Si se hiciera una película sobre El Colegio del Cuerpo, en una buena escena de apertura aparecería Álvaro Restrepo, su director, trabajando en su casa con los bailarines del grupo. De repente, se dirigiría a la cocina y escucharía, por accidente, a dos de sus pupilos conversando:—Si no hubieras sido bailarín, ¿qué crees que estarías haciendo?—Sería policía, en mi familia decían que servía para eso, ¿y tú?—Pues yo seguramente sería atracador, estaba desesperado y en el barrio solo hablábamos del tema. A lo mejor en este momento tú estarías persiguiéndome o matándome, o yo matándote a ti.La situación sucedió realmente y Restrepo se emociona al recordarla. No le gusta que le digan que ha salvado la vida de cientos de muchachos que han pasado por su institución (de un total de 8.500, según sus cálculos) porque, dice, “uno no salva a nadie”. Pero lo cierto es que la danza contemporánea permitió a muchos niños de las barriadas más pobres de Cartagena labrarse destinos muy diferentes a los que les ofrecían sus circunstancias.Mayerlis Romero Severiche, quien comenzó hace 16 años como alumna y hoy es una de las bailarinas de planta, le contó a SEMANA que cuando el proyecto llegó a visitar su colegio ubicado en el barrio Nelson Mandela de la Ciudad Heroica, ella, de 11 años, no tenía ni idea de qué era eso de la danza contemporánea. Hoy, en uno de los ensayos previos a la presentación de la compañía en el Teatro Colón ante los 27 premios nobel de la paz reunidos en Bogotá esta semana, dice que ya perdió la cuenta de los países que ha visitado por cuenta de su oficio. Ricardo Bustamante, otro de los bailarines principales, asegura que el Colegio le permitió mutar: “En Cartagena todo el mundo baila, y ser bailarín profesional no parecía tener mucho sentido. Pero pasar a ser parte del proyecto fue acceder a un estilo de vida que nunca pensé que podría tener. En Cartagena tradicionalmente uno no tenía la opción de convertirse en un artista formal”.Oficialmente, El Colegio del Cuerpo comenzó labores en 1997, pero ya rondaba en la cabeza de Restrepo desde tres años antes, cuando se fue a vivir a Cartagena, la ciudad de sus padres. Le tomó ese tiempo darle forma de la mano de su compañera en este viaje, la bailarina y coreógrafa francesa Marie France Delieuvin, a quien conoció en 1988, cuando ella presidía el reputado Centro Nacional de Danza Contemporánea de Angers.“Desde el comienzo decidimos que queríamos que fuera un proyecto popular y trabajar con gente de la Cartagena profunda. Pero eso se convirtió casi en un estigma, porque la gente decía que era para niños pobres, de estratos bajos. Y no, es un proyecto para lo que nosotros llamamos el estrato talento”, dice Restrepo.Inicialmente ocuparon un espacio en el convento San Francisco, del barrio Getsemaní, desde donde comenzaron a hacer contacto con los jóvenes de la ciudad. Primero presentaron el proyecto en el colegio Inem, con un grupo piloto de bailarines europeos y colombianos. Luego de los primeros talleres, de 480 niños, 450 respondieron en una encuesta que querían continuar en el programa. Tras un proceso de selección en el que tuvieron que escoger solo a los 90 con las mejores condiciones, llegó un niño de 11 años a preguntarles si es que no habían leído la encuesta o si no sabían leer, pues él había escrito ahí, muy claro, que había nacido para la danza.Ese niño era Eduard Martínez, hoy de 31 años, el bailarín más antiguo de la compañía, quien después de las presentaciones en el Colón abandonará el Colegio para empezar sus propios proyectos en la danza. De esa época recuerda que al ver a todos esos bailarines de otros países moviéndose de esa manera “pensé que me gustaría hacer eso. No sé por qué, tenía la convicción de que pertenecía a ese lugar. El Colegio me construyó artísticamente y como persona, pues me dio una visión distinta de la vida, me abrió a otro mundo”.Al final del ensayo, Restrepo arenga a quienes dos días más tarde protagonizarán la obra Negra/Anger en el Colón (17 bailarines de El Colegio del Cuerpo de Cartagena, 10 del programa de danza de la Facultad de Artes de la Universidad Javeriana y 5 independientes). “Aquí no estamos diciendo bobadas, esto que estamos haciendo es político, es una nueva política que se hace desde el arte, la sensibilidad y la compasión. Ese es un mensaje fundamental para este país”, dice ante esas caras que mezclan emoción con nerviosismo.Precisamente en esas palabras está la cuestión, pues el colegio es mucho más que un centro de danza. No solo ha ganado su gran prestigio dentro y fuera del país por su calidad artística, sino por convertir al baile en una herramienta política para empoderar a jóvenes marginados.Esa idea ganó mucho más peso tras una tragedia. En 2000 murió en un accidente Mónica, la hermana menor de Restrepo, quien entonces dirigía el programa de atención a la población desplazada de la Red de Solidaridad Social y era una de las autoras de la Ley 70 de negritudes. Esa pérdida reforzó su idea inicial y lo llevó a profundizar la vocación social del proyecto. Por eso, a Restrepo le gusta hablar de su institución como un animal de cuatro patas: “Una puesta en el arte, otra en la educación, otra en el trabajo social y otra en política. Y claro, está el corazón del animal, puesto en la naturaleza”. Restrepo asegura que en estos años ha acumulado un sinnúmero de ‘deudas’ con las personas que lo inspiraron y le dieron la mano en estos 20 años. La lista de ‘acreedores’ es inmensa, pero en ella se destacan el padre Javier de Nicoló, el célebre sacerdote conocido por su protección a niños desamparados, con quien trabajó antes de descubrir la danza; su amigo, el bailarín coreano Cho Kyoo-hyun, el primero en mostrarle que entre esos niños que vendían cigarrillos en las calles de Cartagena había un montón de bailarines silvestres desperdiciados. Y Gabriel García Márquez, quien no solo alabó el nombre del Colegio, diciéndole que parecía el título de un libro de poemas, sino que también lo apoyó económicamente en muchas de sus iniciativas.Marie France Delieuvin, el otro motor del Colegio, cuenta otra buena escena posible para comenzar la película de su historia. “Recuerdo que llegó un niño muy violento de uno de estos barrios de invasión, se llamaba Víctor y un día, cuando estaba en el piso haciendo ejercicios de relajación, empecé a darle un pequeño masaje, a tocarle el rostro muy suavemente. Él se tranquilizó y de un momento a otro comenzó a llorar, pero era notorio que se trataba de un llanto de alivio”. Lo resume Restrepo: “El arte nos salva y nos cura. Todos somos niños heridos, pero algunos necesitamos contar nuestras historias y sanar heridas de otra manera”. La danza para exorcizar dolores y dar luchas políticas cumple, este año, 20 años.