A Luz Gabriela Arango, in memoriam.
Hace pocos días visité la página principal de la Biblioteca Nacional de Colombia y me encontré con algo que me sorprendió. En la primera página había dos íconos referidos a dos escritores colombianos. El primero llevaba a la Gaboteca, la colección de la biblioteca sobre el escritor Gabriel García Márquez. El segundo, al pódcast de la novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, de la escritora Albalucía Ángel. Tuve la sensación de que nos acercamos a lo que podrá algún día ser la justicia; ver a un gran escritor junto a una gran escritora en esa página de entrada en un país como Colombia significaba un avance en el reconocimiento del rol fundamental de las mujeres en la literatura colombiana.
Hace sólo treinta años, en Colombia era normal dictar cursos de literatura sin mencionar mujeres. Era incluso posible y normal enseñar un curso de literatura colombiana del siglo XIX sin mencionar a Soledad Acosta de Samper; dictar un curso de literatura latinoamericana del siglo XX sin mencionar a la ganadora del premio Nobel, Gabriela Mistral; hablar de la literatura europea del siglo XX sin mencionar a Virginia Woolf. Era normal imaginarse que la literatura podía ser escrita solo por hombres, siendo ellos la mitad de la población. El silenciamiento era mayúsculo. La cultura tenía los dispositivos para que quienes escribían, editaban y vendían libros nos convencieran de que esa porción de la población podía constituir el todo de la literatura. ¿Cómo podía ser esto normal?
Dado que la literatura es una de las formas de conocimiento más complejas del ser humano, vivíamos la condena de leer solo el lado masculino. La idea de valor literario que imperaba en las universidades había legitimado esa perversidad. Creíamos que la narración masculina era la totalidad de la literatura. Parecía ser un lugar ganado para siempre. Es más, muchas mujeres escritoras sentían miedo de ser leídas como mujeres, preferían la ensoñación de entrar al campo de la literatura como si fueran uno más de los hombres. Como si no fuera necesario desestabilizar ese sistema. Sin embargo, cada vez se entiende mejor que las mujeres son la mitad de la población, y tenemos que leerlas como parte del continuum de la literatura, que incluye también otras diversidades, poblaciones que no han tenido tampoco participación en los ideales antiguos del valor literario.
Sin embargo, seguimos estando lejos de que la literatura se vea como esa construcción a muchas manos, de manera incluyente y diversa. Recordemos, por ejemplo, el año 2017 cuando surgió el movimiento ‘Colombia tiene escritoras’. El Ministerio de Cultura de Colombia anunció que se realizarían los eventos de cierre del año Colombia-Francia en París. A renglón seguido salían los nombres de diez hombres escritores que representarían al país. La situación coyuntural generó que un grupo de escritoras se movilizaran y mostraran el inconformismo por las exclusiones.
Más recientemente, la escritora Vanessa Londoño publicó las cifras de finalistas y ganadores del Premio Nacional de Novela que realiza el Ministerio de Cultura: en las cinco ediciones se han premiado a cinco escritores hombres y entre los veinticinco finalistas se cuentan solo cuatro mujeres. ¿Qué está sucediendo? ¿Sigue habiendo una idea de valor literario que privilegia la mirada masculina? ¿Faltan más jurados que vean el valor de la mirada de lo femenino?
La situación de desigualdad no solo nos aqueja en Colombia. La escritora francesa Annie Ernaux, galardonada en 2022 con el premio Nobel de literatura, en su discurso de aceptación del premio habló de esta problemática. “Escribiendo en un país democrático sigo preguntándome, sin embargo, por el lugar que ocupan las mujeres en el ámbito literario. Su legitimidad para producir obras aún no está ganada. Hay hombres en el mundo, incluso en los círculos intelectuales occidentales, para quienes los libros escritos por mujeres simplemente no existen, nunca los citan. El reconocimiento de mi obra por la Academia Sueca es una señal de esperanza para todas las escritoras”.
Pese a lo dicho, en el caso colombiano las mujeres están aportando textos muy importantes a la literatura nacional. En 2022, las escritoras activas van desde quienes abrieron el camino en los años sesenta y setenta hasta las que acaban de publicar su primer libro en 2022. Mujeres nacidas desde los años veinte hasta los noventa del siglo pasado. Ocho generaciones de mujeres que han sostenido el pulso de hacer que sus obras sean publicadas y leídas. Cientos de mujeres que escriben sobre todos los temas, que complejizan las miradas del país desde regiones diferentes, lugares de enunciación muy diversos.
Nuestras precursoras –Marvel Moreno, Fanny Buitrago, Helena Iriarte, Helena Araujo, Meira del Mar, Beatriz Zuluaga, Maruja Vieira, María Mercedes Carranza, entre muchas otras– pasaron por procesos de escritura más difíciles que algunas mujeres hoy. Una escritora en la década de los setenta no solo era alguien que invadía el mundo de los hombres, sino que negaba un pacto social esencial para que se mantuviera la cultura patriarcal: el silencio sobre la vida privada. Las mujeres en ese momento tenían la osadía de hablar del lugar donde el poder no debía ser cuestionado. Y, claro, para una sociedad que creía que lo importante sucedía en lo abstracto, en lo público y en lo racional, la mejor manera de depreciar la literatura escrita por las mujeres fue decir que era intimista, que se ocupaba de lo que no era importante: lo práctico, el cuerpo, lo cotidiano. Se han necesitado varias generaciones de lectores y lectoras para ir entendiendo lo que de verdad sucedía. Las mujeres necesitaban reescribir un cuerpo, habitar un cuarto propio, como lo dijo Virginia Woolf, dar cuenta del mundo en que vivían gracias a los roles creados culturalmente. Esas mujeres que fueron consideradas locas o putas, estaban abriendo un camino. Y ahora empezamos a sentir los cambios. Con los años, algunas mujeres han ido cambiando sus roles, han salido al espacio público, han construido carreras profesionales, han sido mujeres antes que madres y han tenido derechos que antes eran impensables.
En el año que nos compete se han reeditado obras como En diciembre llegaron las brisas, de Marvel Moreno; salió a la luz la autobiografía literaria de Albalucía Ángel, Diálogos con un cuaderno anaranjado, y la biblioteca de mujeres publicada por el Ministerio de Cultura, que incluyó textos de autoras desde la colonia hasta el presente. Novelas como Canción de antiguos amantes, de Laura Restrepo; Antes de que el mar cierre los caminos, de Andrea Mejía. También salieron textos experimentales como las novelas Las extraterrestres, de Juliana Borrero, y El sueño del árbol, de Andrea Salgado. Libros de poesía de mujeres muy jóvenes como Sembré nísperos en la tumba de mi padre, de Johana Barraza; Animal ajena, de Carolina Dávila; Redonda y radical, de Tatiana de la Tierra, o Del porno y las babosas, de Fátima Vélez. Libros de algunas autoras han sido traducidos a otras lenguas, la novela Cipriano, de Marta Orrantia, se tradujo al danés y los cuentos Ficciones cuánticas, de Gabriela Arciniegas, al inglés. Diana Obando ganó el premio Elisa Mujica y Marcela Sepúlveda, el premio de poesía Álvaro Miranda.
Esta lista es una pequeña muestra de la producción literaria femenina que sigue creciendo y abriendo espacios de representación en 2022; diversas aproximaciones literarias, generacionales, variedad de temas y miradas femeninas al mundo en general y a la vida de las mujeres en esta Colombia que no dejará de convocarnos para narrarla.
*Escritora. Su novela más reciente es Las lectoras del Quijote (Alfaguara, 2022).