Hacemos presencia en el festival de cine más antiguo de la región, que anoche abrió el programa de actividades de su edición 63 en el siempre asombroso Teatro Adolfo Mejía de Cartagena de Indias.
Parece tomarse como una obviedad que este evento siempre estará, que siempre se realizará, pero a juzgar por los muchos y sentidos agradecimientos que se lanzaron en los discursos de apertura, y por lo que ya nos había mencionado su nuevo director general, Alessandro Basile, cada año parece una quimera. En ese sentido, es una fortuna verlo arrancar, presentar su nutrida programación (quisiera uno clonarse para poder ver mucho más de lo humanamente posible) y los muchos elementos importantes para el cine nacional y regional que plantea para mantenerlo como una ventana obligada para el séptimo arte. Y lo es, y lo será en esta edición.
A eso de las 7:40 de la noche, se dio apertura al festival. Hablaron Hernán Piñeres, presidente de la junta directiva del festival, sobre cómo la historia de FICCI es la de un evento que ha dado voz a miles de historias más, cuya supervivencia es testimonio de adaptación y evolución. Hablaron el alcalde de Cartagena, Dumek Turbay, quien no abordó el cine, pero sí exaltó el arte como vehículo de restauración capaz de ayudarle a su ciudad a recuperar el brillo y tomar un nuevo aire; también se expreso el gobernador de Bolívar, Yamil Arana Padauí, aliado importante para que este festival llegue a todos los municipios del departamento, como se lo ha propuesto.
El ministro de las culturas, Juan David Correa, siguió entonces en tarima, donde ofreció un memorable discurso. La oratoria no fue la más poderosa en términos de volumen, pero sí dejó un mensaje contundente, tremendamente estructurado, que dio muestras de su formación meticulosa, de su posición sensible y crítica del momento (así sea él parte del Gobierno) y de su profundo acervo cultural (con referencias a los postulados de Giorgio Agamben, a las letras de Zapata Olivella, y más). Correa propuso un repaso por ese nacimiento del cine, posterior a la Revolución industrial, para enfocarse luego en esas personas que trajeron el séptimo arte al país. Se preguntó sobre las motivaciones que tuvieron en esos momentos y las reacciones de esas juventudes de entonces.
Del pasado global fue al pasado local, porque abordó muchas directores, realizadores, documentalista, novelistas, que han tocado esos temas esenciales de tocar en Colombia como la esclavitud laboral, la segregación, entre muchos otros. Sonaron muchos nombres importantes, como los de Marta Rodríguez, Luis Ospina, Víctor Gaviria, Gloria Triana, entre muchos otros, anteriores y posteriores en la cronología del cine colombiano, cuyas búsquedas han sido distintas pero que han formado todas ese panorama en el que hoy se escriben guiones, se desarrollan, se filman, se editan y se proyectan a un público para agitar almas desde el arte.
Mencionó también que “en momentos de mayor desolación, como los que vive el Cauca, como los que vive Palestina, se debe ofrecer el corazón”. ¿Lugar común? Se preguntó él mismo. Poco importa, porque enfatizó en que en estos eventos se hace esencial “recordar de dónde venimos para ejercer resistencia cultural”. Y es importante no perder eso de vista, sin importar desde dónde se aporte.
Lo siguieron en tarima Alessandro Basile y Ansgar Vogt, director general y director artístico de FICCI. En sus voces y en su agradecimiento total y devoto a sus equipos, sin los cuales confesaron no llegarían muy lejos, dejaron en claro las muchísimas piezas y esfuerzos que el festival requiere.
Y Vogt dio paso a lo principal, al cine. Subió a la tarima la antioqueña Yennifer Uribe Alzate, cuya ópera prima La piel en primavera abrió FICCI 63, ante la mirada de los asistentes y varios de los homenajeados, como Sergio Cabrera, Angie Cepeda y el dos veces ganador del Óscar Asghar Farhadi. En la misma línea de quienes hablaron antes que ella, la directora antioqueña se entregó a los colaboradores que la ayudaron a hacer esta película una realidad, y, sin dudarlo, los convocó a todos al escenario. Dedicó su película a las madres solteras, trabajadoras, que inspiran, que admira, y que le hablan al mundo de otro camino distinto al que ofrece el patriarcado.
Y luego se apagaron las luces y vino la proyección
Las madres trabajadoras tienen derecho a desear, a complacerse
La película nos muestra una Medellín popular, lejana de una violencia que muchas veces ha sido protagonista ya y lejana de la gentrificación feroz que hoy vive la capital de Antioquia, pero tan cierta e importante como estas.
En esta coproducción colombo chilena, Yennifer Uribe Alzate ofrece la historia aparentemente sencilla de Sandra, una mujer en sus treintas, madre soltera de un adolescente de 15 años (esa volátil y temperamental edad), que recién empieza un trabajo como guardia de seguridad en un centro comercial. Uribe nos lleva por un recorrido en el que, por cuenta de una relación que funciona y no funciona, reconecta con partes de su vida que había quizá olvidado, o que probablemente jamás había explorado. Entre ellas, su propia sexualidad y la búsqueda de su placer y su sonrisa. Porque es entregada a su vida, y a su hijo, pero no por eso tiene que apagar su vida. Y eso parece sucederle a muchas mujeres a las que esta cinta, ojalá, les hable e ilumine un camino.
No es una película sobre amor romántico, si bien en principio puede parecerlo; sí es una película sobre reconectar con el propio cuerpo, sin los juicios de la autoflagelación, que no son tan fáciles de dejar atrás, y para lo cual se necesita algo de ayuda de las compañeras y amigas. Vemos a mujeres sencillas pero llenas de corazón apoyarse en sus labores de trabajo, pero también en sus vidas, animándose entre ellas a vivir más y mejor; a explorar, con ropas íntimas, con juguetes sexuales.
Vale destacar a todos sus actores, pero especialmente a su protagonista, Alba Liliana Agudelo Posada, quien deja un rol precioso y revelador sobre este despertar, sobre la importancia de ese despertar sexual personal, más allá del hombre que lo desencadena. Y sí, en esta gran película hay escenas preciosas, sensibles, en las que vemos a Sandra reconectar con su cuerpo, sentir su piel más allá de miradas externas.
Cuando terminó, casi dos horas después, las reacciones parecieron mixtas. Pero a nosotros nos pareció una excelente apertura, que, desde una aparente sencillez, cumplió con el cometido sensible de su directora: rendir homenaje a tantas mujeres dedicadas a sus vidas y obligaciones pero, muchas veces, desconectadas de su propia sonrisa, a la que tienen tanto derecho como todos (si no más).