Primero se hizo necesario superar el síndrome de estrés postraumático que generó en todos los rockeros colombianos la situación de Joe Elliot, cantante de Def Leppard, quien pasó por la Clínica de Marly para reacondicionarse luego de padecer un fuerte soroche de alturas. En Bogotá, cuando pasan estas cosas, se prende la luz roja. Y eso es triste por lo que evoca, y se entiende, pero, del otro lado, se aprecia el triple cuando las cosas salen bien. Hoy los seguidores de la banda británica pudieron ir al concierto habiendo superado el profundo susto, con la alegría de que todo seguía en pie. Y eso aquí ya no se toma por sentado.
Y lo que la gente fue a buscar lo recibió, y hasta un poquito más. Fue una noche de clima perfecto, sin una nube en el cielo (sí uno que otro avión que debió ver lindo ese parque desde las alturas), cargada de himnos de rock que en los ochenta se hicieron enormes pero que de sobra se comprobaron vigentes, especialmente ejecutados a esta masiva escala y volumen. Una banda colombiana, una banda británica, una banda estadounidense conjuraron hits y más hits; riffs y más riffs, y melodías y letras de décadas lanzaron al aire. Ganó la música en esta ‘Bogotá Ciudad Rock’, que congregó más de 30.000 personas.
Kraken abrió la velada muy puntual, a las siete de la noche, y en media hora desplegó sus clásicos con alta potencia. Su cantante Roxana Restrepo lo hace bien, sobreviviendo con personalidad y entrega esa línea difícil en la que se mueve, porque siempre se extrañará a Elkin Ramírez, especialmente cuando suenan tan bien. Pero a su manera está ahí, cuando ella deja su corazón en las melodías que le heredó y les hace honor, y eso se aprecia. Kraken, banda rotunda, no pidió permiso para dejar su huella y cerró su set con “Vestido de cristal”, que suena tan intemporal como es. Aplausos merecidos se ganó de sus seguidores, que los había muchos, y también de algunos incrédulos como yo.
Más puntual que Kraken, porque puso reloj y todo, Def Leppard aterrizó a las ocho de la noche y no se demoró mucho en hacer del parque entero una máquina del tiempo. Porque la banda es dueña de un sonido generacional, único en su propia ley, que redefine tiempos y espacios desde el presente pero también desde las muchas memorias que se carga encima. En resumen, Def Leppard es su propio tiempo y espacio. Suena “Armageddon It” y es imposible no notarlo; suena “Bringin’ On the Heartbreak” y usted se sabe afortunado de estar ahí viviendo la dolorosa e increíble canción con otros tantos miles.
La banda de Sheffield empezó el concierto con una de sus canciones más recientes, y metió una que otra en el setlist, y no rayaron porque jamás quedó duda de que lo que prima en este concierto es una constante entrega de éxitos, momentos memorables, en guitarras, ritmo y melodías vocales. Desde la batería, Rick Allen demostró que le falta un brazo pero nada más, y fue una tromba imparable (con un solo poderoso para el aplauso). Desde las cuerdas de su guitarra y su firme pecho, Phil Collen se demostró una presencia notable. Por su parte, los fundacionales Rick Savage y Joe Elliot conjuran y añaden esas las melodías vocales tan características de la banda. Así se construyó ese sonido en el Simón Bolívar. Así fue cómo Def Leppard no dejó dudas y ratificó porqué atrae tanto público. Y aseguró que volvería a soltar en estas tierras su “Rocket!”, su “Yeah!”, su “Satellite of love”.
Como suele suceder con los actos británicos, el show visual es bien pensado, bien curado, y jugó entre la nostalgia y el presente para elevar un show musicalmente cargado de emociones construidas por décadas. Había que tener corazón de piedra para no percibirlo. Además, la buena onda de la música de la banda impregnó a los asistentes. Se habló incluso, cosa rara en Bogotá, de gente alicorada pero adorable. La buena onda vino primero (esto a pesar de que mucha gente venía de vivir un proceso de ingreso ni tan amable ni tan fluido).
Y claro, Joe Elliot fue también enorme en pedir una ronda de aplausos para el personal de la Clínica de Marly. ¡Qué bien ganado ese aplauso y qué bonito darlo! El setlist de esta gran, gran presentación fue nada menos que contundente. Aquí lo compartimos.
A las diez de la noche, para cerrar la faena (que para muchos ya había tenido su clímax) faltaba el cierre con la primera visita al país de Mötley Crüe. Y antes de soltar su arsenal de rock de ochentas, lanzaron un tramo poderoso del Réquiem de Mozart, un detalle sonoro que se recibió con brazos abiertos.
La banda californiana, digna hija de la época más glam del glam rock, ya promedia varias eras estéticas pero no traiciona su vena cabaret, su espíritu sunset strip a la manera de “show me your titties”, su adn macho, con bailarinas y muñecas inflables enormes. No me gusta esa faceta, lo confieso, pero es parte integral de su trabajo. La parte de ese trabajo que sí me atrapa es su música, sus varias canciones increíbles. Y escuchar esa máquina de riffs fantásticos que es Mötley Crüe aquí en Bogotá, a ese volumen, fue maravilloso. El concierto fue ganando tracción. El concierto cerró como debía.
La banda vino liderada por su icónico bajista Nikky Sixx, que se tomó el tiempo de darle un lindo momento a una seguidora, a la que invitó a tarima para una selfi para el recuerdo. En su paso por Bogotá, Sixx también tuvo tiempo de retratar la dura situación de la población de calle en Bogotá y despertó una que otra crítica de quienes pretenden ocultar el sol con un dedo...
Vino también su polémico vocalista Vince Neil, quien se vio en dificultades para mantener el paso frenético de la banda a los 2600 metros de altura. Ahora, este es un cruel ejercicio marcado además por el tempo de Tommy Lee en la batería. Neil hizo lo que pudo, y ese esfuerzo fue suficiente para gozar del concierto a pesar de sus falencias. Por su parte, Tommy, el único verdadero amor de Pamela Anderson, dejó algo de su aura en la ciudad cuando bautizó a las “titties” bogotanas como “bogotitties”. Su simpleza es risible, sus tambores suenan increíble.
En persona de Sixx, la agrupación dejó un poco de amor extra para la ciudad y su gente horas después de concluido el concierto. En un mensaje en su Instagram, el bajista, una notable presencia en escena, le agradeció a Bogotá el haberle sacado lágrimas, el haberle llenado el corazón de amor en “Home Sweet Home”, y también prometió regresar. Todos prometen regresar. Amanecerá y veremos, pero la memoria de esta noche satisfizo poderosamente el alma de Hard Rock.
Crüe vino sin su guitarrista original, Mick Mars, e hizo falta, sin duda, porque nada se compara a ver al “gangster original” que creó esos riffs de “Dr. Feelgood”, de “Wild Side”, de “Looks that Kill”, de “Girls, Gilrs, Girls”, de tantas canciones más... Ante su situación de salud, se hizo inevitable seguir el show sin él. Afortunadamente, su lugar lo ocupó con dignísimo esfuerzo el fabuloso freak que se hace llamar John 5.
Al comienzo dudé del “Wizard”, como le llaman. Pero con el paso del concierto, que fue pasando de intensidad mediana a intensidad total, se fue haciendo más notoria su absurda calidad. El nacido en Michigan le rindió homenaje a los enormes riffs compuestos por Mars, ejecutándolos con el alma original, como muchos de los enormes solos (de nuevo, “Home Sweet Home” fue una belleza)… Y cuando tiene ventana para meter sus rarezas, John 5 lo hace y marca. En su solo fue nada menos que un ataque sónico, y luego también sacó, a lo Jimmy Page, un arco para tocar un rato su instrumento. Y fue con una densa frecuencia suya que encaminó al parque a esa licuadora rocanrolera que fue “Kickstart My Heart”. No había mejor manera de cerrar semejante noche en Bogotá, ciudad rock.
Lunares en noche de luna
Los conciertos con bandas que despiertan un nivel tan alto de devoción exige un mayor esfuerzo logístico, que premie a quienes lleguen con tiempo y no haga de sus esfuerzos un suplicio al que ni siquiera le ven el beneficio. Disfrutar de estas enormes bandas que traen los organizadores debería ser menos complejo en su ingreso. Solo faltó ese detalle no menor para que este espectáculo fuera un éxito a todo nivel. Y lo fue a muchísimos niveles.
Bonus track: Opeth deja la vara muy alta un jueves en el Royal Center
Sí, Def Leppard y Motley Crüe dejaron un conciertazo, pero sería mentir decir que fue “mejor” que el del 16 de febrero en el Royal Center. Esa noche, la increíble banda sueca Opeth dejó un recital de 13 canciones, una por cada trabajo discográfico de su carrera.
Fueron dos horas y media de música impresionante, llena de matices, marcada por el flujo variable que propone, que salta naturalmente entre lo pesado y lo suave y onírico, y todo lo cohesiona con su limpia maestría en ejecución. Lo que dejó Opeth en su segunda visita al país fue una curaduría fina, hilvanada, tocada increíblemente. Cuatro estaciones en cada canción, mil estaciones en un concierto, eso son, y les suena genial y les nace genuino. Nunca un canto gutural pareció tan lógico e irremplazable.
Vale anotar que el Royal suena rico cuando la banda quiere (ya lo han demostrado varios como Primus, como Faith No More, entre tantos más). Y Opeth quiso y Bogotá le respondió con muchísimo amor y devoción. Mikael Åkerfeldt dejó muestra de su enorme talento, de su humor sardónico, y los integrantes de la banda fueron monstruosos en su calidad , precisión, y entrega a la atmósfera absoluta. Esto tocaron los suecos...
Lo que viene
La cascada de conciertos es tremenda en este punto en el país. En el género que le llame la atención, lo más seguro es que haya un concierto interesante en su futuro próximo, si así lo busca. En lo que a rock se refiere, hay sin duda algo de rock en el Festival Estéreo Picnic de finales de marzo, mientras que la primera edición de Monsters of Rock Bogotá tendrá lugar en el Campín en abril y con Kiss como acto de cierre, no hay pierde. También viene en camino una edición muy potente del TattooMusicFest, a finales de mayo, así como el Bogotá Metal Fest, con tres fechas entre abril y mayo, con bandas invitadas como Apocalyptica, Accept, Testament, Kreator. Y se suman muchos más conciertos de escala menor pero no menor importancia, como el de The Winery Dogs el 4 de mayo en el Auditorio Mayor de la CUN...
Y todo esto importa porque nada se compara a celebrar la vida con música en vivo.