Rubem Fonseca Alfaguara, 1998 532 páginas $ 38.000 En la literatura policíaca clásica el detective es también un restaurador del orden, un agente de la ley que busca acabar el caos del mundo introducido por el criminal. Hay confianza en la ley y en la inteligencia del investigador que resolverá el enigma sin una gota de sangre. El orden de la mente racionalizadora va acompañado de un orden impecable en el relato. A partir de la escuela norteamericana (Chandler y compañía) el detective sale del 'misterio del cuarto amarillo', del crimen de salón, a las calles peligrosas y ya la sola inteligencia no le bastará: tendrá que disparar, aprender a dar golpes. Aunque todavía prevalece esa convicción anglosajona en la ley (the law) se presiente que la resolución del crimen individual no es suficiente, no aclara del todo las cosas: hay siempre algo turbio detrás, poderes oscuros que manipulan y que no permitirán pasar de cierto umbral. Tal vez la sabiduría de Fonseca consista en haber aprendido la lección del maestro (Chandler es mejor que Dostoievski pero nadie se atreve a decirlo, dirá uno de sus personajes) para leer la realidad latinoamericana a partir de la crisis de la legitimidad. En su novela Agosto el inspector Matos, al ir resolviendo el crimen que pone en movimiento la trama, descubrirá que todo el tejido social es corrupto, nadie cree en la ley aunque todos la invoquen como fachada en la lucha por el poder que es en definitiva lo que explica la conducta humana en el universo de Fonseca. La búsqueda del poder y del placer. Pero llegará el día en que el inspector Matos se canse de ser el incorruptible, el único estandarte de la ley en una sociedad que se derrumba. En uno de sus mejores relatos, incluido en esta antología, El cobrador, Fonseca es implacable contra otro de los falsos mitos latinoamericanos: la democracia. Hay democracia, hay igualdad. Está bien, entonces el cobrador saldrá a exigirla, aquí, ahora, como sea y ¡ay! del que se interponga en su camino. El cobrador vio la igualdad en la televisión y se la ha creído: él también quiere mujeres bonitas, comida, güisqui, balones de fútbol, una dentadura completa. El cobrador ya no tiene talanqueras morales o ideológicas. Por donde pasa el cobrador se derrite el asfalto: "El escritor debe ser esencialmente un subversivo y su lenguaje no puede ser ni el lenguaje mistificatorio del político (y del educador)... El escritor tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres". Como un buen lector moderno del género policíaco, Fonseca sabe que es necesario trascenderlo. No se puede hacer literatura policíaca al pie de la letra, o mejor, se trata siempre de hacer buena literatura, de ir más allá de un modelo y proponer nuevos sentidos del mundo. A pesar de su anclaje 'en lo real', 'en lo social', las cosas que verdaderamente importan son siempre otras, más profundas y complejas de lo que pueda aparentar una lectura superficial. Paul Morel, el personaje de El caso Morel, está relatando su crimen, los hechos tal como sucedieron. Pero resulta que los hechos como tal no existen porque son también las palabras que los nombran. Al contar se tergiversa, se crea otra realidad. Como en toda gran literatura, en la de Fonseca la realidad siempre está en duda permanente. Así lo advierte en el prólogo Romeo Tello: "Las obras de Rubem Fonseca plantean siempre la idea de que el discurso literario es una indagación cuya finalidad no es resolver ningún tipo de problemas sociales". Se trata de la corrupción social pero también de la posibilidad que tiene todo hombre de ser asesino; hay compasión por los pobres pero también hay humor negro contra ellos; en medio de lo sórdido surge, indestructible, el placer; son historias políticas pero en realidad lo son de amor; se habla del arte de matar con el cuchillo, el percor, y, entre líneas, se lee un tratado de pintura. Muchos de los relatos incluidos en esta edición habían aparecido en otras que ya estan agotadas. Otros se publican por primera vez en castellano. El libro llega con un año de retraso (ya se sabe, a los colombianos todo les llega tarde), pero no importa, aquí está. Aquí, ahora. Como el cobrador. n Novedades Luis de Góngora y Argote Romances, letrillas y sonetos Norma, colección Milenio, 1999 116 p. $3.000 San Juan de la Cruz Obra poetica Norma, colección Milenio, 1999 70 p. $3.000 Aparecen dos nuevos libros de esta colección económica en formato de bolsillo que ya va por los 56 títulos, en los que los lectores han tenido la oportunidad de disfrutar pequeñas joyas olvidadas de los escritores clásicos, o libros entrañables de escritores conocidos. Para quienes se intimidan con las ediciones empastadas de los clásicos esta es la mejor manera de encontrarlos sin reverencias ni solemnidades. El primer libro es una antología de Luis de Góngora y el segundo la obra poética completa de San Juan de la Cruz, ambos prologados por Juan Felipe Robledo, profesor de la cátedra de literatura española del Siglo de Oro en la Universidad Javeriana. Góngora escribió una extensa obra dirigida al gran público, además de su poesía culta que le ha dado fama de ser un poeta impenetrable y hermético. En dicha antología se encuentran poemas sencillos, alegres y burlescos que invitan al goce de los sentidos: Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno; y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente, y ríase la gente." No sería mala idea acompañar la lectura de estos poemas con las versiones inolvidables de Paco Ibáñez, quien acercó, como lo hace esta antología, la poesía de Góngora a la generación de los 60. Volver a Góngora es volver a la más viva tradición de la poesía castellana. La edición de la obra en verso de San Juan tiene el mérito de ofrecer sus poemas sin interpretación doctrinal, lo que permite que el hecho estético ocurra sin intermediarios, como quería Borges. La poesía amorosa de San Juan canta la transformación del amante en el amado, la abolición del tiempo y el espacio que hace percibir la unidad del mundo: ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que el alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada!"