ULTIMAS HORAS DEL ARTE, de F. Gil Tovar, Carlos Valencia Editores, 1982 Es muy probable que la mayor parte de las personas que, intencional o desprevenidamente descubran esta nueva obra de Gil Tovar, incurran en notorio extravío, pensando que en ella el autor esboza una sugestiva y aguda tesis que de una u otra forma, anuncia el advenimiento de "la muerte del arte". Se vislumbra tal extravío porque si bien es cierto que el lenguaje permite siempre diversas interpretaciones, no lo es menos que la inclinación del espíritu hacia una de ellas depende, en buena parte, del horizonte histórico en el cual opera la selección, horizonte éste que, en la actualidad, impone una relación inmediata entre "Ultimas Horas" y muerte. (Este es un siglo de grandes funerales -por lo menos en las construcciones teóricas--. Asistimos a la muerte de la familia, a la muerte de sistemas sociales, a las muertes paulatinas de Dios y del diablo, a la muerte de la filosofía y a otras no menos trascendentales). Mas, hay que decir que, si un lector llevado por su desacierto, hace suyo el libro comentado, introduce en su biblioteca un texto guía bastante útil. "Ultimas Horas del Arte" (1960-1980) no es, a la luz del rigor, un ensayo en torno al arte. Es un manual práctico donde el autor, moviéndose dentro del marco referencial trazado por el título, indica "el discurrir de lo artístico en los dos últimos decenios". Sin embargo, de la esencia pedagógica de la obra no debe inferirse que en sus líneas sólo se encuentra la presentación de movimientos que sirvieron de hitos en aquel período. Más bien debe verse tal presentación como el pilar de la estructura global del texto, toda vez que, le anteceden y siguen consideraciones que la toman como punto de apoyo. Inicialmente, el autor echa una mirada rápida a las tendencias artísticas del siglo XX anteriores a 1960 (desde el modernismo con su ruptura de la relación artista-naturaleza entendiendo a aquel como reproductor fiel de ésta, hasta el informalismo que, llevando hasta el máximo las pautas modernistas, proclama la libertad del artista con relación a la forma. Todo ello pasando por el posimpresionismo, el futurismo, y el realismo socialista entre otros). Posteriormente, procede a la descripción detallada de lo que constituyó el quehacer artístico en los años que corrieron durante el lapso que llama su atención (1960-1980), en el desarrollo de esa descripción, realizado con la ayuda de ilustraciones que dejan más diáfana la caracterización teórica de cada movimiento, Gil Tovar hace manifiesta la presencia constante de aquellas tendencias del período precedente: el collage, consistente en el ensamblaje de cuadros con trapos, papeles y maderas, creado en los primeros años del siglo actual, será retomado después de 1960 por el llamado pop-art (construcción del arte a partir de la vida cotidiana moderna); el surrealismo, de principios de siglo, prestará su idea central, libertad de asociación con resultados irracionales, a la figuración fantástica, un movimiento que aflora hacia 1937 con un desborde intenso de imaginación. Así, pues, a cada tendencia posterior a 1960, el autor le asigna su correlato en el primer trayecto del siglo. Y finalmente, a guisa de "epílogocomentario", el autor toma como premisa lo antes dicho para hacer algunas digresiones, planteando entre otras cosas, una penetración de la sociedad de consumo en el arte contemporáneo, una ruptura en dicho arte entre lo estético y lo artístico, y un desplazamiento hacia Estados Unidos del centro productor de arte. El mérito de la obra es el mismo que tiene todo buen manual: mostrar esquemática y sintéticamente "el discurrir del arte" en un segmento temporal. Tarea ardua que supone un conocimiento profundo del tema. Y algo más importante aún: un tal trabajo de síntesis es necesario, no porque aumente la erudición del lector, sino porque ofrece a éste una información que le amplía las posibilidades de apreciación. Además es importante en el libro la relación que establece entre el ámbito socioeconómico y el arte que en él se produce. Sin embargo, los vacíos no faltan. Algunos son casi inevitables en un texto guía: simplificación de lo complejo en aras de lo didáctico; fijación de los hombres en el interior de un rótulo determinado negando así la dialéctica de su acción, etc. Otras debilidades no dependen de la voluntad del autor como el caso de la crisis que en el texto sufre su pretendida "objetividad". Y por último, una flaqueza --quizá la mayor--, que ya no es corolario del carácter esquemático de la obra: la ausencia de un método histórico en la exposición que, en ocasiones, podría hacer pensar en un desarrollo intrínseco del arte y, en particular, del contemporáneo cuando, como bien lo advierten estudios sobre la materia, las vanguardias actuales deben su origen en buena parte a la ruptura que en 1848 se presentó de la "unidad" popular burguesa en las manifestaciones artísticas.