Antes que series, sus producciones son ensayos visuales sobre sociedades, y se meten por los poros de quien se deja afectar. Y con algo de tiempo, porque en principio desconciertan, justifican su decisión de exponer un universo y desarrollarlo orgánicamente. Tienen su ritmo propio y se construyen con capas, como novelas.
En esta entrevista no lo admite, pero su obra tiene un impacto profundo. David Simon mira a los sistemas y a sus impactos en los individuos y así reconfigura perspectivas sobre lo que la televisión puede ser y puede lograr. Pinta el gris de la realidad con pesimismo aterrizado en hechos, sin ignorar el hambre de algunos por cumplir su trabajo con honor en un océano de interés. En ese proceso intriga a su audiencia. Este es un logro de maestros.
Su obra cumbre es la serie The Wire, recientemente considerada por la BBC como la mejor del siglo XXI en un juicio más que acertado. Cuando se emitió en HBO, entre 2002 y 2008, la crítica y los premios la ignoraron, pero la historia le ha otorgado su justo lugar. The Wire miró profundamente a Baltimore, desde muchas esquinas, la ciudad en la que Simon vive aún, donde fue reportero de The Baltimore Sun por 15 años, donde merodeó juzgados y comisarías. El creador pinta su ciudad desde esa experiencia como nadie nunca pintó una urbe en la pantalla. El retrato de Baltimore, condenada por las amarras de una guerra contra las drogas que no tenía cómo ganar en ese entonces ni tiene cómo ganar ahora, hace especial eco en países como Colombia, en los que esa misma guerra tiene impactos directos y donde también se lucha contra lo imposible.
Década y media después de cerrar su obra maestra, Simon se alejó de dicha ciudad para abordar temas siempre pertinentes, casi proyectando su mirada a estos en tiempo real. Entre estos: la invasión a Irak de las jóvenes tropas estadounidenses (en Generation Kill), las batallas contra los prejuicios de la vivienda de interés social (Show Me a Hero), la Nueva Orleans que trata de reconstruirse después de Katrina (en Treme), el ascenso del fascismo en Estados Unidos mediante una ficción no tan distante (en The Plot Against America). Incluso en The Deuce, una serie sobre la prostitución y el cine pornográfico en la Nueva York de los setenta, es pertinente si se dimensiona el impacto de dichas industrias en el mundo moderno.
Ahora, Baltimore volvió a llamar a la puerta, esta vez con una historia real basada en un libro de Justin Fenton, otro reportero de The Baltimore Sun. Esta semana, David Simon y su equipo talentoso estrenan We Own This City (en HBO Max, con capítulos nuevos cada semana). Sobre su obra y la impactante producción, que les tomó cuatro años completar, que incluye al director afrolatino Reinaldo Marcus Green (King Richard) y a Jon Bernthal en un protagónico arrollador, esto le dijo a SEMANA.
SEMANA: ¿Se puede considerar a ‘We Own This City’ una secuela espiritual de ‘The Wire’?
DAVID SIMON: Ambas son críticas a la guerra contra las drogas y todo lo que ha salido mal de la mano de la prohibición y los encarcelamientos masivos. Ese era nuestro objetivo y sigue siéndolo. En ese sentido, ambas producciones son hermanas, pero esta es una historia de no ficción, no hay personajes de The Wire y tiene lugar una generación después. Y esta serie trata de cómo las cosas se pusieron aún peores. La última palabra que escribimos de The Wire fue hace 14 años, y en un departamento de Policía ese lapso es una vida. La mayoría de agentes tienen carreras de máximo 20 años. Aquí hay un cambio generacional, y The Wire no alcanzó a dimensionar el nivel de distopía de lo que se vio en esta fuerza especial de armas de Baltimore (la Gun Trace Task Force, la unidad protagonista de la historia).
Esta serie trata de cómo las cosas se pusieron aún peores. La última palabra que escribimos de ‘The Wire’ fue hace 14 años, y en un departamento de Policía ese lapso es una vida
SEMANA: El impacto de esa guerra toca fuertemente países como Colombia, pero sus historias también. ¿Considera usted el impacto de su televisión a nivel global?
D.S.: Sobre el impacto, quizá suene a disco rayado al hablar de la guerra contra las drogas, lo hago desde hace más de 20 años, desde mi libro The Corner, y no sé si hayamos tenido impacto alguno. Es posible que un número indeterminado de personas haya tomado una postura distinta ante la prohibición de las drogas, contraria a esta, ante el desmonte de esta, pero las políticas siguen en pie. Soy muy consciente del impacto que tiene en el mundo, en el resto del mundo, el apetito de Estados Unidos por las drogas y de la respuesta contradictoria que da ante ese apetito en países latinoamericanos. Algunas veces parece que estamos dispuestos a luchar nuestra guerra contra las drogas “hasta que caiga nuestro último colombiano o mexicano”. Queremos que ellos vivan en la zona de guerra para que podamos pretender autenticidad y falta de hipocresía. Como si no sucedieran cosas similares en nuestro país. Yo me siento a menudo así cuando pienso en West Baltimore. Aquí sí están dispuestos a dar la pelea, aquí sí volvemos estos barrios y esquinas en zonas de fuego libre, con el pretexto de que la lucha solo se da aquí. Mucha desigualdad se cocina en este tema de la prohibición de las drogas y me enfurece.
Parece que estamos dispuestos a luchar nuestra guerra contra las drogas “hasta que caiga nuestro último colombiano o mexicano”. Queremos que ellos vivan en la zona de guerra para que podamos pretender autenticidad y falta de hipocresía.
SEMANA: ¿Cuánto ha cambiado la ciudad en estos 20 años? ¿Los problemas son los mismos?
D.S.: Los problemas son peores. Tienen el mismo origen, están en el mismo espectro, pero son decididamente peores. Cuando cubrí el departamento de Policía, en los ochenta y noventa, había cierta manera de actuar ante la corrupción. Se sabía que pasaban cosas, como la brutalidad aleatoria, si querías pegarle a un tipo en la calle, era tu palabra contra la de él. Si querías robar dinero, eras tú y tus amigos volteando un colchón, encontrando 40.000 dólares y quedándose con 10.000 (y quizás dándole algo al dealer para que no hablara de cifras exactas).
Ahora, son 20 años de esto, a los que se suman el cinismo, la indiferencia, una absoluta pérdida de misión de lo que es ser policía, de por qué se hace el trabajo que se hace. Es decir, no solo no devuelves el dinero, pones las drogas que incautas de vuelta en la calle para vender. Es un nivel de negación existencial que no existía en los ochenta y los noventa, pero existe ahora. El nivel de corrupción es irredimible en este punto.
Es decir, no solo no devuelves el dinero, pones las drogas que incautas de vuelta en la calle para vender. Es un nivel de negación existencial que no existía en los ochenta y los noventa, pero existe ahora
SEMANA: ¿Qué se puede hacer al respecto?
D.S.: Varias cosas deben suceder, y una depende del electorado en general: tenemos que dejar de escoger políticos que hablan de limpiar las esquinas, ponerse duros contras las drogas, llenar prisiones. No podemos seguir siendo susceptibles a esa retórica. Lo otro es, a nivel individual, y George y yo, junto con los otros escritores de The Wire, consignamos esto en un ensayo al terminar esa serie: si nos pones en un jurado, votaremos “Inocente”, sin importar qué “evidencia” haya. No vamos a jugar más este juego, anularemos el juicio si podemos.
Esta guerra está destruyendo el trabajo policial. En mi ciudad nadie hace real trabajo policial. Los agentes se entrenan sabiendo que escalarán y que se les pagará tan solo culpando a la gente de cargar droga que ellos mismos plantan. El mensaje debe salir, esta “guerra” destruye barrios, destruye familias, no sirve de nada.
El mensaje debe salir, esta “guerra” destruye barrios, destruye familias, no sirve de nada. Hoy se consiguen más drogas que nunca. Y, de manera contraintuitiva, esta guerra está destruyendo el trabajo policial. En mi ciudad nadie hace real trabajo policial. Los agentes se entrenan sabiendo que escalarán y que se les pagará tan solo culpando a la gente de cargar droga que ellos mismos plantan. El costo de esto es tan alto, que la gente común tendrá que salir a demostrar que no va a jugar más a esto. “No te votaré, no participaré”. Ese sería el principio, pero tomará mucho tiempo.
SEMANA: Por la mañana se levanta y hace estos programas que diseccionan sociedades enfermas, ¿lo impulsa la furia y la decepción que expresa en Twitter?
D.S.: No creo que sea un tipo enojado, siento que, como cualquier otro, me río de chistes y veo un partido del sábado. Escogí el periodismo hace mucho tiempo, y la mayoría de gente que se dedica a esto está inconforme sobre cómo suceden las cosas. Ahora, según lo veo, cuando te dan seis horas de televisión (o diez, o 20) y unos cuantos millones de dólares para hacerlas, la idea de que sea solo entretenimiento no me es suficiente. Yo no te voy a contar una historia para entretenerte, me parece un desperdicio.
Cuando te dan seis horas de televisión (o diez, o 20) y unos cuantos millones de dólares para hacerlas, la idea de que sea solo entretenimiento no me es suficiente. Yo no te voy a contar una historia para entretenerte, me parece un desperdicio
Siempre me interesó entablar debates sobre lo político, lo socioeconómico, sobre lo que hemos hecho. Eso lo hace interesante a mi parecer y no me enoja. Es el lugar en el que creo que debo pararme. Para mí, las historias tienen que tratarse de algo, significar algo, y debo sentir que vale la pena acercarme a la fogata y contarle el cuento al resto. Sobre Twitter, es una performance que me hace reír mientras lo tecleo.