Tal vez ningún pensador vivo en nuestro planeta sea tan necesario para entender el presente y afrontar con valentía y decisión el complejo futuro que nos espera como Edgar Morin. Esa frágil criatura, nacida en París un 8 de julio de 1921 (hace justo ahora un siglo) con el nombre de Edgar Nahum, hijo de judíos provenientes de Salónica con raíces sefardíes y que quedaría huérfano de madre a los 10 años, ha sido capaz de cruzar todo un siglo terrible. Lo ha hecho desde el impulso de la resiliencia, la resistencia, la aceptación de la complejidad y la incertidumbre, pero siempre desde el impulso de la esperanza.
Y nos sigue sorprendiendo, con casi cien años, desde su cuenta de Twitter, con lúcidos mensajes en los días previos a su centenario. El 3 de julio, por ejemplo, proclamaba:
“Me gusta ver las parejas mixtas: blanco-negro, blanco-amarillo, judeo-cristiano, judeo-árabe, franco-alemán, etc.”
Frente a mensajes involutivos de odio, de falsas purezas y segregaciones, de racismo o fundamentalismo religioso, de anacrónicos nacionalismos, Morin proclama la esencial mixtura de la vida, la complejidad que rige el universo, la riqueza de la diversidad, la solidaridad que debe llevarnos a construir un mundo mejor, una nueva civilización planetaria.
Un intenso siglo XX
Edgar Morin apoyó, con apenas quince años, la República Española en la terrible Guerra Civil; asumió con valor la resistencia y la oposición al nazismo, y criticó los horrores del estalinismo; vivió con intensidad el mayo francés del 68 y los ideales alternativos de los jóvenes hippies en la California de finales de los sesenta… Y hoy, cuando llega a contemplar los terribles efectos de la Pandemia del COVID 19, sabe que la realidad es compleja, que es incierta, que todo se relaciona con todo.
“Hay que aprender a enfrentar la incertidumbre, puesto que vivimos una época cambiante donde los valores son ambivalentes, donde todo está ligado. Por eso la educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres ligadas al conocimiento”.
Itinerario intelectual
Casi podríamos ofrecer el itinerario intelectual de Morin a partir de sus principales títulos. El hombre y la muerte, El cine o el hombre imaginario y Autocrítica son sus principales obras de los años cincuenta, donde ya vemos el embrión de su visión sistémica e interactiva, profundamente creativa y crítica (también consigo mismo), y siempre centrada en la realidad concreta de los seres humanos.
Introducción a una política del hombre, así como sus diarios de las grandes experiencias de los sesenta, en la Comuna de Plōdement y en California, nos muestran ya a un Morin maduro que, desde su incorporación al Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), impulsó grandes iniciativas como las revistas Arguments o Communications.
Iniciará los setenta con El paradigma perdido: la naturaleza del hombre, tema esencial y recurrente de su profundo y rico humanismo, pero acometerá a partir de 1977 y a lo largo de tres décadas su obra magna, El método, en cinco volúmenes: 1. La naturaleza de la naturaleza; 2. La vida de la vida; 3. El conocimiento del conocimiento; 4. Las ideas; 5. La humanidad de la humanidad.
La necesidad de esta obra quedaba así formulada por él mismo:
“Buscamos un conocimiento que traduzca la complejidad de lo que se llama lo real, que respete la existencia de los seres y el misterio de las cosas, e incorpore el principio de su propio conocimiento. Necesitamos un conocimiento cuya explicación no sea mutilación y cuya acción no sea manipulación. Plantear el problema de un “método” nuevo”.
Método novedoso
La novedad de su método, riguroso, inter y transdisciplinar, flexible y abierto, ha sido también subrayada en algunas de sus obras más conocidas: Ciencia con conciencia; Introducción al pensamiento complejo; Amor, poesía, sabiduría; Los siete saberes para una educación del futuro (encargada por la UNESCO y tal vez su obra más leída, que se puede descargar gratuitamente aquí).
Hasta llegar a su verdadero testamento: La Vía para el futuro de la humanidad. Para ir machadianamente por esa vía, haciendo camino al andar, es necesario:
- Reconocer las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión;
- Conocer los principios del conocimiento pertinente;
- Enseñar la condición humana en toda su complejidad;
- Enseñar la identidad planetaria;
- Capacidad de afrontar las incertidumbres;
- La enseñanza de la comprensión y de la capacidad de interpretación;
- Ética del género humano, tanto en sus dimensiones individuales como sociales y como parte de la especie humana y de la naturaleza.
“La situación sobre nuestra Tierra es paradójica. Las interdependencias se han multiplicado. La conciencia de ser solidarios con su vida y con su muerte liga desde ahora a los humanos. La comunicación triunfa; el planeta está atravesado por redes, faxes, teléfonos celulares, módems, Internet. Y sin embargo, la incomprensión sigue siendo general”, nos dice Morin.
Todo está interrelacionado
Por ello necesitamos “Ciencia con conciencia”. Comunicación con ética. Aceptar la necesidad de transformarnos, en una gran metamorfosis, para que surja una nueva realidad, una nueva civilización planetaria. No basta con la revolución económica; no basta con la revolución política; no basta con la revolución tecnológica; no basta con la revolución de la educación ni solo con la revolución personal…
Todas están inter-retro-relacionadas. Todo tiene que ver con todo. Y todo cambia. Esa raíz heraclitiana de su pensamiento le ofrece una potencia extraordinaria, que Morin refuerza con otras grandes influencias: Spinoza y Pascal, Hegel, Marx y Dostoievsky, Von Neumann y Gaston Bachelard, Bateson y Castoriadis, Von Foerster y René Thom…
Ciencias y Humanidades, que no pueden caminar por vías distintas, sino que deben interrelacionarse. Para construir un mundo mejor. Es el mensaje central de este sabio que nos invita –como hizo en su conversación con Stéphane Hessel– a transitar sin miedo por El camino de la esperanza.