SEMANA: Usted es una de las periodistas internacionales más reconocidas en el país. ¿Cómo dio este salto a la novela erótica?

Dora Glottman: Me alejé hace unos años del periodismo. Mi sueño siempre fue escribir una novela. Y justamente, hace unos meses, Penguin Random House me buscó para escribir una. Lo que ellos me proponían era contar la historia de mi vida. Porque yo tengo una particularidad y es que pasé de ser de una familia muy adinerada a una quebrada económicamente. A Penguin le parecía que ese era un tema que podría ser interesante para un libro, pero yo no quise hacerlo.

SEMANA: ¿Por qué no contarla? La historia de su familia tiene mucho que ver con la de este país.

D.G.: Lo pensé mucho. Pero al final concluí que un libro podía abrir más heridas que otra cosa. Además, levantarse a escribir sobre uno mismo es aburrido. El tema del erotismo, por otra parte, me interesa desde hace muchos años. Pero lo que más me interesa son los temas de género; entonces, utilicé el erotismo para poder hablar de los retos de género arrancando por la sexualidad. Fuera del erotismo, mi novela, La mujer del canciller, tiene reflexiones sobre feminismo, racismo, clasismo, inclusive sobre homosexualidad.

SEMANA: ¿Qué tan feminista es su novela?

D.G.: Siempre he creído que el feminismo llevado al extremo es casi tan dañino y tan innecesario como el machismo.

"La abuela de Bárbara por eso dice que el sexo es un pecado que se comete solamente con el marido"

SEMANA: Su protagonista Bárbara es una mujer que cambia muchísimo en la novela gracias al descubrimiento de su propia sexualidad. Háblenos de ella.

D.G.: Bárbara Medina es la mujer del canciller. Y por eso el libro se llama así. Ella es una mujer de 53 años, de la alta sociedad de Bogotá. Es lo que muchos podrían llamar como una pobre niña rica. Una mujer de estrato 6, casada con un hombre poderoso, pero vive con una infinita soledad, tristeza y vacío. A ella la educaron para ser la esposa de un hombre importante, para ser elegante, para ser una gran anfitriona y una gran conversadora. SEMANA: ¿Y cuál es la historia de amor de Bárbara con el canciller? D.G.: A ella le aparece este hombre a los 19 años. Es un político de Barranquilla de una familia muy adinerada con un futuro maravilloso. Los padres de Bárbara siempre esperaron que ella se casara con un hombre muy poderoso y adinerado. Y los de Andrés, el canciller, buscaban también una mujer de la clase alta bogotana, porque estaba hecho para ser presidente. Para el momento en que comienza la novela, Bárbara lleva casada con él 35 años. Él le ha sido infiel casi desde el primer momento. Él viene de una cultura en la que se acostumbra la institución de la “querida”, y el canciller mantiene esa triste tradición.

SEMANA: ¿Y Bárbara por qué aguantaba eso?

D.G.: A Bárbara su mejor amiga le solía decir que ella era como un florero, un adorno. Era una mujer muy hermosa que había renunciado a seguir su carrera por su matrimonio. Ella lo aceptó. Y ahí es donde yo quiero hacer una reflexión sobre el machismo en las mujeres. Bárbara sabe que el marido es infiel de manera sistemática y ella se lo permite, hasta que una noche, después de una cena en el Palacio de Nariño, ella se pregunta justamente eso. ¿Por qué las infidelidades ya no le duelen? ¿Por qué el canciller sí tuvo derecho a una vida sexual satisfactoria, atrevida y llena de aventuras placenteras y ella no? Ella quedó condenada al papel de ser la mujer decente y correcta, condenada a un sexo aburrido. Eso es lo que da pie a la novela.

Dora Glottman asegura que su libro se basa mucho en un principio que identificó Freud, que en inglés se conoce como el Madonna-whore complex. | Foto: Semana

SEMANA: ¿Por qué en las mujeres hablar del placer sexual es tan atípico?

D.G.: Porque hay una idea de que las mujeres decentes no tienen por qué sentir placer. Pero lo que descubre Bárbara es que de la mano de su libertad sexual vienen otras libertades y eso transforma al personaje radicalmente a lo largo de la novela.

SEMANA: Una característica del éxito y el poder de los hombres es justamente este acceso que tienen a las mujeres y al sexo. ¿Su libro es una crítica a esos hombres?

D.G.: Mi libro se basa mucho en un principio que identificó Freud, que en inglés se conoce como el Madonna-whore complex. Lo que explica es que la mujer que se ama no es la mujer que se desea sexualmente, porque eso sería casi que irrespetarla. Y la mujer que se desea sexualmente no es la que se ama. Entonces, de eso somos víctimas las mujeres. Mi libro no es una crítica a los poderosos, sino a este síndrome de los hombres que asumen que el placer sexual desbordado con morbo, erotismo, creatividad y aventuras atrevidas corresponde solamente a las mujeres fuera de la casa.

SEMANA: ¿Cómo se explica que a estas alturas el sexo siga siendo tabú?

D.G.: No creo que el sexo sea tabú. Los hombres viven hablando de sexo. Lo que es tabú es la sexualidad femenina. Pero las mujeres podemos ser más sexuales que ellos. Un ejemplo biológico es que cuando hay una relación sexual usualmente el hombre tiene un orgasmo y después necesita un rato para recuperarse, mientras que las mujeres pueden tener tres y cuatro seguidos. Es tabú porque el poder sexual femenino asusta a los hombres desde que el mundo es mundo. La mayoría de religiones monoteístas, el catolicismo, el judaísmo, el islam, buscan mantener a las mujeres tapadas. La abuela de Bárbara por eso dice que el sexo es un pecado que se comete solamente con el marido.

Dora Glottman asegura que sufre mucho por lo que está pasando en Israel. Su papá y gran parte de su familia viven allí. | Foto: Semana

SEMANA: ¿Para construir La mujer del canciller qué tanta literatura erótica leyó?

D.G.: Me leí todos los clásicos de la literatura erótica, empezando por Emmanuelle, La vida sexual de Catherine Millet y los Diarios amorosos, de Anaïs Nin, que son algunos libros importantes. Luego leí cosas más modernas como Cincuenta sombras de Grey. Cuando estudié periodismo en Nueva York, de manera paralela cursé algo que se llama estudios de género. Vengo pensando en el tema de las mujeres desde hace mucho tiempo. Cuando era chiquita, pertenecía a la clase alta bogotana, pero después pasé 20 años por fuera de Colombia, donde ya no pertenecía a ninguna clase de nada y tuve que aprender a ganarme la vida sola. Al volver a Colombia me sorprendió lo atrasados que estábamos en entender la importancia de la sexualidad femenina.

SEMANA: ¿Usted aspira a que su libro sea el Cincuenta sombras de Grey colombiano?

D.G.: Cincuenta sombras de Grey tiene un componente fuerte de sadomasoquismo y eso no es el tema que a mí más me llama la atención. En los últimos capítulos de la novela se darán cuenta de cuál es el mundo que a mí sí me gusta y del que más me gusta hablar. Pero ese libro sí me sirvió como inspiración para darme cuenta de que la gente quiere consumir erotismo y está dispuesta a leerlo.

SEMANA: Ese libro sí provocó un despertar sexual en Estados Unidos. ¿Aspira a eso?

D.G.: Eso sí, indiscutiblemente. Ojalá los inspire a experimentar lo que vivió Bárbara. Porque en este descubrir de su sexualidad le fue mal, bien y luego supremamente bien. Y en este supremamente bien es donde me gustaría que estuvieran mis lectores. Es una sexualidad en la que la eyaculación y los genitales no son los protagonistas, sino todo lo que sucede alrededor. Ahí está la diferencia entre el erotismo y la pornografía. Esta última va directamente al acto sexual; en cambio, en el erotismo cuentan los olores, los sabores, las texturas, las miradas, las fantasías y la tentación.

SEMANA: No puedo dejarla ir sin preguntarle, como judía, ¿cómo vive lo que está pasando ahora en Israel?

D.G.: Sufro mucho por lo que está pasando en Israel. Mi papá y gran parte de mi familia viven allí. Mi papá, que es un hombre de 87 años, está pasando largas horas entre un refugio antibombas. Entonces, mi sentimiento hacia Israel, que es mi segunda patria, es de apoyo y de amor. Asimismo, me duele infinitamente la destrucción de Gaza. Anhelo el día en que tengamos dos Estados en paz, vecinos, que se colaboren el uno con el otro, y que los países árabes apoyen a los palestinos, pero no con armas ni estrategias de guerra, sino con fábricas, con empleo, con colegios, con hospitales. Mi dolor es de lado y lado.