Una nieta y una hija deciden contar a través de documentales la vida de un abuelo y un padre, asesinados por la extrema derecha que los tildaba “de comunistas, de subversivos”. La nieta –Daniela Abad– está en el estreno de su película Carta a una sombra, un homenaje a Héctor Abad Gómez: el médico, el profesor y, sobre todo, el defensor de los derechos humanos, acribillado el 25 de agosto de 1987. La hija –María José Pizarro– está entre el público; fue invitada porque hace dos meses era ella quien exhibía un documental para revivir la historia de su padre, Carlos Pizarro: el comandante del M-19 que lideró el acuerdo de paz y la entrega de armas de esa guerrilla, el luego candidato a la Presidencia asesinado el 26 de abril de 1990 en plena campaña. A la salida de la première, en el teatro Avenida de Chile de Bogotá, los directores de Carta a una sombra (Daniela Abad y Miguel Salazar) atienden las entrevistas de los medios de comunicación. Primero, los de televisión. Luego a la prensa escrita. Y, entonces, sucede el encuentro entre la nieta y la hija, invitadas por la revista SEMANA a sostener una conversación. “Esta película es un acto de amor: tuyo hacia tu padre (el escritor Héctor Abad Faciolince quien, sin proponérselo, fabricó el libreto para esta película con su libro El olvido que seremos y se convirtió en el hilo conductor de esta historia), y de tu padre hacia tu abuelo. Es una cadena de afecto que me pareció dulce, entrañable –dice María José Pizarro dirigiéndose a Daniela Abad–. Una de las cosas que más me gusta de estos documentales es que ponen a sentir a este país y eso es una cosa muy difícil. Que la gente sienta empatía, respeto por los otros, aquí es muy difícil…”. Pizarro habla con seguridad, pero siempre con un tono tranquilo. Daniela se ve más tímida, escucha a su interlocutora con atención, asiente con la cabeza repetidamente, y anota: “Estoy de acuerdo, es un gran logro que la gente se emocione con cualquier película pero con un documental todavía más. Y sí, creo que es un regalo para el país pero yo también quería hacerle este regalo a mi familia. Sentí que, de alguna forma, tenía que estar detrás de la cámara para protegerlos, para que su historia se contara de la forma más fiel, más cercana a la realidad posible”, dice y luego cuenta que en un principio esta no iba a ser su película; iba a ser la obra de Miguel Salazar y de un grupo de realizadores holandeses. La alianza no funcionó –explica– porque los europeos estaban muy ajenos a la realidad que querían contar. Entonces ella entró a codirigir. Podría decirse que Carta a una sombra es, en esencia, la historia de amor de un padre y un hijo (los dos Héctor). En ese orden, Pizarro (nombre del reportaje sobre el comandante del M-19, dirigido por Simón Hernández) podría ser la de un “padre ausente” que vivió 17 años en la clandestinidad y una hija que tiene que pasar largos años en el exilio y, desde la lejanía, se obsesiona con unir las piezas de su pasado. “Para mí el documental fue recorrer mi pasado y mi vida, y a través de ese caminar reconstruir la historia de mi padre. Eso me permitió tener otra mirada porque desde el cine, desde la cámara, te detienes en los detalles de una manera diferente. La cámara lo obliga a uno a callarse y a escuchar… Lo que me hace llorar de tu película, lo que me conmueve es tu padre –le dice María José a Daniela–. Yo me siento absolutamente identificada con la mirada que tiene Héctor cuando dice al final: ‘estoy haciendo muchas cosas que mi padre nunca va a ver’”. Y continúa María José Pizarro: “El caso mío es un poco distinto porque Héctor Abad era un médico con una vida ejemplar, como dice el profesor Gaviria (el exmagistrado Carlos Gaviria, amigo entrañable de Gómez, quien dio su testimonio para el documental poco tiempo antes de morir) y la vida de mi padre no es que no fuera ejemplar, pero era un guerrillero. Entonces hay muchos otros cuestionamientos que vienen de todos los frentes, siendo ambas muertes absolutamente injustificables”. Precisamente Pizarro está lleno de preguntas de la hija: usted por qué estuvo ausente, por qué no cuidó más su vida, por qué continuó en la guerra después de la amnistía, por qué formar una familia si no iba a estar ahí… La de Daniela Abad es otra historia. Nació en Italia hace 30 años y allá estudió la secundaria y vivió media vida. Regresaba al país por temporadas, en Colombia intentó hacerse médica pero a los dos años renunció y finalmente se convirtió en directora de cine en una universidad de Barcelona. “Para mí este fue un ejercicio intensivo de clases de historia de Colombia. Creo que muchos jóvenes no la conocen y eso les resta criterio en tomar decisiones… Esta fue además la forma en la que pude acercarme a mi abuelo y, de alguna manera, hablar con él; el archivo de audio me permitió eso. Hay algunos casetes en los que me habla a mí, me da consejos para el futuro; él todo el tiempo estaba pensando en el futuro y tenía una conciencia muy viva de que todos nos íbamos a morir y de que algo se podía dejar”. El archivo de audio del que habla Abad es quizás el mayor tesoro de este documental: la voz de Héctor Abad Gómez eternizada en casetes que él llamaba audio-cartas y que enviaba por correspondencia a su familia cuando estaba de viaje. Escucharlo es, a la vez, bello y desolador. Daniela y María José no se conocían. Podría decirse que no pertenecen a la misma generación (la nieta tiene 30 años y la hija 37) pero están atravesadas “por la violencia y por la muerte de una manera muy particular –dice Pizarro–. Vivimos todo esto siendo niños (ella tenía 12 años cuando su papá fue asesinado y Daniela solo uno cuando su abuelo murió)… Los dolores estaban pero no podíamos verbalizar ni comprender muy bien, solo sabíamos que había un silencio profundo y muchas preguntas sin respuesta”. Después de 20 minutos la conversación tiene que finalizar. Otros medios están esperando por entrevistar a Daniela. En este diálogo de afán conocieron el trabajo de la otra; se preguntaron, se miraron con admiración, se dijeron que sería un placer trabajar juntas. “Nosotros tenemos que lograr que este país vuelva a sentir y vuelva a condolerse con el dolor del otro, ir quebrando la indiferencia –dice María José Pizarro–. Si nosotros no lo asumimos, la memoria se pierde. Si Héctor no hace el libro y tú no haces el documental, para la generación siguiente seguramente un hombre tan valioso como Héctor Abad Gómez quedaría perdido en el rastro de la historia”. Daniela le pone el punto final a la conversación: “Yo creo que en la medida en que el tiempo pase la película va a adquirir un valor histórico más importante, con algo muy triste y es que todos nos vamos a morir pero por lo menos existe este documento… para mí era muy importante que quedara mi familia porque yo no quiero que mi familia se olvide. En un acto también absolutamente egoísta dije ‘quiero dejar memoria de mi papá, de mis tías, de mi abuela que tiene 90 años, de Carlos (Gaviria), y obviamente de Héctor Abad Gómez’”.