15.400 hectáreas y 455 kilómetros cuadrados. Toda una ciudad vestida de fiesta por un carnaval que en el 2024 cumple 200 años. En estos 4 días “oficiales” solo hay un mandato: se hace lo que ordene la reina en la lectura del bando.
Los rolos pasando calor y tomando guaro. El paisa con su sombrero, pero esta vez vueltiao’. El gringo comprando cualquier cosa que le venda el avispao’ y la vecina regañando al marido por haber llegado piao’.
En cada cuadra hay un picó, en cada metro un concierto y cada par de pies, “bailando como es”. Aquí no hay palo de sol que espante ni aguacero o arroyo que achante, se azota cada baldosa hasta que el cuerpo aguante.
Como dice su himno, “Barranquilla sabe cantar”, por eso cada casa entona los ritmos de este carnaval. Al cuarto de san alejo vuelve Papá Noel y salen las marimondas, el congo y resucita al que toca enterrar después. Así inicia el Carnaval de Barranquilla, la fiesta del currambero, del de acá y del extranjero.
Y precisamente gracias a un extranjero es que se conoce su origen. El estadounidense Van Rensselaer, en 1829, escribió una crónica sobre lo que vivió en la época: se encontró con una fiesta diferente a las de Europa, solo tres días, pero similar a las demás, con disfraces, color y honrando a su tradición.
“Nuestro carnaval, según ese primer documento, es un echar para atrás. Es un buscar las raíces y responderse a la pregunta ¿quién carajos somos? ¿De dónde venimos? ¿Cómo llegamos a este territorio? ¿Qué historias comunes hemos vivido? Y eso no es griego, no es romano, eso es judío, eso es caldeo, eso es egipcio. Es decir, las fiestas del carnaval es un regresar a las raíces”, señala Moisés Pineda, investigador del Carnaval.
Algo que llamó la atención de este gringo fueron los vestidos antiguos que observó en este fiestón. Vestimentas tradicionales de los indígenas y una división en dos bandos era la puesta en escena en aquella pista de baile, que en aquel entonces tenía pocos participantes.
Entre 1824 y 1826 son las fechas del primer carnaval de Barranquilla, una fiesta que no solo es diversión, sino también homenaje al saber, a la tradición y al folclor.
Aunque la bandera de esta ciudad tiene cuatro colores y una estrella, los curramberos hacen honores a su verdadera bandera: rojiblanca y con nueve estrellas. Además de ser amigos de un tiburón, con el que rezan para poder gritar por décima vez ¡Junior campeón!
Sin embargo, este no es solo el orgullo del barranquillero, pues tiene claro que su fiesta lo conoce el mundo entero. Este 2023 se cumplen 20 años de la notificación de la Unesco al Carnaval de Barranquilla como “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”.
Sobre esto hay un poco de confusión, pues algunos creen que fueron las danzas y las músicas del carnaval lo que se declaró. Harold Ballesteros, investigador que participó en la creación del dossier enviado a la Unesco, explica que lo que se declaró patrimonio fue el espacio antropológico del carnaval.
Para que este concepto sea posible se requieren de 3 cosas: un espacio relacional, un espacio plural y un espacio abierto al devenir histórico. Todas están check en este carnaval.
“Cuando tú dices espacio antropológico del Carnaval de Barranquilla… Tú tienes que contar con que la ciudad se convierte en una gran tarima. El espacio público de la ciudad se convierte en una gran tarima. Dos, que los ciudadanos nativos originarios o asentados en este lugar entran en un espacio ritual colectivo (...)”, detalla Ballesteros.
Este espacio antropológico es toda la ciudad. Donde los tres requisitos se cumplan, allí hay carnaval. Incluye a los salseros que van a la troja, los que rumbean en las verbenas y los que tiran pique en cualquier parte donde la música suena. Sea champeteando, en el barrio Rebolo o garabateando en barrio Abajo, el carnaval es pa to’ el que quiera, eso sí: sin ‘fartedades’, ‘enmaicenado’ y recibiendo espuma a cada rato.
No importa el origen o la ciudad que dice su boleto al aterrizar en esta ciudad, el carnaval incluye a todos: al de arriba, al de la mitad al de abajo y a todo el que quiera entrar.
La arenosa siempre vive en Carnaval, pues desde que acaba el anterior ya se sabe cuándo vuelve a empezar. Antes de los cuatro días, desde enero, los curramberos entran en pre-carnaval, pues toda buena fiesta se debe saber preparar. Y para aquel no sabe na’, no hay de que preocuparse, porque esta obra inmaterial tiene un Museo, el cual cualquier día puede visitarse.
Este museo es diferente a los demás. Es un espacio que mientras se leen las partituras originales de un compositor, las pisadas activan el sonido del tambor. Ya sea de una cumbia, una pulla o de un chandé; pero lo cierto es que se aprende al mismo tiempo que se forma el bembé.
Esto hace que “cuando visites el museo te sientas más carnavalero que nunca, te sientas viviendo el carnaval, así sea marzo, septiembre o diciembre. Esto activa el sentimiento. Y después que tú sales de ahí tú te quieres enmaicenar con el Joselito que encuentras en el patio. Tiene uno ganas de vivir el carnaval”, explica Sandra Gómez, gerente de Carnaval S.A y directora del museo.
Cerca de 20.000 personas al año visitan este museo. Una travesía como un viaje en lancha en el río Magdalena, donde la música es la guía y los saberes ancestrales son el aire que refresca a los tripulantes. No hay que afanarse, solo hay que dejar llevarse por la abundancia del conocimiento y la tradición.
Partituras originales, videos, fotos y una carroza de la batalla de flores que finaliza la visita confirma lo que es carnaval: un espacio multicultural. “Anima no solo a vivir la fiesta, sino a interesarse por aprender”, agrega Gómez.
Aquí se puede aprender que gracias a la cumbia cienaguera, el porro cordobés, los gaiteros de Sucre y las diferentes danzas patronales de cada rincón de Colombia existe la figura del currambero, porque gracias a ellos se gesta el carnaval y nace el carnavalero. Cada ritmo, son y tradición de cada pueblo se resignifica al llegar a la arenosa, al llegar a la tarima y en ser parte de los grupos que gritan: ¡quien lo vive es quien lo goza! Cuando esto ocurre es que realmente reciben el adjetivo de “danzas del carnaval”.
“Aquí danzas propias del carnaval no hay. Aquí lo que surgieron fue disfraces de carnaval. Por ejemplo, las marimondas, y después le metieron música. ¿Y música de dónde? Música del Sur de Bolívar, de Córdoba, de Sucre. Es decir, ellos bailan al son de un porro, como si estuvieran en fandangos. Le metieron música y una coreografía. Y hoy podemos decir que se transformaron de disfraces a una danza. Eso es lo más propio de este lugar (Barranquilla). El resto son venidos de todas partes”, aclara Ballesteros.
La soberana del Carnaval de Barranquilla es una de las figuras más importantes, pues es quien decreta, ordena y manda al pueblo. Desde 1918, con Alicia Laufarie Roncallo, sus palabras son ley y sus caderas las guías, se le sigue a donde vaya y se baila lo que ella diga. Este 2023 Natalia De Castro González puso a ‘quillami’ a bailar como es: “arrebatao, arrebatao, arrebatao, arrebatao...”
Y aunque ella es la soberana y Barranquilla la sede principal de este carnaval, la cúpula real incluye al rey momo, a los reyes gays, a los reyes infantiles y a la reina del carnaval con sede en Bogotá. Incluso a los periodistas, que además de contar las historias de la festividad tienen su propio reinado, donde pasan de ser los cronistas a ser los entrevistados.
Desde el carnaval que finalizó el currambero ya tiene la pinta para el del otro año. Mientras llega la fiesta celebran al tiburón, se abre una cerveza para el calor y se coge brisa en el Malecón.
Todos hablan de “La Arenosa”. Por una parte, la novia de Barranquilla, Esthercita Forero, dice su luna es una maravilla’. El único Arroyo que importa dice que se queda a gozar y que “trae un palito para que los congos se rasquen hasta las costillas”. La poeta Meira del Mar dice que tendría un romance con la ciudad y hasta la misma Celia dice que hay que celebrar porque la vida es un carnaval.
No importa si la batalla de flores se pasa bailando, sentado en un palco o a ‘paticas’ trabajando. Son 15.400 hectáreas y 455 kilómetros cuadrados que están abiertos para todos, sin importar el estrato, la pinta o el que no puso pa’l guaro.
Aquí se goza como es: sin importar que la espuma sal-pique y sin blower que mortifique. La vecina perdona al marido y se va para la calle 54 a llorar a Joselito. La maicena vuelve a su precio normal y se convierte en la colada de los ‘pelaitos’.
La gran tarima se desarma y las calles se despejan. Y lo que todos se preguntan es: ajá, ¿y el otro carnaval cuándo empieza?