En épocas en las que se sigue debatiendo sobre los caminos a tomar en cuanto a la prostitución, sobre si hacerle la guerra (“exitosamente” como a las drogas) con prohibición y persecución o establecer un andamio robusto de acompañamiento a las trabajadoras sexuales, reconociendo sus derechos y persiguiendo incansablemente la trata, este documental que desde África ofrece el director Moumouni Sanou es nada menos que obligado.

Sin medias tintas, es un pedazo editado de la realidad de un lugar en el que la prohibición llegaría de últimas y donde probablemente jamás tendría efecto.

La producción sigue a tres, o mejor, cuatro trabajadoras sexuales en Burkina Faso (una más se une en la parte final de la producción) y también a dos matronas que se ocupan de la ‘guardería nocturna’ en la que estas mujeres dejan a sus hijos mientras van a trabajar la noche en la ciudad. La franqueza prima, aquí no hay mayor cosa que ocultar.

Se separan en la noche, pero son unidad. | Foto: Taskovski Films

Puede ser un marco de pobreza el que vivimos y caminamos con estas mujeres y sus bebés, puede ser un trabajo que muy poca gente aceptaría en público por el estigma asociado a él, por el desdén social, pero estas son guerreras dignas, azotadas pero no derrotadas por su circunstancia.

Sobreviven, comparten entre ellas experiencias que logran ser muy graciosas sobre sus clientes, se preocupan de sus chiquitos en la medida en la que pueden, pero lo que es evidente al acompañar sus días es que es demasiado difícil.

Cuando el sol sale, en el tiempo en el que en teoría están con sus nenes, también están agotadas, también necesitan dormir. Y eso tratan de hacer de a momentos, y los chiquitos y sus ojos aun inocentes brillan por su lado, dejados a jugar entre ellos y embadurnarse de tierra o maquillaje o lo que encuentren en el espacio personal que comparten estas mujeres. Aquí, el chiquito busca la teta de la madre que duerme.

No es tímido el director en mostrarnos a los niños y niñas, en enfocar sus ojitos que brillan, sus caritas tiernas, sus expresiones de humanidad temprana por medio de detalles clave, como un abrazo particularmente conmovedor hacen de estos enanos la mismísima conmoción de la naturaleza humana de Rousseau.

El cuadro es revelador, humaniza profundamente, pero no por eso deja de ser desgarrador. ¿Se apagará el brillo en esos ojos? Sus madres así no lo quisieran. El destino tiene sus propios planes.

La mirada del documentalista también incluye la esencial perspectiva de las dos matronas que se encargan de los pequeños, las gerentes de esta garderie nocturne. Las mujeres de avanzada edad (una en sus cincuentas, de particular franqueza, otra en sus ochentas) cuidan lo mejor que pueden de estos chiquitos. Y la más joven de las dos relata el caso particular de una bebé que su madre dejó en la noche para no volver. Y un año la lleva cuidando…

Pero esta madre aparece, y cuando lo hace, recibe el escarnio de la cuidadora. Esta trabajadora sexual abre más aún el ramillete de matices, porque según relata las autoridades la detuvieron por falta de papeles y le tocó escabullirse. En su relato se sienten un puñado de sentimientos encontrados con los que el espectador, medidas las distancias y circunstancias, se puede identificar. Ella volvió por algo, dice, por su niña, en quien no dejó de pensar jamás.

Sigue la vida, sigue el debate, y así crecen estos pequeños que dejan la cabeza del público revoloteando con preguntas sin respuesta, con debates por resolver.