Luego de pintar más de 3.000 murales de gran (y enorme) formato en 37 países del planeta, luego de sobrevivir de joven a las calles duras de la periferia paulista en la que nació, y después de forjar un estilo reconocible y global a lo largo de décadas, Eduardo Kobra (Kobra, para muchos), aceptó venir a Colombia. Lo motivó algo distinto al dinero, un factor que, confiesa, jamás fue su motor. Cuando empezó solo quería y necesitaba expresarse sobre lo que veía y vivía. Ni se imaginaba que podría sostener su vida con el arte, y mucho menos que podría salir del ambiente pesado en el que creció.
“He llegado mucho más lejos de lo que jamás imaginé”, nos cuenta en esta entrevista extensa sobre su recorrido, su arte, su visita al país y una fe en Dios que no teme acompañar de impulso a la ciencia y muchas causas importantes, como la protección del medioambiente y de los pueblos indígenas, la paz, la tolerancia, la unión, la coexistencia, la historia, la memoria y la educación. Esa última lo trajo a Colombia, donde la idea de pintar en una universidad, para homenajear personas que la hicieron posible y siguen marcando un legado humana, le resultó atractiva por una sencilla razón: se alineó con sus valores en el momento correcto.
La figura global de arte urbano dejó de pintar unos minutos para hablarnos desde algún lugar de São Paulo sobre su camino y sus motivaciones. Esto dijo.
SEMANA: Eduardo, en este punto de su camino, ¿qué sueños ha cumplido y qué sueños le hace falta cumplir?
EDUARDO KOBRA: Comencé a pintar en 1987, entonces son unos 37 años de hacer esto. Nací en un barrio de la periferia de la ciudad de São Paulo con muchas carencias. Y comencé a pintar intuitivamente. No tuve ningún tipo de apoyo, ningún tipo de incentivo, ni de mi familia, ni en las calles, ni en la escuela. Pero me gustaba pintar y decidí seguir así todo pareciera en mi contra. No lo hice por notoriedad o dinero; en esa época ni tenía idea que se podía ganar dinero con el arte. Tampoco imaginaba que podría salir del barrio en el que nací. Y bueno, hoy ya son 38 los países en los que he pintado. El arte me dio esa posibilidad. Así que todo este camino es la concreción de un sueño.
Me dediqué, me esforcé, me superé y dejé muchas cosas atrás. En la periferia, en la comunidad, hay mucho crimen y drogas, y son más los caminos que son atajos. Yo renuncié a todo eso y mantuve mi sueño de pintar. Y he llegado mucho más lejos de lo que jamás imaginé.
Sobre los sueños pendientes, sobre mis objetivos ahora, creo que el principal es el instituto en el que estoy trabajando. Impulso la construcción de un instituto para darles oportunidades, por medio del arte, a niños y niñas de la periferia, como yo, que no tuvieron oportunidades. Pienso que mi legado y mi historia continúan así, y a la vez sigo activo pintando. Justo pasé un mes viajando. Sigo dedicado, pero en el futuro creo que el instituto le dará continuidad a esta historia.
SEMANA: El arte lo ha llevado lejos. ¿Qué lo inspiró a arrancar?
E.K.: Me inicié en 1987 haciendo letras en las calles, como en estilo pichaçao. Formaba parte de un grupo local de break dance llamado Jabaquara Breakers. En esa vida cultural de las calles aprendí mucho sobre la discriminación, el racismo y la violencia. Y viendo todo esto, sabía que me quería expresar, hablar a través de los muros, quería dar un mensaje sobre esa opresión y esa falta de oportunidad en nuestras comunidades. Eso fue lo que me motivó.
Yo no tenía amigos artistas, ni conocía más artistas. En mi familia soy el primer artista entre generaciones. Y por eso, todos pensaron que yo era un vago, un vagabundo que no quería trabajar. Se imaginaban eso porque no sabía del propósito que tenía en mi corazón. Mi padre y mi madre me querían proteger, claro, porque el círculo de mis amistades era realmente peligroso, envuelta en crímenes y problemas. Pero yo quería seguir pintando y eso hice.
SEMANA: Ha pasado muchas dificultades en su vida joven y adulta, ¿qué tan importante es la fe en su vida y en su trabajo?
E.K.: El pilar principal de mi vida es la fe. Lo digo con total certeza. Tuve problemas muy serios de depresión, tomaba demasiados remedios para combatirla, y además sufrí muchos problemas de salud. Pasé todo tipo de dificultades, sufrí todo tipo de preconceptos, de discriminación. Y todo eso lo superé sin que nadie me diera una mano. Nadie me apoyó. Me vi solo, doliente, sin perspectivas. Y en medio de ese panorama, en el fondo del pozo, encontré la fe en Dios, en la palabra de Dios, en su evangelio. Y esto me permitió restaurar mi familia, lograr una estabilidad emocional. Fue muy importante.
Muchos piensan que el artista tiene que ser loco, tiene que drogarse, tiene que traicionar a su esposa, o portarse mal, de manera ruin, pero mi camino prueba que es posible ser artista y tener una familia saludable, trabajar correctamente, ser íntegro y honesto, tener fe en Dios.
Muchos piensan que el artista tiene que ser loco, tiene que drogarse, tiene que traicionar a su esposa, o portarse mal, de manera ruin, pero mi camino prueba que es posible ser artista y tener una familia saludable, trabajar correctamente, ser íntegro y honesto, tener fe en Dios. Esos valores los aprendí en la palabra de Dios. Creo que me dio el equilibrio. Creo que estoy vivo hoy solo por eso.
SEMANA: En los personajes que escoge parece creer tanto en Dios como en la ciencia...
E.K.: He creado algunos murales con ese tema, sin duda. Para mí, todo lo que vemos fue creado por Dios, y eso incluye la naturaleza, los animales... Y desde esa perspectiva, no veo divergencia entre ciencia y fe. Dios también creó la ciencia y la dio a los hombres. Es muy posible ser una persona enferma e ir a un hospital porque necesitas una medicina, y tener intacta la fe y saber que ella también ayuda a tu salud. La fe es el principal aliciente para lidiar con mucho de lo difícil que pasa día a día, incluyendo todo lo que la ciencia no puede explicar. Pero hay muchas cuestiones en las que ambas se suman, y se puede ver el resultado.
SEMANA: Eduardo Kobra pintó en Colombia, pero no fue en Bogotá o a Medellín. ¿Por qué ahora, por qué Montería?
E.K.: Te cuento. Yo vivo hoy en una ciudad pequeña, a una hora de São Paulo, que tiene unos 100.000 habitantes. Si bien nací y viví toda mi vida en São Paulo. Y trabajando aprendí que todo es importante. Todo viaje que hago y todo conocimiento que adquiero le agrega valor a mi trabajo. Por eso no hago excepciones: le doy la misma importancia a pintar en Nueva York, Londres o París que pintar en Benín, en Malawi, la India o en una favela de Brasil. Mi búsqueda es una de aprendizaje. Toda vida es importante y todo lugar es importante. Y me gusta aprender de las culturas, de las tradiciones y costumbres de cada lugar, de la religión. Ese fundamento me mantiene activo, apto para continuar mi camino y feliz.
En ese sentido, me habían invitado a Colombia algunas veces, pero no se había dado, por agenda. Y en Montería se dio esta posibilidad, muy enriquecedora, de hacer este primer mural. Me enganché con la historia de educación. Me interesó. Yo soy un autodidacta. Estudié hasta tercer grado. No hice universidad. Y la idea de llevar mi trabajo a una universidad de prestigio me parecía interesante. Para mí es un logro importante. De hecho, antes de viajar a la Universidad del Sinú, en Montería, venía de Boston, de estar en Harvard, donde me invitaron a dar una conferencia. Se dio una secuencia que me llevó de Harvard a la Universidad del Sinú. Y me llama la atención que el arte me haya abierto esas puertas.
SEMANA: ¿Qué descubrió en su investigación previa sobre Montería, su gente y los personajes que retrató?
E.K.: Si analizan mi obra, se darán cuenta de que no solo retrato personas famosas. En mi trabajo también tengo imágenes de inmigrantes, de refugiados, de anónimos que hicieron algo importante para la sociedad, para la comunidad. Son vidas, personas que merecen ser celebradas. Y mi trabajo tiene ese lado, de trazar y hacer memoria. Porque es importante que los más jóvenes conozcan a estas personas que lucharon por la educación de la comunidad, por la sociedad.
No solo retrato personas famosas. En mi trabajo también tengo imágenes de inmigrantes, de refugiados, de anónimos que hicieron algo importante para la sociedad, para la comunidad. Son vidas, personas que merecen ser celebradas.
Me motivó ese lado. La vida del doctor Elías y de su esposa, Saray, personas muy relevantes para la educación, incluso para la paz, dando oportunidades y sembrando frutos que se puede ver a perpetuidad. Ellos hicieron grandes obras hace 50 años, y hoy la gente de Montería, Colombia, América Latina y el mundo recoge esos frutos. A través del sueño del doctor Elías muchas vidas siguen siendo transformadas. Eso me inspiró, esa familia dedicada en pro de la educación. El doctor Bechara también había fundado la primera universidad pública de la región. Esas vidas volcadas a la educación me interesan. La educación permite elevarte, llegar a nuevas alturas. No tuve esa oportunidad, ese acceso a la cultura, a la gente, y es imprescindible. Y otra cosa fue la vitalidad de la universidad, que tiene entre 7.000 y 10.000 alumnos. Ahí se percibe la importancia del legado que dejaron ellos dos para el país.
Ahora, como artista, espero poder regresar a Colombia y hacer más trabajos. Porque en mi trayectoria aconteció algo interesante: pinté muchos murales en Brasil y en el resto del mundo, pero ninguno en América Latina. Mis murales están en Brasil y Colombia, y de resto en Emiratos Árabes, la India, África, Europa, Japón y Estados Unidos, donde tengo 50 murales. Esta fue mi primera oportunidad de trabajar en Latinoamérica.
SEMANA: ¿Cuánto tiempo le tomo diseñarlo?
E.K.: Tuve tres asistentes conmigo. Para estos muros gigantescos, cuento mínimo con una o dos personas. Hay toda una logística. Cuando recibí la foto de la pared, comencé a crear. Hice por lo menos 20 diseños distintos, no fue uno solo. Fui elaborando, refinando para llegar al resultado, para celebrar esos 50 años de la Universidad del Sinú. Y este proceso tomó por lo menos un año.
SEMANA: ¿Cómo hace para que dure?
E.K.: Ellos prepararon la pared para nosotros. Y esa parte es clave para la durabilidad. La pared es buena, es nueva y además le aplicamos una capa de barniz de protección, y eso permitirá que dure mucho más tiempo. Todos los protocolos se siguieron, porque además en Montería hace mucho calor. Es de los lugares más calientes donde he estado en mi vida. El barniz era clave.
SEMANA: Cuéntenos sobre la dinámica de los encargos comerciales. Usted no va a pintar vallas, va a hacer su arte... ¿Cómo separa obra de publicidad?
E.K.: Recibo decenas de invitaciones de todo tipo, de todo tipo de marcas y productos para estampar con mi arte, y del mundo entero para pintar personalidades. Me niego a la mayoría. Estos días les doy prioridad a las personas que conocen de mi historia, de mi propósito. Porque mi trabajo habla sobre paz, sobre tolerancia, unión de los pueblos, coexistencia, historia, memoria, protección de los pueblos indígenas. Y hay una consistencia en mi historia. Por eso, si recibo una invitación pertinente con mis valores y posibilidades, no veo problema en participar.
También sucede en el arte, en este arte, como sucede con una obra de teatro: sin patrocinio, no sucede. La estructura, la logística y todo lo que requiere, suman un esfuerzo costoso. Por eso es importante el tema de los incentivos para los artistas. Yo estoy seguro de que Bogotá tiene millares de artistas excepcionales, así como Montería y otras ciudades del país. Pero es clave que los gobernantes y las personas del común entiendan que apoyarlos es esencial. No solo mejora el aspecto visual de las ciudades, las llena de un arte accesible a todos sus habitantes; es una forma de arte democrática y libre. Mientras más arte haya en la ciudad, mejor para ella.
SEMANA: Antes le prohibían pintar, ahora su arte redefine el paisaje de São Paulo. ¿Cómo se siente eso?
E.K.: Es muy interesante porque, por pintar, la Policía en São Paulo me arrestó tres veces. “¡Vaya a trabajar!”, me decían. En 1990, recuerdo pintar y gente pasaba en su carro a insultarme. No entendían, ni sabían. Yo seguí, trabajé con resiliencia y dedicación, para ser uno de los precursores que cambió esa percepción de la gente, para que se entendiera que no hay diferencia entre el arte que está en la galería y el arte que está en las calles.
El arte es algo que nace de adentro y sale. Por eso un niño que nació en una favela puede ser un artista sin haber cursado escuela. El arte abre esas posibilidades. Cuanto más arte en la ciudad, mejor, alivia el estrés, el tránsito, la violencia, la polución... Y es un privilegio para mí poder, hoy, tener tantos espacios ocupados en São Paulo. Hoy, de hecho, estoy pintando uno más.
SEMANA: Háblenos de su estilo característico que suma geometría, mucho color, algo de pop art. ¿Cómo llegó a él?
E.K.: Cuando comencé no tenía un estilo, un lenguaje, una estética; no tenía confianza para diseñar. Mis diseños eran mucho más limitados. En esta etapa copié a muchos otros artistas: ilustradores, dibujos animados, grafiteros de Nueva York... porque todo eso me inspiraba. Pero con el paso de los años fui buscando mis valores y mi identidad, porque los grafitis de Nueva York son geniales, pero yo no soy de allá. Y quería trazar desde mi historia, hacer algo que tuviera sentido para mí.
En ese punto comencé a trazar estos murales, contextualizando, hablando de historia, porque soy un coleccionista de libros antiguos. Y comencé a pintar imágenes antiguas de las ciudades. Si buscas en Google Kobra - Muros das Memórias, lo verás. Pintaba escenas de los años veinte, treinta, imágenes en blanco y negro o en sepia.
Y luego comencé a hablar sobre lo que te mencioné antes: violencia, racismo y esas cuestiones que vi y que viví en la periferia. Y, en un momento determinado, decidí reimaginar estas imágenes antiguas desde la idea de ver con color esas calles, autos, predios, vestimentas y personalidades de antaño. En esa búsqueda de color en las imágenes antiguas fui llegando a mi estilo característico.
Eso es a nivel estético. Pero, para mí, en este punto, ni la estética ni la pintura son lo más importante: es el mensaje, el significado, el por qué se hizo la obra, su sentido. Y busco desatar también una especie de pesquisa, una investigación entre los más jóvenes para que averigüen de qué se trata y se inspiren.
SEMANA: Entre sus más de 3.000 murales hechos, ¿alguno favorito?
E.K.: No lo hay, porque cada uno marca un momento de mi vida, de mi historia, de mi trayectoria. Lo que sí puedo decir es que en cada trabajo que he hecho me he dedicado de la misma manera (dentro de mi conocimiento limitado en cada momento). Procuro investigar, consultar a personas con un mayor conocimiento del que tengo, para poder entregar el mejor resultado. En eso soy muy organizado y dedicado.
SEMANA: Sí debe haber unos de gran significado, que le agita recuerdos...
E.K.: Acepto que he tenido algunas conquistas. Por ejemplo, pintar la fachada de las Naciones Unidas en Nueva York fue muy interesante. Me invitaron, y eso implicó un proceso burocrático intenso: 193 países tenían que aprobar, y sucedió.
SEMANA: ¿Cómo es vivir en medio de tanta efervescencia?
E.K.: La verdad, no hay diferencia entre mi vida personal y mi trabajo. Todo lo que hago está conectado al arte. Yo no practico ningún deporte, no hago nada más, excepto pintar, estar con mi familia, visitar museos, galerías y bibliotecas. Y mientras me siga divirtiendo haciendo mi trabajo, seguiré haciéndolo.
Ya he pasado por situaciones complicadísimas, con todo tipo de desafíos en las calles. En el fondo, creo que no saber qué va a pasar el día de mañana ha impulsado mi hiperactividad. Recibí hace poco una invitación de China, y quizá vaya, y es hora de organizarme para ir. Así es mi vida. He alcanzado a estar ocho meses fuera de casa. Hace poco fue un mes por fuera, y pronto viene otra salida de 40 días. Por eso me tiene que hacer muy feliz lo que hago. Y tengo claro que el motor menos importante en esto es el dinero. Lo más importante es el resultado, la oportunidad de conocer de otros lugares y de dejar en esos lugares una marca personal.
Ahora me preparo para ir a Italia a hacer un mural en Turín, otro en Vicenza y luego voy a Estados Unidos a pintar un mural gigantesco de poco más de 1.000 metros cuadrados.
SEMANA: Cuándo se recibe un premio Guinness “a mural de gran dimensión en equipo”, ¿cómo se toma?
E.K.: Para mí es más fácil pintar un muro gigante que un lienzo pequeño. Ya me acostumbré a pintar grandes formatos. Esa fue la ruta, la calle. Sobre el premio Guinness, no lo busqué. Sucedió naturalmente. Surgió una pared gigantesca en Río de Janeiro, y la gente comentó que era la más grande del mundo. Y llamaron a los Guinness, y cuando fueron a verificar, lo era. Lo interesante fue que dos años después me invitaron a pintar otro mural, del doble del tamaño, y volvió a suceder.
Y varias cosas inusitadas han tenido lugar y siguen sucediendo. Hay un libro sobre mi historia, hay un film sobre mi historia (Kobra Autorretrato), que cuenta de mi trayectoria y de los países por donde pasé. Y todo sucede gracias a Dios, que abrió muchas puertas en mi vida, y a las oportunidades que el arte ha hecho posibles. Hoy trabajo también con una galería de arte. Y de todos los murales que hago tengo un diseño original que va para las galerías, que tienen presencia en 16 países…
SEMANA: De lo que ha visto, ¿algún artista en el que nos debamos fijar?
E.K.: No quiero ser cliché, pero admiro bastante a Banksy. Me parece que su trabajo es bastante relevante, interesante (y recomiendo ver Exit Through the Gift Shop, su documental). Ahora, en la historia, mencionaría a Basquiat, otro artista que me gusta bastante; mencionaría a los muralistas mexicanos Siqueiros y Orozco; y artistas brasileros como Os Gemeos, con un trabajo muy bacano. Las pinturas en 3D en el piso de Kurt Wenner son increíbles. ¡Hay mucho por ver!