Alas cuatro de la tarde, cuando la neblina se hacía más densa, la luz más débil y el frío más intenso en el páramo de Pisba, María Johana, Nelson y Pablo supieron que debían pasar la noche allí. Solo habían avanzado 5 de los 32 kilómetros que debían atravesar para llegar al municipio de Socha. Agotados, era claro que no iban a lograr completar el recorrido; tampoco podían devolverse, pues hasta allí habían llegado cruzando peñascos con sus bicicletas al hombro. No estaban preparados para pernoctar en el páramo, no tenían carpas ni bolsas de dormir, y sus únicos alimentos eran una lata de atún y un poco de panela.

María Johana –antropóloga–, Nelson –fotógrafo– y Pablo –montañista– comenzaron este viaje en el departamento de Arauca. Tenían la idea de recorrer en bicicleta, y en 20 días, la ruta libertadora, de más de 800 kilómetros entre Arauca y el puente de Boyacá. La misma que Bolívar tuvo que transitar con su ejército para liberar a la Nueva Granada en 1819. Lo decidieron con motivo de la celebración del bicentenario, y con la meta clara de responder a la pregunta: ¿qué pasa hoy, 200 años después, en la ruta por la que anduvo Bolívar? Ninguno de los tres tenía entrenamiento físico.

Foto: Cortesía Nelson Cárdenas

“Uno se imagina a Colombia como una sola nación cohesionada, agrupada bajo unos imaginarios y unos héroes comunes, pero vemos que eso no acaba de ser cierto. Por eso, la intención de hacer la ruta del Libertador era descubrir qué pasa en esos territorios, cuáles son sus nuevas luchas”, dijo Nelson a SEMANA. “Igual que nos pasó a nosotros, le pasó a Bolívar”.

Los tres habían evaluado si debían aventurarse a cruzar el Pisba a pie. No podían alquilar mulas para hacer el recorrido, pues, por una disputa entre el Gobierno y los campesinos de la región, estos estaban en paro.

Desde el piedemonte llanero hasta la cordillera Oriental, estos aventureros superaron las dificultades del clima y la geografía con la ayuda de todas las personas que encontraron.

En 1819, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander tuvieron una discusión similar. Bolívar se negaba a pasar con su ejército por este difícil territorio. Santander, en cambio, creía que solo de ese modo evitarían un encuentro con las tropas realistas. Al final decidieron cruzar el páramo, tuvieron éxito y el hecho se convirtió en parte crucial de la gesta independentista.

Foto: cortesía Nelson Cárdenas

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Aunque salieron bien librados de esta situación, para María Johana, Nelson y Pablo esa noche en el páramo se convirtió en el recuerdo de la parte más larga y difícil de su notable aventura.

Cuando un campesino de la región los encontró, al borde de la hipotermia, les preguntó: “¿Ustedes por qué están aquí cargando bicicletas?”. María Johana, cansada y desesperada, le respondió: “Por maricas”. Y de esa anécdota surge una de las conclusiones de la travesía: "sin la ayuda de todas las personas que habitan en la ruta, ni ellos ni mucho menos Bolívar hace 200 años hubieran podido completar el recorrido. “Las personas nos decían por dónde podíamos caminar, que ruta debíamos tomar, con quién podíamos hablar, a quién nos recomendaban buscar”, cuenta María Johana.

"BOLÍVAR ESTARÍA CONGELADO EN EL PÁRAMO DE PISBA SI NO HUBIERA SIDO POR LA GENTE QUE, HOY COMO ENTONCES, LO PASA A UNO DE UN LADO A OTRO, LE DA COMIDA Y LO GUÍA".

En los territorios, los héroes son otros

A lo largo del tiempo ha crecido una narrativa que resalta figuras como Bolívar y Santander, pero que también ha invisibilizado otras igualmente fundamentales. María Johana y Nelson relatan que “al indagar en los territorios por la historia del paso de Bolívar, lo que se encuentran son los relatos de los héroes locales, los que no están visibilizados desde el centro”.

En los territorios hubo muchos héroes. Por ejemplo, el indígena Inocencio Chincá, originario de Tame, Arauca. Hizo parte del ejército libertador en la campaña de Venezuela y en la de la Nueva Granada, y en esta última participó en la carga de los 14 lanceros contra las tropas realistas en la batalla del Pantano de Vargas, el 25 de julio de 1819.

También, muchas mujeres lucharon en los combates por la independencia, a pesar de tenerlo prohibido. Algunas, como Mercedes Ábrego y Dorotea Castro, murieron fusiladas por auxiliar con alimentos, caballos y armas a los patriotas. Otras, como Simona Amaya, originaria de Paya, Boyacá, se hicieron pasar por hombres para participar en la contienda. Amaya luchó, disfrazada, en la del Pantano de Vargas; allí murió, lo que permitió descubrir su identidad.

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Así, los aventureros modernos descubrieron que el proceso libertador habría fracasado sin las acciones desconocidas de estas mujeres e indígenas. “Hay un choque de narrativas entre la historia que se quiere contar desde el centro y las historias que construyen en las regiones; la gente, queriendo pertenecer, las comparte, y así le dice a una nación que no se construye todavía ‘Venga, conózcanos, péguese a mí’”.

Foto: cortesía Nelson Cárdenas

De este viaje resultó el libro Bicintenario: la libertad pendiente, un proyecto que María Johana y Nelson intentan sacar adelante por medio de una financiación colectiva o crowdfunding. Está escrito a dos voces, planteado como una conversación entre dos puntos de vista que, si bien vivieron la misma experiencia, lo hicieron de manera muy distinta.

El libro incluye, además, una gran cantidad de fotografías tomadas por Nelson durante el viaje y notas escritas por ambos en el trayecto. Propone un diálogo constante entre lo visual y lo escrito para producir una imagen y una comprensión profundas de este recorrido.

Ellos no buscaban reconstruir lo que pasó. Más bien, aprovechar la celebración del bicentenario para hacer visibles las voces de los pobladores y sus héroes. Capturar, como asegura Nelson, “esa necesidad de que cada uno cuente su cuento, que la celebración tenga una narrativa múltiple. Porque todos no podemos contar la misma historia”.

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Si usted está interesado en el libro o en ayudar a María Johana y a Nelsón en su publicación, aquí puede consutlar toda la información:

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