A pocas horas de empezar la décima edición del evento que se inventó, que él y su equipo han consolidado en el mapa de la industria global, hablamos con Andrés Bayona, director del Bogotá International Film Festival (BIFF). Lo encontramos en un momento en el que, como bien lo pone, “se ve todo el trabajo del año”.
Es hora de dejar que todo suceda, pero, por supuesto, Bayona sigue pendiente de apagar los incendios que se presentan en el camino. Porque así es el mundo, así es la vida y así es el cine, cuando atrapa. Uno de esos contratiempos de esta edición, por ejemplo, el vuelo de uno de sus invitados cancelado por cuenta del huracán Milton. Otro, una enfermedad viral que le impide volar. Le faltó a Bayona llamar a Dios y pedir ayuda. El colmo de la desatención. Pero cada edición deja su aprendizaje.
La experiencia de diez años en elevar este BIFF y casi tres décadas de trabajo en temas de cultura lo dotan de una mayor tolerancia ante los detalles incontrolables de la existencia. Bayona sabe que el festival es saludable, emocionante y lo presenta con la excitación de una ola a punto de romper. Este es un sueño que fue configurando desde las experiencias profesionales de su vida en el naciente Ministerio de Cultura, luego en Proimágenes, que sin estudiar cine (es ingeniero de profesión) lo expusieron a muchísimas películas y a lidiar con los tejemanejes de la curaduría y la distribución. Pero no lo ha hecho solo, pues se ha robustecido desde una mesa de muchas voces que representan el sector privado y el público, articulados para configurar este fiestón audiovisual.
El BIFF, dice Bayona, apuesta por un público joven, pero es evidente que su apuesta también atrae a sensibilidades que no tienen edad. Lo cierto es que con estrategias muy propias, como los cine-conciertos que han fusionado música de DJ y proyecciones de cortos silentes (y también han sumado la participación de la Filarmónica Juvenil, para un público mayor), el festival ha sabido atraer a los más jóvenes a las salas. Y no es un hecho menor, pues, como apunta, el 70 por ciento de ellos y ellas ven series y películas en sus teléfonos.
Le pedimos al gestor que nos describa la personalidad de este evento. Lo declara inconforme, siempre mirando a lo que viene. “El BIFF es un niño que ya patea, que quiere tomar sus propias decisiones y que es arriesgado en sus acciones. Eso se ve en todo el espíritu del festival, la curaduría, los talleres, los invitados”, explica. Entre esos programas, es destacable el BIFF Kids, que el año pasado llevó a cine a 5.000 niños de colegios públicos.
Sobre la distancia entre lo que visualizó cuando empezó esto y la realidad que hoy vive, Bayona relata que la visión no es muy distinta, pero el camino ha sido mucho más complejo de lo que esperaba (y encima tocó capotear una pandemia). Aun así, señala que “hemos cumplido nuestros objetivos y metas”. Entre esas, está atender su público definido, los jóvenes, que, recalca, “son el centro de nuestro universo”. Bayona considera fundamental que los eventos que nacen de las industrias creativas sepan a quién apuntan. En el caso de los festivales de cine, les servirá para no ser uno más, para ganar respeto y respaldo.
En la tensión entre la misión que se ha completado y lo que queda por hacer, se lleva a cabo este BIFF de aniversario. Porque, una vez más, se ha configurado una programación tremenda, a prueba de edad, muestra del ADN vibrante del evento. Esta suma entre sus películas a las ganadoras de la Palma de Oro en Cannes (Anora), del Grand Prix de la Semana de la Crítica en ese mismo festival (Simón de la montaña), del Oso de Plata en la Berlinale (Dahomey), así como el preestreno de la nueva película de Francis Ford Coppola (Megalópolis), que ha dado de qué hablar en su manera de dividir audiencias y confundir expectativas. Además, suma una retrospectiva del vanguardista Denis Côté y una agenda de charlas y talleres con invitados curada con espíritu de descubrimiento.
Le preguntamos a ‘Rata’ (así apodan a Bayona sus conocidos) sobre los retos de traer películas tan presentes en el circuito (algunas estrenadas hace días en San Sebastián). Nos cuenta que traen muy buenas películas siguiendo criterios de calidad, dirigidas a su público y que dialogan entre sí: “No tenemos películas sueltas”, indica. Y cuando les gusta una en el comité curatorial, empieza la odisea de traerla. “Obedecemos dinámicas de industria. Entre agentes, entre servicios de streaming, entre distribuidores y quien tenga los derechos. Poder tener cada película es un universo infinito de negociaciones”.
Cuando concluye esa puja de fechas y voluntades, ¿la fiesta está hecha? Parcialmente, porque traer producciones tan frescas, directamente de festivales como Cannes o San Sebastián, exige una labor inusitada y muy valiosa. “Son tan recientes que ni siquiera están traducidas al castellano. Y aquí hacemos ese trabajo, traducimos, y como las películas vienen técnicamente cerradas, hacemos subtitulaje en vivo. ¡Y nadie se da cuenta! Ahí uno no se puede equivocar. La película es trabajo de mucha gente, pero nace en esa pantalla, y uno tiene que cuidarlo todo. Cualquier detalle del espectador hay que tenerlo en cuenta, Para eso somos un festival de cine”, declara. Con estas apuestas que se sobreponen a los retos y redondean la experiencia, el BIFF se ha convertido en el evento más atractivo de la ciudad, por su actualidad y ambición.
Su director asemeja su proceso al de un buen vino, que necesita una uva maravillosa y unos años de barrica que hagan del vino lo que es (es decir, tiempo). “En estos eventos pasa lo mismo. Al principio usted propone, con criterios claros, pero la gente no sabe quién es uno, ni local ni internacionalmente. Con el tiempo, el público sabe qué esperar, los agentes internacionales también. Se ha construido esa red de socios y esa confianza de parte del público”, explica.
Y eso lo que demuestra su torque. BIFF estrenó Duna, el más sonado estreno de Warner Bros. de 2021. “Era imposible, y fue abrir las puertas con Hollywood, que vio que somos un festival con compromiso. Y este año lo volvemos a hacer con Universal Pictures, estrenando Anora”, cuenta Bayona, que en su festival ha mostrado excepcionales películas como As Bestas, de Rodrigo Sorogoyen, y estrenado esperadas producciones como Priscilla, de Sofia Coppola.
Entre varios estrenos nacionales, proyectó El otro hijo, que aspira a nominaciones internacionales y este años, entre varias, se estrenará Perros de Niebla de Andrés Mossos. Bayona sabe que su festival ya está ahí, en el mapa. “Ya no solo tenemos las películas, la gente que las hace está empezando a querer venir”. Y cierra dejando un mensaje. “Lo invito como espectador, aventurero, curioso, inconforme, a que entre a las películas. Le seguro que saldrá pensando de manera diferente”. Y sus salas se han llenado y no hay por qué creer que no lo seguirán haciendo. Por eso, concluye Bayona, convencido: “Esta es la fiesta audiovisual de la ciudad”.
*Más información en biff.co.