Ver una película sin espectadores durante el Festival de Cine de Cannes es inusual. Así ocurrió hace una semana: más de 100 personas salieron despavoridas del Gran Teatro Lumière, pues no soportaron la violencia explícita y las escenas cruentas del nuevo filme del director danés Lars von Trier. La crítica calificó de ‘vomitivas’ esas imágenes que presentaban sin pudor torturas, mutilaciones y la muerte de una mujer y dos niños. El protagonista de la cinta asesina como si fuera un arte. Las declaraciones de Von Trier después de presentar la película terminaron de desatar la polémica. El director confesó que pudo haber sido un gran asesino en serie, pero que se controló: “Nunca maté a nadie, pero de hacerlo mataría un periodista”, dijo con una cerveza en la mano frente a un grupo de reporteros. Su comentario recordó el episodio de 2011 cuando, en el mismo Cannes, expresó su empatía con Adolf Hitler, por lo que lo declararon ‘persona non grata’ y estuvo vetado hasta este año. Puede leer: "En Colombia la violencia fue deseada, la lucha armada fue un proyecto político" Pero ¿qué hay detrás de su actitud y de sus creaciones? El danés es mucho más que un gran director que no mide sus discursos. A los 12 años estuvo internado en un hospital psiquiátrico para tratar sus angustias y fobias. Desde entonces no ha dejado de visitar especialistas. Dice que consume alcohol para trabajar; que su psiquiatra le reprocha por tomar más medicina de la que debería; que le teme a los espacios abiertos; incluso, la cantante islandesa Björk lo señaló de acoso sexual. Von Trier ha dicho que el cine es una forma de canalizar su estado mental y que muchos de sus personajes son catárticos. Algunas de sus creaciones reciben alabanzas y de ahí que muchos discutan si llamarlo genio, loco o sobrevalorado. Aunque no ha expresado su deseo de matar a alguien, Yayoi Kusama, artista japonesa de 89 años, también busca equilibrio en el arte. Su trabajo se caracteriza por la psicodelia, los patrones coloridos y la repetición de figuras que, dice ella, alteran su visión. Desde muy joven alucina con puntos y círculos de todos los tamaños que distorsionan lo que ve. Después de pintar el Japón de la posguerra, dijo que su país le resultaba “demasiado pequeño y demasiado servil” para su arte. Por eso, viajó a Nueva York, pero regresó en 1977 para internarse voluntariamente en una clínica psiquiátrica en la que aún reside. Desde allí sigue creando, tiene su propio museo, y así logra su estabilidad psíquica y controla su esquizofrenia. “Con mi acumulación astronómica de puntos, consigo que el arte me borre por completo. Mi vida es un punto, es decir, una partícula entre millones de partículas”, escribió en su autobiografía. Le sugerimos: ¿Por qué el éxito de los dramatizados de los canales regionales? También recientemente ocupó titulares en la prensa por razones similares la cantautora irlandesa Sinead O’Connor (la de Nothing Compares to You), que, a los 15 años, estuvo internada en un correccional de menores y a la que tiempo después le diagnosticaron trastorno bipolar. Hizo varios intentos de suicidarse después de asegurar que solo tenía en su vida a su psiquiatra. Hubo otros casos diagnosticados. El autor del famoso Ulises, James Joyce, tuvo episodios de locura que luego estudió el psiquiatra francés Jacques-Marie Émile Lacan. La escultora Camille Claudel, pareja de Auguste Rodin y de Claude Debussy, vivió los últimos 30 años de su vida en una clínica psiquiátrica a causa de una crisis nerviosa que le hacía destruir sus obras. Martín Ramírez, el pintor mexicano considerado uno de los maestros del arte autodidacta del siglo XX, terminó en un centro psiquiátrico de California diagnosticado con depresión aguda, esquizofrenia, catatonia y psicosis. Y el dibujante suizo Adolf Wölfli fue el máximo exponente del ‘arte marginal’ o ‘arte bruto’, una corriente que reúne las creaciones de pacientes internados en hospitales psiquiátricos. Estos casos recuerdan que el arte siempre se ha asociado con la locura: Platón, en el siglo IV a. C., diferenció la locura clínica de la creativa diciendo que esta última surge de la belleza y es necesaria para crear. Luego fue entendida como un castigo divino y como una maniobra sobrenatural. Durante el Renacimiento, de hecho, existió una “nave de los locos”, en la que se expulsaban del territorio a quienes ponían en riesgo la seguridad de los ciudadanos. La locura también fue sinónimo de extravagancia, de excentricidad y de melancolía. Pero solo hasta finales del siglo XIX se definió como un conjunto de comportamientos desviados de las normas. Por eso, quienes actuaban de tal manera eran aislados y recluidos con ‘tratamientos morales’. Y en aquella época las enfermedades mentales fueron objeto de estudio con la psiquiatría, una parte de la medicina dedicada a esos trastornos. Puede leer: “Ciro Guerra es de los mejores del mundo” Hoy, el nombre es más preciso e incluye diferentes enfermedades que tienen como síntomas la pérdida de la memoria, la disminución de la inteligencia, las alucinaciones, los delirios o las alteraciones emocionales. Pero ¿qué tanto afectan estos síntomas a las obras de quienes han sido considerados grandes creadores? Aristóteles señaló la existencia de una relación indisoluble entre genialidad y locura, y Sigmund Freud se preguntó también por las razones del don de la creatividad. José Guimón, catedrático de psiquiatría de la Universidad del País Vasco, y especialista en la relación de la psique y el arte, se pregunta si los artistas reúnen características especiales, y si estas son heredadas o adquiridas. Y aunque explica que el arte puede dulcificar la angustia del hombre, también hay una comprobación científica: según él, hay una relación entre la patología y la creatividad. Explica que si no hay ansiedad, no hay creación, pues hace falta un movimiento determinado en los circuitos cerebrales relacionados con la ansiedad y la depresión para ser creativo. Y así lo registra la historia del arte con el reconocido pintor holandés Vincent van Gogh: vivió atormentado y pintó desde los 27 años; la única manera de mantener su equilibrio mental y emocional. Vivió sus últimos años bajo los cuidados de Gauguin. Pero tras abandonarlo por sus constantes discusiones, Van Gogh salió en la noche y visitó a Rachel, una prostituta, para entregarle la oreja que acababa de cortarse; “trata con cuidado este objeto”, le dijo mientras sangraba. Años después, con la soledad y el ritmo frenético de su trabajo, sorbía trementina y mordisqueaba los pinceles; deliraba y sufría ataques de epilepsia hasta que murió en 1890, a los 37 años. A veces la locura puede tocar al espectador y no positivamente: cuando se tiene la herencia patológica, la que explica Guimón, surge un estímulo que genera fijaciones. Muchos recuerdan el caso de Hitler, fanático de Richard Wagner, quien pretendía crear un museo con las obras robadas durante la Segunda Guerra Mundial. Los artistas han cargado con el estigma de la locura y de las enfermedades mentales. Muchos se han valido de ellas para crear piezas magistrales que pasaron a la historia; otros se dejaron llevar por los excesos y la decadencia. Sin embargo, y como escribió el dramaturgo Pierre-Augustin de Beaumarchais, el arte no ha dejado de ser un título de indulgencia para todas las locuras.