pues tenían sello de garantía para triunfar. No era para menos, eran los últimos toros que Ernesto González había herrado en su finca Santa Teresa (en Popayán), y que llevaban la sangre de sus antepasados que, precisamente hace treinta años, eran los más apetecidos por las figuras, sobre todo por César Rincón, antes de que la sangre del encaste Domecq inundara las venas de la mayoría de ganaderías del país.
De los tres, Andrés Manrique era el de mayor oficio (experiencia), toda vez que desde que decidió seguir la profesión de su padre, Pepe Manrique, ha completado casi ocho años de novillero sin caballos y con picadores. Aunque hace cinco años perdió la ilusión y renunció a los trastos de torear, el año pasado la recuperó y volvió a torear. Era el que llegaba con mayor número de toros estoqueados y vacas en tentaderos a cuestas.
Vea el resumen de la final de los novilleros en 3 minutos aquí:
Orgullo de su tierra
Sin embargo, Ánderson Sánchez venía respirando toro, pues desde diciembre había vivido los mejores días de su vida como torero. Hizo el paseíllo en la novillada del abono de la Feria de Cali, donde cortó una oreja al encierro de Salento, y se presentó en la plaza de toros de Manizales en plena feria de la capital caldense. Algunos toros a puerta cerrada, y el privilegio de pisar por primera vez en su vida el templo de las ganaderías bravas del país, la de Mondoñedo, fundada en 1923, donde se preparó en la semana previa a la final.
Sánchez salió a buscar el título desde el comienzo, pues se fue frente de la puerta de los sustos para recibir al primero de su lote, tercero de la tarde, con una larga cambiada de rodillas. ‘Almirante’ (número 76, 405 kilos según la tablilla), resultó ser el mejor de la novillada, pues el público que ocupó algo menos de la mitad del aforo de los tendidos de la plaza Marruecos le pidió el indulto. Sánchez se entretuvo como nunca dando muletazos con la derecha y la izquierda, y haciéndose pasar el toro alrededor de su cuerpo como si no quisiera que la faena terminara.
El toro embistió con nobleza y calidad admirables, pero tenía muy poca fuerza y terminó abrigándose en las tablas. Ánderson ejecutó la estocada más certera de la tarde, que llevó a sus manos las dos orejas que, en principio, el presidente de la corrida estaba obstinado a no conceder. A regañadientes sacó el segundo pañuelo blanco, pero no asomó el azul que el público reclamaba para homenajear con la vuelta al ruedo en el arrastre a ‘Almirante’ de Ernesto González. El público no le perdonó la decisión y dirigió al palco una estruendosa bronca. El presidente fue desautorizado cuando un matador de toros, vestido de civil, se tiró al ruedo y obligó a las mulillas a dar una vuelta al redondel, en un acto que violó una ley de la república, por lo que mereció la intervención de la policía.
Ánderson Sánchez nació en Lenguazaque, un pueblo en el norte de Cundinamarca que vive de las minas de carbón, y que desde hace décadas celebra sus ferias y fiestas con el único espectáculo que llega a su jurisdicción, las corridas de toros. Allí, en una plaza portátil de madera y metal, todos los meses de febrero se daban corridas con toros imponentes y toreros de cartel. Allí fue donde se aficionó Sánchez, siempre de la mano de su abuelo, y se fijó entre ceja y ceja el objetivo de ser el más famoso de su pueblo, como el primer torero forjado en sus calles.
Su primer maestro fue Ricardo Gómez, matador de toros oriundo del vecino pueblo de Ubaté, que como novillero salió a hombros en la Santamaría de Bogotá cuando le cortó tres orejas a un encierro de Mondoñedo, en la temporada de 1999. La primera vez que Ánderson se puso frente a un animal de casta, en público, fue en Sutamarchán (Boyacá), ante un becerro de El Manzanal. Debutó vestido con el traje de luces el 18 de marzo de 2013, en las ferias de su pueblo, ante un novillo de Garzón Hermanos, célebre ganadería de la región. También en Lenguazaque ascendió al escalafón profesional, cuando debutó con picadores ante novillos de Salento, la tarde del 13 de mayo de 2018. Llegó la pandemia de la covid-19 y como todos los toreros colombianos estuvo en el dique seco, pero tomó el parón y el número cada vez más reducido de novilleros para aprovechar las oportunidades que le fueron presentando.
A Puente Piedra llegó con el respaldo de cerca de 80 de sus paisanos, quienes llenaron la capacidad de dos buses que de Lenguazaque viajaron con la ilusión de ver el triunfo de su torero. Aunque apenas es aspirante a matador de toros, Anderson hoy es el “orgullo de Lenguazaque”, como lo señaló en sus redes sociales Fernando Ruge, una auténtica personalidad en ese municipio de minas de carbón.
La responsabilidad
El triunfo de Sánchez condicionó la tarde de Manrique, pues necesitado del triunfo absoluto y el llamado a marcar más goles (cortar orejas), se vio obligado a apretar el acelerador. Su lote de toros fue el más difícil, aunque tuvieron embestidas para triunfar. Cada vez que Manrique les agarró el sitio indicado para que los toros arrancaran con entrega, pegó muletazos por la derecha y al natural de nivel de matador de toros, pero errores de principiante que terminaron en desarmes, errores no forzados como dirían en el tenis, diluyeron sus faenas. Y si en Manizales estuvo hecho un cañón con la espada, el día de la gran final se le mojó la pólvora.
Sin orejas en la espuerta, se metió la mano al bolsillo y regaló el sobrero, no tenía otra que jugarse sus restos como equipo que busca el gol de la salvación en el tiempo de adición. El séptimo toro fue una auténtica alimaña que por poco estuvo de mandarlo a la ambulancia. Sin embargo, la cuestionada presidencia le dio por sacar el pañuelo azul para darle la vuelta al ruedo al toro, que finalmente los mulilleros no ejecutaron porque el público estuvo al borde de entonar el ‘corito celestial’, como diría el fallecido narrador Édgar Perea, cuando provocaba que el estadio Metropolitano de Barranquilla gritara al unísono “hijuep..., hijuep...” al juez central. Manrique se fue de la plaza sin chaquetilla, levantó su montera y con la cabeza caliente y el cuerpo magullado se despidió del juez de plaza con la palabra que muchos espectadores estuvieron a punto de dedicarle. En los toros, a diferencia que en el fútbol, no se oyen madrazos, pero el coro de “mala presidencia” puede significar lo mismo.
Callar bocas
Joselito Castañeda se había vestido de luces el pasado 11 de diciembre en la plaza de Cañaveralejo, en Cali, pero allí se fue sin poder matar el toro de su debut, en una ambulancia y con la pelvis fisurada, pero lo que es peor, sin haber dejado un muletazo para el recuerdo, solo el gesto de la larga cambiada de rodillas frente a la puerta de toriles, con la que saludó al toro ‘Cuñado’ de Paispamba. Hubo hasta algunos profesionales del toreo que le insinuaron que dejara los toros. Joselito no perdió la ilusión.
Contra todo pronóstico, apenas dos semanas después volvió a ponerse delante de dos toros de Clara Sierra, en Albán (Cundinamarca), y toreó a puerta cerrada un toro de Mondoñedo, dos días antes de la novillada de Puente Piedra. Su idea era matarlo para cogerle el tranco a la espada, pero el ganadero Gonzalo Sanz de Santamaría lo indultó. Ni una estocada antes de la final. Eran muchos los escépticos, Joselito los dejó con la boca cerrada al hacerle faena y arrancar oles de la garganta del público a sus dos toros. Sobre todo al quinto de lidia ordinaria, al que pudo torear muy despacio y aguantando las embestidas a cámara lenta del animal, algo muy difícil para quien apenas ha estoqueado cuatro toros en todo el año, incluso para el más experimentado matador de toros.
A la plaza de toros Marruecos había llegado como los maletillas de la época de Palomo Linares, esa máxima figura mundial e ídolo de la Santamaría entre los años 1960 y 1985: por sus propios medios. TransMilenio desde el barrio Venecia hasta el Portal de la 80, y de allí una flota que iba recogiendo y dejando gente hasta Subachoque, con su maleta de trastos y su fundón de espadas al hombro, y el portavestidos en la mano. Se vistió de torero en uno de los baños debajo de los tendidos de la plaza, junto a picadores y banderilleros. Con miedo en el cuerpo y angustia en la cabeza, tachando nombres de un listado hasta completar las 40 boletas que debía vender para llegar con algo de dinero y saldar algunas dudas.
La última vez que Castañeda empuñó la espada fue el 28 de agosto del año pasado, en aquella encerrona ante cuatro novillos toros de Mondoñedo. Por eso, lo más natural era que la espada fuera la que lo privara del triunfo, pues de haber acertado en sus dos toros al menos hubiera sumado una oreja de cada uno, las suficientes para haber acompañado a Sánchez en su salida a hombros triunfal.
Ánderson Sánchez, de Lenguazaque, es el novillero del año en Colombia. El título debería abrirle puertas de ganaderías, verse retribuido en nuevos contratos, pero los tiempos que corren para la fiesta de los toros puede que lo dejen sin el adecuado reconocimiento. Andrés Manrique y Joselito Castañeda deberán esperar a estar nuevamente delante de un toro para seguir superando asignaturas que homologuen los créditos suficientes para llegar a la alternativa. Ganaderos y empresarios son los llamados a alimentarles la ilusión, pues si nadie les da toros a los novilleros, la tauromaquia en Colombia quedará sepultada. Por más ilusión que tengan los que aún sueñan con la fortuna que solo se consigue en la soledad del redondel. Para sorpresa del país, todavía existen.
Novillada de abono
Bogotá, 22 de enero de 2022. Plaza de toros Marruecos (Puente Piedra, Cundinamarca).
Toros de Ernesto González Caicedo (petición de indulto al tercero).
Andrés Manrique: silencio, saludo desde el tercio, y saludo desde el tercio en el toro de regalo.
Joselito Castañeda: saludo desde el tercio y saludo desde el tercio tras dos avisos.
Ánderson Sánchez: dos orejas y silencio.