Lo que Cristina Umaña, el director Nicolás Montero y el equipo detrás de Prima Facie le entregan a la audiencia y a la sociedad es una obra conmovedora, asombrosa, dura e importante. Porque toca un tema que a todos compete, como el abuso sexual, desde la manera como se absuelve legalmente a sus perpetradores y se somete a sus víctimas.
Además del sensible asunto y de las temáticas que la obra hilvana en su dramaturgia, como la identidad, la aspiración social, el género y la familia, la actuación de Umaña, que se prueba una absoluta fuerza natural y asombra desde la gesta de completar cada función, hace de esta experiencia una difícil de olvidar. La obra se extiende por una hora y cuarenta minutos, y en ella la actriz interpreta a un personaje, sí, pero también canaliza a muchos más, y es ella quien, en esencia, pinta con sus palabras los espacios y las escenas.
Su personaje, Teresa García, es una abogada penalista en dos facetas opuestas de su existencia: el antes y el después de un hecho que patea su alma, vulnera su cuerpo y dignidad y voltea su perspectiva.
En principio, la conocemos en su etapa de éxito profesional. Tesa (su apodo) no le huye a la cuestionable tarea de defender a abusadores sexuales. Le gusta ganar sus casos. Y detalla con seguridad y frío método cómo exonera a sus clientes explotando los vacíos del sistema legal y las inconsistencias del discurso de las víctimas, mujeres como ella, humanas como todos, para las que recordar y compartir detalles de episodios traumáticos en circunstancias borrosas es una tortura.
La voz, la narración y los movimientos de Umaña en escena, en juego con la iluminación, el sonido y una escenografía (minimalista, pero usada para grandes efectos, de algunas sillas, un par de mesas y agua muy puntualmente utilizada), pintan toda la escena: el juicio, el juez, el fiscal, Teresa. Todo nace de ella, todo lo narra y lo hace vívido. También las conversaciones con su madre, la confrontación con su hermano conflictivo, a quienes visita en el barrio Kennedy, de donde salió, donde el tipo de la tienda se queja porque el D1 le quitó negocio y donde también maneja su tío taxista.
Pero lejos de Kennedy proyecta su vida. Teresa gana notoriedad en el prestigioso bufete de abogados al que llegó después de destacarse en la Universidad Externado, a la que entró por capacidad, guerreando contra “los pupis” que llegan porque pueden. Y el éxito paga, porque Tesa recibe ofertas de otros bufetes. En ese proceso, coquetea con un colega que trabaja con ella, hijo de un abogado reputado. Piensa que quizá hay un futuro con él. En la cresta de la ola, por medio de su ruin y efectivo trabajo, hasta sonrisas le saca Tesa al público, al transmitir esta vida tan vibrante que vive, proyectada hacia arriba.
Todo cambia. Ese coqueteo con su potencial pareja, que llevó a un encuentro sexual consensuado en la oficina, otra noche distinta, de copas algo enfermizas, termina en un abuso sexual. Tesa mira con otros ojos, y junto con su audiencia se acerca al momento de sentarse en esa silla, en la que antes se sentaron tantas mujeres a dar testimonios que ella desvirtuó, con un sistema hecho para eso mismo.
Sobre la imperdible adaptación en clave colombiana de la obra de la británica Suzie Miller, una denuncia a un sistema viciado desde una mujer que lo goza y luego lo padece, hablamos con Cristina Umaña. Esto nos dijo.
SEMANA: ¿Por qué esta obra? ¿Por qué ahora?
CRISTINA UMAÑA: Creo en las casualidades y en las causalidades también. Esta no es mi idea, es la idea de Nicolás. Él se empecinó en hacer esta obra, en que el teatro comprara los derechos, en que se hiciera la adaptación, y sé que lleva un buen tiempo trabajando en esto. Sin embargo, las cosas son para la persona que es. Las cosas van llegando. Siento que eso me ha sucedido a lo largo de mi carrera. Cada uno de los proyectos que me ha llegado, tenía que llegarme. Porque muchos otros roles, en otros proyectos, han sido de otras actrices que por causas del destino no han podido. Y he terminado haciéndolos. Así también me ha pasado, al revés.
Este proyecto tenía que llegarme, y lo hizo en un momento en el que yo quería hacer muchísimo teatro. Lo estaba necesitando, pidiendo casi que a gritos, y mira lo que es el poder de la manifestación... Yo me había encontrado con Nicolás, hace un par de meses, por otro proyecto que queremos hacer, con Juan Pablo Raba. Y en febrero Nicolás me lo propuso. Yo no conocía el texto, pero sí la obra de teatro. Sabía lo contundente que estaba siendo, el impacto que tenía en cualquier lugar donde se presentaba. Y cuando Nicolás me lo ofreció, leí el texto y quedé impresionada. Ni lo pensé, y menos mal que no lo pensé, porque donde lo hubiera pensado quizás digo que no. ¡Qué chicharrón tan bravo!
SEMANA: Es una adaptación que Nicolás hace partiendo de una traducción de Joe Broderick, ¿qué tanto influyó usted en esta versión final?
C.U.: Ellos hicieron un trabajo importante previo, en el cuál también trabajaron con jueces y con abogados y abogadas para hacer toda la adaptación legal a nuestra ley colombiana. Y cuando empecé a trabajar con Nico, fue muy generoso. Me dijo “Vamos a ver qué va pasando en el montaje, qué te va saliendo, cómo lo vas sintiendo. Y, desde los movimientos, vamos viendo cómo sientes el texto. Si hay alguna palabra que quieras modificar, avisas”. Y cuando eso pasaba, la pensábamos muy bien, la palabra que podía funcionar mejor, la que fuera exacta con lo que se quería decir, legalmente hablando.
Eso fue lo que pasó a la hora del montaje. Y los movimientos iban surgiendo. Todo fue muy orgánico, y Nicolás ya empezaba a guiarme como en una partitura general de acción que me ayudaba mucho a aprenderme las líneas. Porque son 106 páginas de texto...
SEMANA: ¿Cómo se prepara uno para un monólogo tan exigente? Como dijo antes, si lo pensaba mucho, quizá no lo hacía...
C.U.: Totalmente. Empezamos con las lecturas, y las lecturas eran muy chéveres, bonitas, con mucha emocionalidad, con varios momentos en los que me desbordó la emoción. Después vino mucho trabajo de mesa, para entender cada escena, cada momento, cada frase, cada párrafo, porqué estaba escrito, qué quería decir, qué le estaba pasando a esta mujer. Ese trabajo previo lo hicimos durante unos 15 días, de 4 a 6 horas al día, buscando entre líneas…
SEMANA: Tesa es vehículo de muchas voces, además de la suya propia...
C.U.: Es bellísimo eso, sí hay un montón de voces a través de ella. Y van apareciendo todos estos fantasmitas del universo de Tesa. Y ahora sé, porque se lo oigo a la gente, que la audiencia se va imaginando todo este mundo, cada lugar, cada personaje, cada espacio. Eso es hermoso. Y el texto favorece mucho eso.
Eso fue lindo al principio, y luego vino “Apréndase la letra, Mija”. Al principio era “guáchale, guáchale, guáchale”, repita, repita, y luego apelé a todo lo que me pudiera funcionar. Me ayudaron muchas cosas: desde un aparato que me prestaron, que se llama Forbrain, que tuve hasta hace poquito (ya ni lo usaba, pero no quería dejar, lo tenía ahí, a la mano). El aparato te amplifica solo a ti. Se pone no en el oído, pero si en los huesos de la cara cercanos al oído, y ayuda a la concentración , a la presencia y a la memoria (no se puede usar más de 20 minutos diarios).
Así que yo cogía el texto, y repetía y repetía. Y empezamos a descubrir algo que Nicolás tenía claro, pero yo no tanto: que a través de las acciones yo iba a memorizar con mayor facilidad. Entonces, en una bodega increíble que tiene el teatro, donde hay un escenario, montamos todo, con mesas improvisadas y sillas improvisadas. Ahí comenzamos a mover todo con el texto, y empecé a memorizar mejor. Esto pasaba de cinco a seis horas diarias. Y hubo pequeñas pausas… tres días de Semana Santa… y yo tenía un viaje previo a los Premios Platino. Y allá me llevé mi aparatico. Salía a lo que me tocaba salir, pero me la pasaba encerrada en el cuarto, “guáchale, guáchale, guáchale”, repitiendo y repitiendo.
Y así fue durante dos meses, todos los días. Nico y Manú, el asistente de dirección, me ayudaron mucho en eso. Porque al principio le decía a Nicolás, “Yo no voy a llegar... ¿al 9 de mayo? No llego”. Y Nicolás me decía “No te precipites, vamos yendo, vamos tranquilos”, y yo respondía “No voy a llegar a aprenderme toda esta letra”. Pero empezamos a pasar y a repasar con las acciones, hasta que sucedió. Me aprendí la letra. Y llegó el momento de hacer los pasones de la obra completa. Y era otro nuevo reto, ¿cómo iba a hacer yo para entregar esto en una hora y cincuenta minutos?
SEMANA: Físicamente es una maratón, emocionalmente, unas cuatro maratones...
C.U.: Así es, todas las noches. Ahora, en temporada me queda más difícil, porque es durísimo, pero como necesitaba estar fuerte, con mi cuerpo firme, para no agotarme y jadear al hablar, hice y hago mucho ejercicio. También trabajé mucho el diafragma, para fortalecerlo, porque es mucha voz (hablar por casi dos horas es un tema). Obviamente he bajado de peso, y mucho entrenamiento tuve que hacer. Es una maratón, es muy fuerte. Y estoy dedicada a esto. Conozco mi cuerpecito. Guardo mi energía lo más que puedo simplemente para ir a dar mis funciones y gozar todas las noches allá. Pero me guardo un montón. Llevaba muchos años sin hacer teatro, entonces, además de que no estaba tan entrenada, me le meto a este toro tan bravo...
SEMANA: Emocionalmente la obra aborda un tema duro, ¿qué tanto talla el alma recrearlo función tras función?
C.U.: A lo largo de estos treinta años que llevo de carrera, he aprendido varias cosas sobre mi oficio. Y la primera es estar lo más neutra posible en escena, siempre, a disposición de las necesidades del personaje y del viaje que mi personaje tenga, cualquiera que sea ese viaje. Se aprende que las emociones están ahí, que van y vuelven todo el tiempo, a dejar que la emoción fluya. Y es muy bonito porque (y en este texto sucede particularmente), la emoción va llegando, empieza a acompañar al texto, en todo ese viaje de Teresa. Y eso se apropia de mí. Es suficiente con todo lo que esta mujer, Suzie Miller, expresa de una manera tan magistral a través de su personaje, que no hay que meterle tanta cabeza.
A lo largo de estos treinta años que llevo de carrera, he aprendido varias cosas sobre mi oficio. Y la primera es estar lo más neutra posible en escena, siempre, a disposición de las necesidades del personajes y del viaje que mi personaje tenga, cualquiera que sea ese viaje
Y la historia de Teresa es una historia de las mujeres, que nos toca y nos duele a todas porque es casi como, no sé si ancestral, pero sí histórica. Y lo que descubro como actriz, ya en mi trabajo y en mi técnica, es que el espectáculo exige un ritmo, y no me puedo quedar ensalsada en ninguna emoción, porque viene otra, viene otro momento y tengo que tener al público atrapado. Y confieso que, para mí, como actriz, esto ha sido delicioso, con todo lo que implica pararme todas las noches allá. “Jueputa, ¡qué nervios!, jueputa, ¡que no se me vaya la letra! Lo voy a lograr, Dios mío”... Todo lo que significa...
SEMANA: ¿Cómo se vive a nivel personal?
C.U.: Ha sido un viaje muy intenso para Cristina. Y llevo ya tres semanas, y ya estoy más tranquila, ya tengo la adrenalina más controlada, ya me siento más segura, ya me he parado muchas veces allá y funciona bien. La gente se conecta, vive el viaje de Teresa, y eso me emociona. Y cuando sucede algo, porque todas las noches pasa algo, yo puedo resolver. Ya me voy sintiendo más tranquila con eso.
Cuando estoy dentro, sucede de todo, y dejo que suceda. Pero me pasa que, cuando estoy afuera, me gana la emoción. Por ejemplo, estuve en la Universidad del Externado, en un conversatorio, con una psicóloga de la Secretaría de la mujer, especializada en trauma, una abogada, y también con Johana Fuentes, periodista de La W (lo moderaba). Y todas estas mujeres compartieron experiencias de vidas, profesionales e íntimas, y ahí me ganó la emoción. Te lo digo ahora y me dan ganas de llorar. Sé que aquí hay algo en lo que nos acompañamos como mujeres.
Como actores y actrices somos un canal de comunicación y de catarsis para la audiencia. Y esa es nuestra misión, que es hermosa y la razón por la que me enamoré de este oficio desde que tenía 20 años
Y reafirmo que nosotros como actores y actrices somos un canal de comunicación y de catarsis para la audiencia. Y esa es nuestra misión, que es hermosa y la razón por la que me enamoré de este oficio desde que tenía 20 años. Y lo sigo haciendo. Y el teatro es muy bonito porque lo recuerda con mucha contundencia. La pausa no existe, estás ahí toda una hora y cuarenta (ya voy en ese tiempo) entregada a una historia completamente.
SEMANA: El público siente a través de esta historia... ¿se siente la energía del público desde su punto de vista?
C.U.: Yo siento la energía. Los públicos son distintos. En este caso particular, a diferencia de otros montajes en los que he estado, el público está muy al servicio del monólogo. Se entrega al viaje de Tesa. Se deja llevar, sobre todo en la segunda parte. En la primera está todavía viendo qué va pasando, explorando, pero en la segunda parte siento que está viajando con ella, todo el tiempo.
SEMANA: ¿Es el rol más difícil de su carrera? Viéndolo, es difícil pensar en algo más duro...
C.U.: Sí, esto es lo más exigente que he hecho en mi carrera...
SEMANA: ¿Algo que se le acerque?
C.U.: Se le acerca Noticia de un secuestro. Pero la dinámica es distinta. Era tele, pero muy cinematográfica, porque Andrés Wood y Julio Jorquera son directores muy cinematográficos. La emoción estaba ahí, pero en el cine todo es fragmentado, por instantes, por momentos. Y uno tiene que mantenerla, porque está la repetición de instantes. Es diferente el trabajo. Es que aquí yo me paro 100 minutos y me entrego completamente. Para mí, es como un trance, entro en otra frecuencia.
Y abogo mucho a la presencia, al trabajo de la mente, porque cuando siento que la mente se me va, no me puedo dar el lujo, porque pasan cosas. Tengo que estar ahí, en cada recuerdo, conversación y personaje. Me exige muchísima presencia, y ese es un trabajo hermoso para mí, como Cristina, el de estar presente.
SEMANA: En ese montaje en apariencia sencillo pero muy sesudo, del que no parece, pero llueve, entre sillas, mesas, luces, ¿tuvo algo que ver?
C.U.: No, pero descubro (y reafirmo mientras lo digo), algo que me ha sucedido en este y algunos otros proyectos: la magia. Y es que todas las personas que están en función del proyecto están tan conectadas con lo que se quiere contar, que todo sale hermoso. Tu ves la escenografía, la iluminación, la música, el maquillaje, el vestuario, la dirección, todo al servicio de la puesta en escena, casi de manera sagrada. Y ahí sucede la magia. Esta es nuestra versión del montaje, y creo que en todas las demás (que quisiera verlas todas) es así. Sé que se están presentando versiones en Chile, Argentina, Brasil... En Francia hubo 100 funciones. Y yo casi me arrodillo, ¿100? Yo voy a hacer 40, y eso es suficiente. Jodie Comer la protagonizó en Londres y en Broadway también. Sin verlas, sé que deben merecer un chapeau tremendo.
SEMANA: ¿Qué viene para Cristina Umaña?
C.U.: Sé qué viene, pero no puedo contar de qué se trata. Cosas interesantes y chéveres se están cocinando.
SEMANA: Empieza su carrera antes del estallido de internet y hoy vivimos una era de tik tok. ¿Cómo ha cambiado todo?
C.U.: Se debe entender qué son las redes, e ir contra la corriente es absurdo, pero hay cosas con las que yo necesito ser consecuente. Y he caído también, confieso, pero creo que las redes y esa autoexposición permanente exacerban un narcisismo que no me parece beneficioso o sano para ningún ser humano. En esa medida, procuro ser consecuente con mi salud mental. La fama o la popularidad llegan por añadidura, son la consecuencia de algo, no el propósito. Pero las redes tienden a desvirtuar esto, y a mí me hace ruido. Yo necesito mis espacios, no puedo estar conectada siempre, no es sano. Sigo creyendo en estos espacios de comunicar y conversar sobre las cosas, y que la gente se entere. Me parece supernecesario; es creativo y enriquecedor para los proyectos.
Las redes y esa autoexposición permanente exacerban un narcisismo que no me parece beneficioso o sano para ningún ser humano
SEMANA: ¿Algún consejo para una actriz que esté empezando?
C.U.: El rigor de la academia: de aprender y de explorar diversas técnicas y maneras de construir sus personajes y de construir su carrera, a través del estudio, de la lectura, de la práctica, de ponerse a prueba, del error... Lo otro llega por añadidura. Para que una carrera perdure en el tiempo, ese es mi consejo.
Frente al proceso creativo, la humildad es fundamental: “No me las sé todas”. Y siempre hay algo nuevo qué aprender y algo nuevo que desechar.
Y después de treinta años de carrera, creo que ya lo puedo decir. Esto me ha significado un trabajo constante, un estudio permanente, estar siempre en un rol de aprendiz. Y creo que frente al proceso creativo, la humildad es fundamental: “No me las sé todas”. Y siempre hay algo nuevo qué aprender y algo nuevo que desechar.
SEMANA: Muchos sueños ha cumplido, seguramente, ¿cuál falta por cumplir?
C.U.: Lo tengo, pero solo lo diré cuando se manifieste. Pero sí tengo sueños, afortunadamente. Espero poderlos tener siempre, cuando sea viejita también. Todavía no quiero estar 24/7 sumergida en el mundo de un personaje. Yo necesito el mundo de Cristina, necesito ser madre, a mi hijo, a mi pareja, necesito viajar. Son parte de mi ser. Pero actuar es algo que también quisiera hacer siempre.
*’Prima Facie’ está en temporada hasta julio. Puede encontrar más información sobre las funciones en el enlace teatronacional.co/prima-facie.