El 16 de octubre falleció el escritor Roberto Burgos Cantor. En medio de los homenajes y los perfiles, un dato no pasó inadvertido: el cartagenero estaba trabajando en una serie de relatos. Como contó Juan David Correa, su editor, en un reciente artículo de la revista Arcadia, Seix Barral publicará algunos el próximo año, pero otros, más breves, irían en otra colección. Para que ocurra, los herederos de su obra decidirán si concluyen el proyecto inacabado. ¿Qué hacer con estas obras inconclusas? Ese dilema surge con frecuencia en el mundo no solo de la literatura sino de las demás artes, como el cine, la música, la escultura, etcétera. Si bien a veces los herederos las publican tal como quedaron, hay otro camino: que otras manos las concluyan. Y no solo sucede por la muerte repentina del autor, sino cuando por muchos motivos, como los financieros, su creador los abandona o su mecenas lo releva. Muchas veces se encargan de terminarlas sus alumnos, familiares, trabajadores cercanos e incluso personas totalmente ajenas. Uno de los casos más particulares tiene que ver con el realizador Stanley Kubrick y su ambicioso proyecto de una película sobre Napoleón Bonaparte. El estadounidense comenzó a trabajar en el proyecto a comienzos de los años sesenta: reunió cerca de 17.000 documentos relacionados con la época napoleónica que incluyen imágenes del militar francés pero también de su ejército, las vestimentas y los poblados franceses de entonces. Incluso, ya tenía en la mira locaciones en Francia, en Reino Unido y en Rumania. Sin embargo, fracasó. Justo en el momento en que Kubrick preparaba el proyecto de Napoleón, en 1966, apareció en cartelera Guerra y paz, del ruso Sergey Bondarchuk. Como esa película abarcaba también las guerras napoleónicas, la productora del estadounidense no se arriesgó a fracasar en taquilla al coincidir dos filmes con temas tan similares. El proyecto quedó archivado, pero hace poco renació. Desde 2016, HBO accedió a los documentos que Kubrick había atesorado sobre Napoleón con el fin de hacer una miniserie. Detrás de la producción estaría Steven Spielberg y en la dirección Cary Fukunuga, muy mentado por estos días gracias a Maniac, reciente producción de Netflix. Aunque todavía HBO no confirma el proyecto, Fukunaga no ha ocultado la emoción que siente por continuar una obra inacabada de uno de los grandes cineastas del siglo XX. Le sugerimos: La infancia y la juventud: el tema de una nueva muestra en la Cinemateca Distrital Pero no todos los relevos cinematográficos se producen por estos motivos, como ocurrió con La telenovela errante (proyectada en la edición pasada el Festival Internacional de Cine de Cartagena), un proyecto de dos esposos. El chileno Raúl Ruiz  filmó la película en los años noventa, después la caída de la dictadura en Chile, pero nunca editó ni montó ese material. Como afirma Pedro Adrián Zuluaga, escritor y crítico de cine, Ruiz filmaba de manera muy juguetona y lúdica, por lo que no todas las imágenes terminaron convertidas en películas. Después de dos décadas Valeria Sarmiento, viuda de Ruiz y montajista de muchos de sus filmes, la retomó y la editó para presentar el largometraje. Curiosamente, como dice Zuluaga, “La telenovela errante tuvo una gran acogida. Si Ruiz la hubiera estrenado en los años noventa, quizás el público la habría visto como una película rara. Pero hoy hay un ambiente propicio para entender la realidad latinoamericana desde el punto de vista de la telenovela”. En las artes plásticas hay muchos casos, pero uno muy significativo fue La Piedad del renacentista Tizziano, un óleo que el artista ideó para decorar su tumba. Sin embargo, cuando falleció no lo había concluido y Palma el joven, su discípulo, le dio los retoques finales. Entre ellos, incluyó su firma en la parte inferior del cuadro. El mundo de la música, sobre todo la clásica, ejemplos de este tipo abundan. La película Amadeus popularizó el caso de Mozart y su Réquiem, una composición que concluyó Antonio Salieri, considerado el gran antagonista del músico vienés. Sin embargo, otras teorías descartan esa tesis. Y tal vez mucho más llamativa resulta la historia de Turandot, una ópera que no pudo concluir su creador original, el italiano Giacomo Puccini, pues murió en 1924. Aun así, ya había dejado avanzada la ópera en gran medida, pero faltaba la parte final: escribir el dúo de amor entre la princesa china y Calaf. Aunque Puccini pidió que Riccardo Zandonai la terminara, tanto su viuda como su hijo, por decisiones personales, le encomendaron el trabajo a Franco Alfano. Muchos críticos musicales, como Emilio Sanmiguel, afirman que la composición de Alfano no alcanzó la suficiente altura artística: “‘Turandot’ es esplendorosa, obra maestra. Alfano intenta remedar el estilo de Puccini pero el final es bastante insatisfactorio”. No todos los relevos artísticos tienen final feliz, como ilustra el caso de Turandot. Según Emilio Sanmiguel, en la historia de la música sucede por dos razones: o el artista sigue el estilo del autor original y termina, sin quererlo, con una caricatura. O, puede pasar, cambia radicalmente de estilo y rompe la unidad artística del anterior creador. Entonces, ¿cómo no traicionar ese espíritu inicial de la obra? Si en la música es difícil mantener una misma armonía, en la arquitectura, según parece, no lo es tanto. Andrea Palladio diseñó el Teatro Olímpico de Vicenza, famoso por ser uno de los primeros escenarios del mundo con techo, pero murió en 1680, justo el año en que comenzó la construcción. Su alumno Vincenzo Scamozzi retomó los planos y siguió al pie de la letra el trabajo de su maestro. La obra original nunca perdió su sentido. Le recomendamos:Mariana Vera y su homenaje a San Andrés La construcción del templo de La Sagrada Familia, en Barcelona, también resulta emblemática. Fue concebida y diseñada por Antonio Gaudí a finales del siglo XIX y, por la magnitud y por la ambición de la obra, era evidente que el arquitecto no la terminaría. Y, quizás por eso, dejó hechas maquetas detalladas del templo, que sirvieron de guía para quienes le sucedieron. Gaudí murió en 1926, tres días después de haber sido atropellado por un tranvía. Aunque las maquetas sufrieron daños tras la Guerra Civil Española, después de 1936 su colaborador de antaño, Francesc de Paula Quintana y Vidal, las recompone. Desde entonces, el templo ha tenido cuatro directores y todos han intentado conservar, hasta donde sea posible, el estilo de su creador. Se podría seguir enunciando casos porque la historia de todas las artes ha demostrado que, sin importar las trabas o calamidades que surjan, habrá unas manos para terminar lo comenzado. Pero la discusión siempre girará alrededor de si la puntada final fue fiel a lo que algún día imaginó su creador.