Influenciado y agitado por la literatura, la ciencia clínica y por el cine, incluido el impacto devastador de la muerte de la madre de Bambi en la cinta de Disney (probando que el cine animado marca de maneras inesperadas), el canadiense David Cronenberg no tiene ninguna traba en explorar los temas que más le interesan, así al público general le resulten, como mínimo, incómodos. Pero es precisamente ese factor por fuera de la norma aceptable y de lo estéticamente agradable el que hace a su arte relevante y único. Es el tipo de cine considerado inquietante porque desintegra la fachada: aun si el ser humano guarda en secreto sus perversiones, las tiene; aun si al ser humano no le gusta aceptar que sus arrebatos impulsan sus acciones, muchas veces lo hacen. Este visceral séptimo arte refleja en muchos de sus matices esas verdades incontestables y difíciles de asimilar abiertamente.
Su cine, por fuera de la norma aceptable y de lo estéticamente agradable, hace a su arte relevante y único. Es el tipo de cine considerado inquietante porque desintegra la fachada: aun si el ser humano guarda en secreto sus perversiones, las tiene; aun si al ser humano no le gusta aceptar que sus arrebatos impulsan sus acciones, muchas veces lo hacen.
A Cronenberg se le considera uno de los padres del body horror, el género que, como ninguno, aborda la deformación del cuerpo, que muestra y abraza las transformaciones por brutales que sean, que refleja el sentirse uno y muchos al mismo tiempo. En este, se explora el ser humano, pero también a una máquina (o a fusiones entre hombres, bestias y máquinas) como potenciales artífices del terror. Basta mencionar una de sus películas más famosas y memorables, La mosca (1986), para entender hasta qué nivel Cronenberg lleva su exploración de las transformaciones producto de una ciencia desviada y motivada por decisiones impulsivas.
En lo que a obsesiones y perversiones respecta, se hace necesario mencionar otra cinta suya que tuvo repercusiones mundiales y le mereció un premio especial del jurado en Cannes por el hecho osado de ir adonde fue de la manera en la que lo hizo: Crash (1996). Una adaptación de la provocadora novela de J. G. Ballard; en esta película, Cronenberg demostró que su independencia no conocía límites ni a nivel temático ni a nivel de producción. Con un presupuesto muy bajo, filmó su película en lugares en los que ni siquiera tenía permiso para filmar, en un acto directo de subversión creativa.
Para Alejandra Rocas, realizadora, guionista, montajista y curadora del proyecto de cineclubismo independiente Arrebato, quien ha seguido con fervor el trabajo del canadiense por años, Crash es importante también porque establece en su filmografía que en el arte hay una fatalidad.
‘Crash’ es importante también porque establece en su filmografía que en el arte hay una fatalidad
Sus protagonistas “son una pareja adicta al sexo. Se cuentan sus aventuras, sus exploraciones y, de repente, uno de ellos se accidenta y se encuentra en esa experiencia del accidente. Y ahí se saca algo de lo fatal, y se saca un amor hacia la cicatriz, hacia algo físico que normalmente se percibe feo, la herida. Pero Cronenberg hace que la herida tome una especie de dimensión erótica”, asegura Rocas, quien enfatiza que Cronenberg es uno de los directoes más libres en sus búsquedas, de los más expresivos, y crea sin miedo o temor a las extravagancias. El canadiense, modelo 1943, asegura, “no le tiene miedo al caos, y en ese caos puede encontrarse y puede encontrarnos a nosotros mismos como en una pérdida, y al mismo tiempo hallarnos y decirnos ‘Hay cosas increíbles debajo de su cabeza’”.
Si bien su cine exploró el mencionado subgénero y lo definió como artista por décadas, con el cambio de siglo el director también asumió otras exploraciones quizá más accesibles para la amplia audiencia. En el siglo XXI, junto con el actor que no ha soltado, Viggo Mortensen, Cronenberg ha explorado especialmente relatos relacionados con el bajo mundo criminal y sus impactos en quien hace parte de él o en quien trata de alejarse de él y no lo consigue. Así lo hizo en A History of Violence (2005) y en Eastern Promises (2007). En este siglo también estrenó Un método peligroso (2011), en la que hizo de Freud y Jung protagonistas para retomar una vieja fijación por el impacto de la experimentación en nombre de la ciencia, en este caso de la ciencia hermenéutica que es el psicoanálisis. Mucho ha pasado desde que Cronenberg comenzó a llevar a las audiencias fuera de su zona de confort para confrontarla con impulsos primitivos y con las consecuencias de sus obsesiones.
Por eso resulta especialmente gratificante su regreso. El 14 de julio se estrena en las salas (y el 29 en la plataforma MUBI) su película más reciente, Crimes of the Future. Cronenberg no temió llamarla exactamente igual a otra cinta que lanzó en 1970, a pesar de que no se trata de un remake y no están relacionadas más allá de su autoría. Mientras que la película setentera criticaba fuerte las instituciones psicológicas y sus métodos para dar con tratamientos replicables, esta nueva película que llega al país presenta un mundo de evolución humana extraña, en la que órganos humanos crecen fuera de control y pueden ser tratados como arte, pero también están en medio de un debate sobre la potencial aberración que representan.
Crimes of the Future (2022) cuenta con Viggo Mortensen, acompañado de Léa Seydoux y Kristen Stewart. Se estrenó en Cannes este año y, como buena película de Cronenberg, llevó a una que otra persona a dejar el teatro a pocos minutos de empezada. Pero quien se expone al código de este autor le interesa llegar al fondo. El marco es futurista, pero no se siente tan lejano del mundo actual, en que se producen tantos desechos orgánicos y plásticos que bien se debería apuntar a comer plástico para sobrevivir.
En este escenario, el cuerpo humano desarrolla nuevos órganos, tumores, si se quiere, enormes, extraíbles. Los protagonistas ven en estos órganos la base para desarrollar su arte performativo, todo mientras muchos los ven como un desarrollo admirable de la especie y otros lo consideran una aberración que no se puede salir de control. Y en ese encuentro de perspectivas se desarrolla la trama. La película presenta un interesante balance entre ese shock visual (muy presente, pero menos protagonista que de costumbre) y los debates sobre evolución y especie, sobre belleza interna y externa, y si bien no presenta un estallido fuerte, da mucho que pensar. Y para eso regresó el maestro.
Palabra de conocedora
Alejandra Rocas, una mujer entregada al cine de horror y a esa faceta característica del cine de David Cronenberg, profundizó sobre las películas del maestro canadiense que la han impactado.
Sobre The Brood (1979) / En esta Cronenberg, como siempre, como lo hizo también en Crimes of the Future (1970), habló en contra de las instituciones mentales y de los métodos y ejercicios que se estaban llevando a cabo los mismos psicólogos para poder hacer tratamientos contra la rabia, contra los traumas... Es una película notable, porque tiene que ver con una experiencia personal que él sintió muchísimo: la separación con su primera esposa y todo el tema de la custodia con su hija. Y narra esa rabia que queda después de una relación de pareja. Y él sentía que era víctima de los traumas y de la rabia que le tenía su esposa.
La película aborda esos traumas que ella tuvo desde su infancia, y pues él, ya desde una parte crítica, novedosa e increíble, logra hacer que la cabeza se una con el cuerpo. Y de repente el cuerpo estalla, como pasa en este caso, en el que una actriz divina termina generando unos niñitos que salen de su estómago. Y esos niños van a ser la rabia física de lo que ella siente. Ahí se da uno cuenta de la cantidad de traumas que tiene, no solamente en su vida actual, sino en su niñez. Eso es lo que más la ha marcado. Me gusta de esta película, y es importante para la filmografía de Cronenberg, es que al mismo tiempo viene siendo una catarsis de una experiencia propia. Es una de sus máximas manifestaciones del body horror, en la que se olvida de las cosas más surrealistas y lo que intenta hacer, y siempre ha hecho, es sobresalir y exponerse sin miedo.
En este caso, digamos, lo hace también de una forma muy chévere. Haciendo y creando unos niños del mal para que hagan sus respectivas venganzas y esta señora descargue traumas, miedo, dolor y rabia. Pero claro, ahí se empiezan a generar una serie de matanzas bastante interesantes. Esta actriz con su estómago abierto y sangriento viene siendo una especie de representación de la mujer creadora que al mismo tiempo crea su misma rabia. Muy buena película, muy recomendada.
Sobre La Mosca (1986) / Increíble. Es una película donde define el body horror, donde se ve esta transformación del actor en una mosca. No solamente eso. También es ver la crítica al método de la ciencia también, como lo hacían las películas de los años cincuenta y sesenta sobre la ciencia, las críticas a una especie de egoísmo que hay en general y que habita en lo que hacen sus protagonistas. Y es olvidarse de esa humanización y querer sobrepasar la humanización. El caso más reconocido de esto es Frankenstein, el monstruo creado a partir de la nada que se convierte en una “persona” a partir de partes.
La Mosca es una crítica a la ciencia, es muy entretenida con una actuación increíble y unos efectos impresionantes con los que creo que todo el mundo se horrorizó, se asqueó. Habría sido genial poder haberla visto en una sala de cine, pero pues la vi en un televisor y fue muy impresionante de todas formas. También es destacable porque la trama se desencadena por un arrebato: el tipo se mete a la máquina porque piensa que la chica que a él le gusta está con otro. El amor viene siendo el detonante de esta historia y, al mismo tiempo, el amor lo lleva a esa caída total al abismo de la que no hay marcha atrás. Después de eso, vienen los cambios, verlo lleno de energía, luego con comportamientos ansiosos que van permitiendo entender que lo que hace es transformarse del todo. Otra gran exponente del body horror.
Sobre Crash (1996) / El accidente se vuelve más que un hecho y un suceso fatal. Dentro de esa fatalidad hay también una lujuria y una perversión. Se me hace muy bonito, incluso en el arte, varios fotógrafos, directores de cine, escritores y pintores. A Andy Warhol le encantaba coleccionar fotos de accidentes. Uno encuentra que en los accidentes, que son un golpe de suerte o de mala suerte, hay una especie de encuentro con la muerte. Y eso los personajes lo valoran mucho. Y por eso todo se maneja bajo las reglas de los motores y los carros, la sensualidad, y los personajes siempre accidentados, saliendo de la costra y de la cicatriz. Para mí es una versión única del libro de Ballard, que también recomiendo. Hay mucha banalidad, y está bien ver banalidad en épocas en las que el cine y las artes en general se están construyendo a partir de moldes y de discursos que nos están quitando esa especie de extravagancia, de libertad ente los contenidos, de no tener que hablar específicamente de ciertos temas. Ellos viven libremente ante el pensamiento y ante la creación de historias de terror, que está lejos de ser algo netamente paranormal (algo que tenemos que sacarnos de la cabeza).