La nueva canción de Eric Clapton está llena de rabia. Su contexto es el de la pandemia, pero no es precisamente un himno de esperanza sino un manifiesto en contra del confinamiento masivo y a favor de las libertades individuales. El año pasado, el legendario guitarrista y cantante se vio obligado a suspender una gira por 14 ciudades. Y ahora plantea, literalmente, que las naciones soberanas se están convirtiendo en estados policiales.
Stand and deliver, compuesta por Van Morrison, es un llamado a la desobediencia que quizá no debería sorprender a quienes conocemos la vida y milagros de Clapton. Es el mismo Clapton que hace 15 años, cuando le concedieron la Orden de Comendador del Imperio Británico, dijo que no sabía qué pensar sobre un honor tan oficial porque él siempre había tenido “una veta de rebeldía”.
Claro que en esta interpretación la rebeldía va mucho más allá de una simple veta. Clapton entona la letra en algo más cercano al gruñido que al canto, y empata la cuarta estrofa con un solo de guitarra enardecido. El tema es tan polémico que el portal de música Discogs ha decidido reseñarlo con una advertencia, o al menos algo cercano al comentario editorial: “Todos queremos que en el futuro vuelvan los conciertos, pero, hasta que eso suceda, alentamos a los fanáticos de la música a seguir las recomendaciones de las autoridades de salud”.
La reflexión de fondo tiene que ver con las maneras en que la pandemia ha afectado a la comunidad musical y las múltiples reacciones que pueden generarse. Ya sabemos que Paul McCartney, en iguales circunstancias, aprovechó el encierro para grabar, instrumento por instrumento, una docena de canciones que terminaron convirtiéndose en su excelente álbum McCartney III. Aquí no se trata de musicalizar la incomodidad de los tiempos, sino de algo muy distinto, de sacarle un provecho estético a la reclusión.
Pero hay un caso quizá más edificante y es el del director coral Donald Nally, encerrado todos estos meses en su casa en Filadelfia. Nally es el cerebro detrás de la agrupación The Crossing, que, para decirlo de forma directa, es el mejor coro de música contemporánea que hay en Norteamérica. Cuando supo que pasaría mucho tiempo antes de volver a reunirse con sus compañeros de canto, escudriñó su archivo, rescató una serie de grabaciones del grupo y se puso a trabajar en las mezclas sonoras hasta dejarlas impecables. Luego las fue publicando pausadamente en la página web de The Crossing hasta sumar 70 minutos de música, es decir, un álbum completamente nuevo.
Se llama Rising y sorprende todo el tiempo, no solo por su belleza o su precisión tonal, sino además por lo pertinente que resultó ese repertorio para estos tiempos.
El disco inicia con algo llamado Protéjase de la infección, que es la musicalización de una cartilla de salud de 1918, cuando azotaba al mundo la anterior pandemia.
Y casi al final hay un canto estremecedor. Es una oración de la etnia ute del oeste de los Estados Unidos, cuya primera plegaria reza: “Tierra, enséñame la calma”. No sería justo decir que The Crossing ha hecho un disco místico, porque su búsqueda apunta más a una recreación de atmósferas y texturas diáfanas que a un determinado mensaje espiritual. Pero en el camino, como sucede con las grandes obras de arte, nos ha dejado un sonido que se parece mucho a la esperanza, un documento que reconforta el alma.