Las manos del pianista tocan las teclas, que accionan un complejo sistema, “la máquina”, que dispara un martillo que golpea la cuerda y surge el sonido. Pero no es tan sencillo. Las teclas esconden unos pequeños plomos, y las cuerdas del arpa están tensas en un bastidor de acero que resiste toneladas de presión. Para que eso se convierta en música, se necesita de un ser que haya dedicado su vida para conseguirlo.

De cuerdas, una “máquina” y metales templados están hechos los pianos. Blanca Uribe, que nació en Bogotá el 22 de abril de 1940, está hecha de lo mismo, de dedicación, disciplina, delicadeza y acero. No de otra manera habría conseguido hacer de su vida un caso único, casi una isla en la historia de la música en Colombia.

Lo que se propone lo consigue. Hasta ser antioqueña. Porque a Medellín llegó de 9 años y no bien pasada su adolescencia salió para convertirse en una profesional de la música.

La Academia Filarmónica Iberoamericana de Medellín (Iberacademy) ha puesto en circulación Blanca Uribe: una vida al piano, una edición de lujo que recoge su trayectoria, a la manera de un álbum de recuerdos; en su inmensa mayoría, documentos desconocidos por los aficionados y sus admiradores.

Blanca Uribe sabe que cada presentación demanda la entrega absoluta. Sin embargo, piensa que un concierto no es la meta, sino un paso más de un aprendizaje que no termina.

Álbum de recuerdos para recorrer en clave de partitura. Una vez más, como a lo largo de su vida artística, hay una especie de pudor en el sentido de no permitirse ir más allá de eso que es lícito. Es verdad que revela aspectos de su vida antes no compartidos, miradas al interior de su familia, hasta un par de fotografías de la intimidad de su casa. Nos revela cómo decide, por voluntad propia, dedicar su vida a la música. Pero, como de una partitura se trata, valen las interpretaciones.

Los medios hicieron de su vida un cliché, que, con sutileza, se encarga bien de desvirtuar, bien de precisar. Talento y disciplina le valieron el apoyo irrestricto de Diego Echavarría para salir a formarse, primero en los Estados Unidos y luego en la Academia de Música de Viena. Convertida en pianista reconocida internacionalmente, se convirtió en maestra de piano del Vassar College, de Nueva York, donde se jubiló, oficio que alternó con sus presentaciones. Triunfó en todos los estadios posibles: recitalista, concertista con orquestas de renombre y en la música de cámara. Sin embargo, las cosas no son tan simples. Ella, con estilo, ha querido poner el punto sobre la i: aclarando sutilmente algunos asuntos, precisando otros o dejando incógnitas que el lector debe resolver.

CONSAGRARSE AL PIANO

Es verdad que en Gabriel Uribe, su padre, flautista y saxofonista, está la clave primigenia para hacer de la música una profesión y no una afición. Pero flota en el aire que el temple, la audacia y el acero vienen por vía materna. Blanca Sofía Espitia, su madre, es quien tiene el coraje de ingeniárselas para mover cielo y tierra y llevar el piano a la casa, sin el cual habría sido inimaginable tomarse las cosas en serio; Uribe reconoce que, como los deportistas, no es posible empezar tardíamente si se quiere ser un profesional de la música. Debe ser, por esa audacia de su madre, que para Blanca son de mayor importancia los pianos que los auditorios donde ha tocado.

Blanca Uribe lo que se propone lo consigue. | Foto: FilarMed

LAS 32 SONATAS

Tocar el ciclo de las 32 sonatas para piano de Beethoven es una faena colosal. Más aún hacerlo bien y con rigor. Lo ha hecho en dos oportunidades: primero en 1977, luego en 1986. Memorizar, resolver, entender, profundizar e interpretar 32 sonatas, todas complejas, todas exigentes y todas distintas, es un reto al que pocos pianistas se atreven. No se trata solo de dedicar horas y horas a hacerlo. El asunto va más lejos. Si se hace de lado que es un compositor que admira, en el trasfondo está la voluntad. La voluntad que tiene su origen en el reto que supuso resolver la n.º 3 del opus 10 –tres sonatas temidas por los pianistas–, la voluntad de demostrarle a Richard Hauser, su maestro en Viena, que no se había equivocado al recibirla como su discípula, la oportunidad de encontrar su propia voz como pianista, y lo de fondo: que, como Beethoven, Blanca es una prueba irrefutable del dominio de la voluntad, capaz de esculpirse a sí misma a su antojo, también capaz de retarse como intérprete. Tocarlas en público y ser ovacionada, al final, es apenas el último eslabón de una larga y compleja cadena.

IBERIA

Además de las sonatas, de su inmenso repertorio surge habérsele medido al mayor reto del piano español: la Suite Iberia, de Isaac Albéniz. Tocarla es cosa que la mayoría de los pianistas ni siquiera se plantea. Es una partitura ambiciosa, compleja y llena de sutilezas, que escapan a la casi totalidad de los pianistas. En Iberia hay que descifrar una partitura de por sí difícil, hay que hacerlo en el filo de la navaja, con el respeto que demanda la tradición del piano español, que hunde sus raíces en los atavismos franceses, pero sin pasar por alto que todo viene del folclor, sin ser música folclórica.

Aunque Blanca Uribe se ha movido siempre en el piano académico, todo sugiere que la clave está en sus atavismos de familia. | Foto: ©Minoru Marui 2020

Aunque Blanca Uribe se ha movido siempre en el piano académico, todo sugiere que la clave está en sus atavismos de familia. Nada más mirar sus abuelos y bisabuelos, o su padre, Gabriel Uribe, con un pie en las Sinfónicas, Nacional, de Colombia o de Antioquia, y otro en la Orquesta de Lucho Bermúdez o en la italiana de jazz de Green Star. No de otra manera se entiende semejante proeza, aclamada internacionalmente. Por eso logra hacer de Iberia otro triunfo.

33 VARIACIONES

Alfred Brendel, el pianista vienés, dice de las Variaciones Diabelli, de Beethoven, que son “la más grande de las obras del piano”. Donald Francis Tovey asegura que son “el más grande conjunto de variaciones jamás escritas”.

Para Blanca Uribe son el antes y el después. Interpretándola esa hora de música, cerró el ciclo de su formación cuando las tocó en Viena en su recital de graduación. Hace tres años, ya de regreso al país, creyó que su carrera llegaba al final. Las tocó con increíble solvencia como despedida de la escena.

Despedida, pero no definitiva. Blanca está atada sin remedio al piano y el público se lo agradece.

Todavía está pendiente el último aplauso.