El 4 de marzo se estrenó en el parque Santander de Mitú, Vaupés, el documental La selva inflada, el primer largometraje de Alejandro Naranjo, que retrata una problemática casi invisible para el país: las olas de suicidios, que vienen en aumento desde hace poco más de una década, de jóvenes indígenas entre los 14 y 25 años.El vacío que dejan esas muertes abre la pregunta por la contradicción que enfrentan las nuevas generaciones de la selva: vivir en una especie de ‘no lugar’ entre el mundo aborigen de sus padres y el mundo que les enseñan en el colegio y conocen en la capital del departamento, colonizado por quienes ellos llaman “blancos” o “paisas”. Ante las escasas oportunidades laborales, suelen viajar de regreso a sus comunidades. Ese retorno traza la brecha entre las desvanecidas poblaciones prehispánicas y las nuevas formas de vida occidental, que intentan asentarse en el mismo suelo.El día del estreno alrededor de 1.000 personas llenaron la plaza en la que se realizó la proyección. La Alcaldía contrató a un grupo de exguerrilleros del programa de reinsertados del Vaupés para la logística, que dispuso unas 200 sillas –“todas las de Mitú”, dice Naranjo, traídas de la Policía, de los restaurantes– frente a un telón prestado.“Estaba muy nervioso”, cuenta Naranjo. “En Mitú no hay cines. Ponerles una película, donde además están ellos, enmarcados en una situación muy dura, podía salir mal. Pero no…”. Los espectadores se emocionaron, lo abrazaron, le agradecieron. “Al final creo que la película sí puede hacer algo, y lo está haciendo: ser la excusa para que se hable del suicidio”.En 2009, Naranjo leyó un artículo en El Tiempo que aludía al pico más alto de suicidios registrado en el Vaupés. Se trataba de 43 casos por cada 100.000 habitantes, en una población que no supera los 40.000, cuando el nivel nacional oscila entre 4 o 5 suicidios por cada 100.000 habitantes. Con recursos propios y un camarógrafo viajó a esa parte del país a explorar la situación.Según datos del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, entre 2010 y2014 se suicidaron en Colombia 62 indígenas. “De acuerdo a esta fuente, no hubo reporte de suicidios en el departamento. Pero según los últimos reportes de la Secretaría de Salud, en 2012 hubo 15 casos”, afirma José Fernando Valderrama, subdirector encargado de Enfermedades no Transmisibles del Ministerio de Salud. Sin embargo, las cifras del ministerio no concuerdan con las de la Secretaría Departamental ni con las de la ONG Sinergias, que viene trabajando el tema desde hace cinco años.En 2011, Sinergias llegó a la Amazonia con un plan de atención y prevención en salud materno-infantil. El trabajo de campo reveló a los investigadores otra problemática: los jóvenes indígenas se estaban suicidando y nadie entendía por qué. “Fuimos los primeros en documentar. Recogimos todos los casos nacionales para el ministerio, pero esos datos están desactualizados. Ahora hay una discusión importante porque el Instituto Nacional de Medicina Legal sacó un informe a comienzos del año pasado que minimiza las cifras y en el que ni siquiera aparece el Vaupés. Nosotros tenemos datos del periodo 2010-2014 que muestran que solo en el departamento hubo más o menos 110 suicidios”, dice Pablo Martínez Silva, coordinador de Atención Primaria en Salud de Sinergias.Rocío Gómez, psicóloga a cargo del programa de salud mental de la Secretaría de Salud Departamental, afirma que al mes se registran entre los indígenas uno o dos casos de jóvenes suicidas. Según ella, en 2014 la tasa fue de 44 por 100.000 habitantes y, aunque el año pasado fue de 38, insiste en que hay una tendencia a que el número aumente o se mantenga. “Muchos de los casos, incluso de los que detectamos, no ingresan al sistema porque no de todos no hay certificado de defunción. Ahora: muchos otros ni siquiera quedan identificados, o nos enteramos mucho después. Tenemos atención en tres municipios: Mitú, Carurú y Taraira. Pero el resto de comunidades (en total son alrededor de 250) no tienen siquiera la forma de notificar”, afirma.El territorio, poblado en 80 por ciento por indígenas, tuvo en el siglo XX tres bonanzas económicas: la de las pieles de animales, la del caucho y la de la coca. Después de la toma guerrillera de 1998, el Estado entró a hacer presencia en el departamento y, desde entonces, se presentó un rápido proceso de occidentalización cultural y económica con la llegada del hombre blanco, que hoy controla el sector comercial en Mitú. Según Gómez y Naranjo, cinco años después se registraron los primeros casos aislados de suicidio.La hipótesis de los especialistas y del documentalista es que los jóvenes encuentran en el suicidio una salida a la falta de oportunidades. Pasan su infancia en las escuelas de sus comunidades, aprendiendo sobre su cultura y en su propia lengua. “Cuando se gradúan de primaria, el gobierno tiene que cumplir las cuotas de educación indígena. Entonces se los lleva, de buena fe, a Mitú, para que hagan la secundaria”, dice Naranjo. En esos años los jóvenes aprenden una lengua diferente, el castellano (manejan el idioma apenas en un 20 por ciento cuando llegan a la capital). “Ese es uno de los grandes problemas, no se pueden comunicar y se burlan de ellos en el pueblo por sus expresiones. Además, están expuestos a muchos cambios: la cuestión de la ropa, el peinado, el hablado, el reguetón. Entonces, en esos años aprenden el pénsum de occidente y, sobre todo, a ser un blanco contemporáneo que sale de fiesta y se emborracha”, dice Naranjo. La mayoría de los suicidios suceden en estado de embriaguez y por ahorcamiento, mediante las cuerdas de las hamacas donde duermen: “No se cuelgan y se lanzan de una silla; se cuelgan a la altura de ellos y se dejan caer de rodillas. Se amarran y se dejan caer. Lo hacen de una manera en la que es muy evidente la voluntad de morir”, dice Pablo Martínez.Anualmente, se gradúan alrededor de 200 estudiantes, pero no hay 200 empleos nuevos en Mitú, e ir a una ciudad grande casi nunca es una posibilidad por falta de recursos. “Quedan, entonces, en un no proyecto de vida. La única solución que encuentran es volver a su comunidad, pero cuando vuelven ya no son los mismos que cuando se fueron”, dice Naranjo.Como el internado es el centro donde se concentran esos procesos de cambio, Naranjo escogió el Colegio José Eustasio Rivera y como protagonistas a cinco de sus estudiantes, provenientes del Apaporis. Y estructuró el documental alrededor del suicidio de Miguel Vargas, uno de ellos. Cuando les preguntó por qué creían que Miguel se había suicidado, ellos respondieron: “Uno aquí se siente muy solo, encerrado, no tiene con quién hablar. Por acá últimamente está pasando eso por muchas cosas. Están sacando piedras de los lugares sagrados para las construcciones. Por meses está pasando eso. Dos, tres… Se ahorcan por ahí en el pueblo, borrachos. Es como si nos hubiera matado alguien. Fue como un vacío muy grande, como si estuviéramos perdiendo una parte de nosotros mismos. El más compañero de él casi se ahorca también, aquí mismo, en el baño”.Este año, el ministerio priorizó el departamento del Vaupés. Según Valderrama, destinarán 250 millones de pesos a la línea de salud mental e implementarán un modelo con enfoque diferencial a través de un convenio con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).La selva inflada se perfila como un documental que el país va a agradecer, pero nadie como los indígenas del Vaupés que, como ya lo manifestaron el día del estreno, se emocionaron y abrazaron a su director.