Han pasado 25 años desde que Carlos Vives lanzó La tierra del olvido, un álbum que le marcó una nueva hoja de ruta a la música popular colombiana. De la mano de Iván Benavides, Teto Ocampo, Richard Blair y otros músicos de primer nivel, Vives le dijo al mundo que él era mucho más que un cantante de vallenatos con guitarra eléctrica, que sus raíces musicales eran muy diversas, y desde entonces se ha empeñado en establecer esas conexiones. Eso quiere Vives con las diez canciones que conforman Cumbiana, música del cielo, del agua y de la tierra, que él mismo define como un viaje. “Es el regreso al territorio de la cumbia y de los grandes ríos y ciénagas de Colombia”. Un álbum que combina ritmos ancestrales con sonidos, modos de producción y de interpretación del siglo XXI. Es también un homenaje al “origen anfibio de los patrones musicales más populares de Colombia, esos que se fueron por el mundo desde tiempos inmemoriales y regresaron vestidos de modernidad, mostrando el poder de la diversidad”.

Se trata de un trabajo realizado por todo lo alto. Una producción impecable, con un nutrido grupo de grandes músicos que participan en cada una de sus canciones. El tecladista Glen Scott, el pianista español Alfonso Pérez y el baterista Steve Jordan se sumaron a nombres muy recurrentes en los discos de Vives, como Teto Ocampo, Mayte Montero, Luis Ángel ‘Papa’ Pastor, Einar Escaf, Pablo Bernal y Egidio Cuadrado, entre otros. En algunas canciones aparecen las voces de cantantes invitados. Desde Elkin Robinson, de la isla de Providencia, y Jessy Reyes, canadiense de ancestro colombiano, hasta Alejandro Sanz (España), Ziggy Marley (Jamaica) y Rubén Blades (Panamá). Estos artistas de otras latitudes le permiten a Vives contactar el aporte español a la música colombiana y adentrarse por lo que él llama “el otro Caribe”, el de las islas colonizadas por ingleses y franceses. También se destaca la cercanía cultural de Colombia y Panamá en el tema Canción para Rubén, en el cual Vives canta bajo un fondo de cumbia, y Rubén Blades le responde con la misma melodía, pero con el sonido salsero que lo caracteriza. Este es tal vez el ejemplo más elocuente de este diálogo musical entre territorios y épocas diferentes. Pero no es el único. En Zhigonezhi (que en lengua kogi significa “ayúdame que yo te ayudaré”), se funden una flauta arhuaca de origen prehispánico con sintetizadores electrónicos.

En algunas canciones aparecen las voces de cantantes invitados. Desde Elkin Robinson, de la isla de Providencia, y Jessy Reyes, canadiense de ancestro colombiano, hasta Alejandro Sanz (España), Ziggy Marley (Jamaica) y Rubén Blades (Panamá).

¿Qué es ‘Cumbiana‘? Cumbiana es el nombre que Vives le puso a un mundo perdido. Es mucho más que un territorio geográfico marcado por ritmos y sonidos. Para él ese mundo anfibio (como lo define) “es la base del origen musical. Es una cultura de la que perdimos señales, perdimos esa memoria”. Es la cultura de los indígenas chimilas y pocabuyas presente en la cumbia y en sus hijos, ritmos que nacen en ese territorio que conforman el río Magdalena y sus ciénagas, el río Cauca, la Depresión Momposina, el San Jorge y el Sinú, y las ciénagas de Lorica. “Coincide técnicamente con el territorio donde nacieron los principales juglares y gestores de la corriente cumbiera. Un territorio que nos cuenta la historia del origen de lo que somos como colombianos”. Vives considera importante resaltar que no toda la percusión ni toda la alegría de la música de la costa vino de Europa y África, sino que parte de ella ya estaba presente en las culturas indígenas del continente. “Ese mundo perdido es Cumbiana”. Un mundo de ríos, siempre presentes en la obra de Vives. Ríos que conectan territorios aparentemente inconexos que lo llevaron a cantar que “la ciudad de Nueva Orleans se parece a Barranquilla”, y así encontrar una conexión entre el Magdalena y el Misisipi, unidos por dos inmensas ciénagas: el mar Caribe y el golfo de México. Fusión simbólica que se sintetiza en la práctica con el nacimiento del porro, encuentro entre el jazz y la cumbia. La referencia inicial a La tierra del olvido no es gratuita. “A mí cantar vallenatos me enseñó a hacer un álbum como ‘La tierra del olvido’. Me dijo ‘mijo, aquí no estamos solos’. Yo soy hijo de la cumbia. Yo soy hijo del tango, de los bambucos. Todo eso me habita. Además, Cumbiana es una tierra del olvido. Olvidamos esa herencia indígena maravillosa, siempre pensamos que era como pobre, nada que ver con los mayas, los incas o los aztecas, cargamos todavía con todos esos prejuicios y clichés”. Desde los tiempos de Los clásicos de la provincia (1993), álbum que abre con el sonido de una gaita en el tema La gota fría, Vives siempre ha destacado el protagonismo de las raíces indígenas de la música del Caribe colombiano. “Es indiscutible que la cultura de la Sierra Nevada de Santa Marta y la cultura chimila forman lo que hoy es vallenato. Cuando hablamos de vallenato, hablamos del río Cesar, y entender el vallenato es entender que el río Cesar es un afluente del Magdalena. Ahí uno empieza a ver el entramado de la cultura chimila que estuvo ahí y que se expresa en líneas melódicas muy originales, espirituales y muy alegres, que uno puede percibir también en carnavalitos andinos de Bolivia y Perú. El vallenato mantiene esa huella indígena, muestra ese origen chimila”.

Siempre ha generado controversia y opiniones encontradas la práctica de interpretar ritmos folclóricos con instrumentos modernos. Vives recuerda que en Los clásicos de la provincia Ernesto Ocampo, Einar Escaf, Carlos Iván Medina y otros músicos aplicaron patrones y percusiones cumbieras a instrumentos propios del rock. “Fue la primera vez que alguien tocó vallenato, ya no con guitarra tradicional, sino eléctrica”. Vives recuerda que mucha gente de la industria discográfica le dijo: “Te vamos a fusilar porque dañaste el vallenato”. Sin embargo, esos procesos de modernización vienen de muy atrás. Mucho antes de que surgiera Carlos Vives, el vallenato se había modernizado con la llegada del acordeón, de la guitarra de Guillermo Buitrago, del bajo eléctrico en la década de los setenta. “Después llegamos nosotros con las guitarras eléctricas y le pusimos nuevos patrones”. En 2020 esos nuevos instrumentos se llaman sintetizadores, se llaman sonidos urbanos, están en los archivos de los programas de edición de música por computador. “Estas herramientas son los nuevos acordeones, las nuevas guitarras, y le van muy bien a nuestra música. El folclor está vivo”. Varios de los temas del álbum recuerdan el sonido y el ritmo de la música que hoy predomina en la radio. Vives coincide en que varias de estas canciones parecen reguetones, dance-hall. “Pero lo que empuja detrás es una caja vallenata, o una champeta cartagenera, o un son palenque, o una chalupa, o un cumbión, o una tambora. Y aplicados con estos nuevos sonidos ponen a bailar a la gente”. Cumbiana podría recibirse como una celebración de los 25 años de La tierra del olvido. Al respecto, Vives señala: “Siempre vamos a celebrar la vida, la felicidad de que nos hayan dado la oportunidad de hacer discos, de que nos hayan valorado el trabajo”. Para él es una celebración extensiva al despertar de la música colombiana. “Que haya despertado en nuestra era y hayan aparecido tantas figuras. Ellos son lo más importante que le ha pasado a nuestra música. Es ver cómo nuestro país se expresa desde sus regiones, que salen nuevos artistas, que somos un movimiento, que somos muchas golondrinas haciendo un verano”.