Antes de conquistar el mundo, el caballo doméstico comenzó su expansión hace 4.200 años en las estepas occidentales de Rusia, gracias al control de su reproducción, según un estudio basado en la genómica de esos équidos.
“Los humanos de aquella época encontraron una manera de dominar la reproducción de este animal de forma artificial”, explica Ludovic Orlando, paleoantropólogo y supervisor del estudio publicado el jueves en Nature.
¿Con qué objetivo? “Era necesario generar más (caballos) para moverse más rápido y más lejos”, según el director del Centro de Antropobiología y Genómica de la Universidad Paul Sabatier de Toulouse, en Francia.
Su equipo ya había determinado con métodos genómicos, en 2021, que la cuna mundial de esta domesticación se situaba en las estepas pónticas, una vasta extensión que se extiende al norte de la cadena del Cáucaso, desde el mar Negro hasta el mar Caspio.
El último estudio confirma esta localización. Pero con los datos genómicos de caballos actuales y de un mayor número de sus predecesores, asociados a una técnica de análisis innovadora, este informe aporta nuevos descubrimientos, en particular la existencia de períodos de aceleración de la reproducción equina.
Esta nueva técnica permite medir el intervalo de tiempo promedio entre dos generaciones de caballos. La hipótesis es que “si observas la aparición de muchas más mutaciones genéticas en un tiempo dado es porque hubo más individuos para diseminarlas y, por lo tanto, más individuos que se reprodujeron”, explica Orlando.
Estructura en harén
La colaboración de más de cien científicos de 113 instituciones de todo el mundo permitió identificar un primer episodio de aceleración de la reproducción equina hace 5.500 años, protagonizada por criadores de la cultura de Botai, en las estepas de Asia Central.
La genética permite determinar que este linaje de caballos terminó por extinguirse y sobrevivir en estado salvaje con el actual caballo de Przewalski. El pueblo de Botai “probablemente lo había domesticado para un uso alimentario”, según Ludovic Orlando.
Nada parecido con el animal de las estepas pónticas, cuyos pueblos supieron “dominar la reproducción del caballo como nadie antes”.
Durante varios miles de años, el intervalo promedio entre dos generaciones de caballos había sido de ocho años, pero en esa región cayó a cuatro. Y este evento coincide con el momento en que “se constata que el caballo se vuelve mundial”.
Pero ¿cómo lo hicieron, sabiendo que la reproducción en los caballos se realiza en condiciones muy particulares, con estructuras en harén que favorecen a un macho dominante y yeguas dominantes? “Podemos imaginar que lo comprendieron”, supone el investigador, “y crearon condiciones adecuadas para la reproducción, tal vez en recintos”. Antes de agregar: “no lo sabemos”.
En cualquier caso, el método debió extenderse como un reguero de pólvora, o más bien como “una ola que se autogenera a medida que crece”.
El caballo se volvió entonces central para estos pueblos, permitiéndoles moverse más fácilmente, especialmente durante la guerra. Esta revolución acompañará a las civilizaciones alrededor del planeta, hasta la aparición del motor de combustión en el siglo XIX.
“Podemos imaginar en aquella época una especie de carrera armamentista que aceleró el fenómeno” en toda Eurasia, continúa el paleoantropólogo. Una carrera que coincide con el uso, especialmente en Asia, del carro de ruedas con radios.
De paso, el estudio refuta una teoría reciente que sostiene que los pueblos de la cultura Yamnaya, al norte del Cáucaso, eran jinetes que se expandieron por Europa hace 5.000 años.
Al haber pasado por los Cárpatos, sus monturas deberían haber dejado una huella en el genoma de los caballos de la región. El estudio en Nature concluye que no hay rastro de ese impacto y, por lo tanto, que “el pueblo Yamnaya no se desplazó a caballo”, según Orlando.