El pequeño Moussa, de diez años, recordará durante mucho tiempo este sábado de septiembre en Ingall. Aunque apenas mide un metro, ha volado por el desierto a lomos de su montura en una de las principales carreras de camellos del Sáhara.
Con animales llegados de todo Níger y también de la vecina Argelia, es este hijo de la sabana, que suele pasar largas y tórridas jornadas pastando por el desierto el ganado de su padre, quien se hizo con la victoria.
Moussa no va a la escuela, pero monta a camello desde los tres años. No fue hasta los siete años que empezó a competir: “antes tenía miedo de montar solo a camello”.
Ahora, este chico de Tchin Tabaraden sueña con un futuro dorado, en el que tendrá “muchos camellos” y “ganará otras carreras”.
La carrera de Ingall, en el norte de Níger, forma parte del festival de ‘La Cura Salada’, una tradicional fiesta de los nómadas de esta zona del Sáhara, ahora escenario de un conflicto yihadista.
Aquí, el tema ni se menciona, es tiempo para divertirse. “En Europa hay el fútbol, aquí tenemos las carreras de camellos”, resume Khamid Ekwel, un reputado propietario de camellas de carreras.
El sábado por la mañana, desde la salida del sol, cientos de ganaderos se aprietan contra las barreras del estadio --una pista de cinco kilómetros delimitada por piedras pintadas de blanco-- para presenciar a la carrera.
Furgonetas y turbantes
Decenas de furgonetas han sido aparcadas estratégicamente para poder seguir la carrera desde el techo. Otros trajeron su camello para elevar su campo de visión.
Todos aguardan bajo el sol que se eleva en un cielo azul y apuestan cuál de los 25 animales saldrá vencedor.
Los competidores llegan pronto y se colocan tras una cuerda verde tendida sobre la línea de salida. Encima, los jinetes, apenas adolescentes: cuanto más ligeros, más rápido irán.
Lahsanne Abdallah Najim, miembro del jurado y propietario de uno de los camellos favoritos, está nervioso. Debe velar por la buena organización pero, sobre todo, quiere que su animal gane.
El momento definitivo se acerca. Coloca su furgoneta, indica a una quincena de personas que suban detrás, ajusta su turbante y frunce el ceño a la espera de que el pañuelo blanco marque el inicio de la carrera.
Cuando llega el momento, los camellos salen disparados al galope, entre rugidos de los espectadores. El vehículo de Najim arranca también de repente junto a otra decena de furgonetas.
Una espesa nube de arena se levanta rápidamente, haciendo desaparecer a los camellos.
En busca de la gloria
Desde su vehículo, Najim sonríe. “Algunos escogen la velocidad ahora, pero a fin de cuentas serán los últimos. Es en la segunda vuelta que hay que acelerar”.
La carrera es larga: dos vueltas de cinco kilómetros. Al culminar la primera, cuatro camellos están emparejados. El de Najim, que va recitando suras del Corán, está entre ellos.
En la pista, las motos y las furgonetas aceleran y los conductores gritan, pero los jinetes no hacen caso. Ahora están centrados en espolear a sus bestias para acelerar para el esprint final.
Pronto, los cuatro de cabeza llegan a la tribuna donde sigue el evento el presidente nigerino, Mohamed Bazoum. El pequeño Moussa esboza una gran sonrisa: su Mahokat (“el loco”) terminó ligeramente por delante.
“Ha sido un esprint final terrible. Y todavía más para mi, que he sido cuarto”, dice Najim.
El entrenador de Mahokat, Mohamed Ali, está contento, aunque no sorprendido. Antes de la carrera ya pronosticó: “¡Este camello, es un camello ganador! ¡Hoy mismo, si Alá quiere!”.
Es él quien monta el camello a diario y hace las carreras de entrenamiento. Lo nutre con mijo, un alimento al que mucho ganaderos no pueden acceder por falta de dinero.
Estos camellos de lujo, que viven en el fondo del desierto, son conocidos en la región: son los mismos que ganan carrera tras carrera. Sus propietarios son ricos pero no se mueven por dinero, buscan la gloria sahariana.
“Hay recompensas, por supuesto, pero no es eso lo que nos interesa, es ganar”, dice Hassan Mohamed, uno de los grandes propietarios. “Buscamos el placer y la gloria solamente”, añade sonriente.