En 1937 fue fundado un café que hoy aún conserva la música, las sillas, los cuadros y su esencia: su valor inmaterial. Aunque el paso de los años se ha hecho notar con grietas, vigas fracturadas y le ha costado un pedazo de techo desplomado, su ambiente sigue intacto. La historia del café San Moritz es larga y honda. Sus paredes guardan historias de poetas, artistas, políticos e intelectuales. El café sobrevivió al Bogotazo, pese a que muchos inmuebles aledaños fueron incinerados y destruidos. Se cree que lo salvó la tendencia liberal que lo ha caracterizado. Entre las muchas historias que guarda, se dice que en él se planeó la toma del Palacio de Justicia en 1985. Hasta donde se ha podido rastrear, el café fue fundado en 1937 por los hermanos Guillermo y Arturo Wills Olaya, bisnietos del ciudadano inglés William Wills, quien trajo el apellido al país en 1825. La casona donde se encuentra el café –en la calle 16 entre 7a. y 8a., en el llamado ‘Callejón de los libreros’–, pertenecía a Helena Gutierrez de Wills. El negocio en este momento está en manos de Hilda Vásquez, una mujer delgada, de baja estatura, que hace parte de la tercera generación de su familia administrando el negocio. Desde hace casi dos años Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) adelanta Bogotá en un Café, un programa que “surge de la preocupación por la desaparición varios Cafés tradicionales a raíz de los cambios que la modernidad trajo sobre el Centro Tradicional de la capital”, como explica María Eugenia Martinez, directora del IDPC. “Mientras que en París, por ejemplo, hay cafés de 300 años, hoy en Bogotá solo existen cinco cafés fundados en la primera mitad del siglo XX”, dice Alfredo Barón, historiador y miembro del programa Bogotá en un Café. La mayoría de estos cafés tradicionales fueron vulnerables a los cambios socioeconómicos de la ciudad y desaparecieron. Además del San Moritz, hoy solo han resistido al paso de los años el Salón La Fontana (de 1955), El Café Pasaje (de 1936), la Pastelería La Florida (de 1936), la Pastelería Belalcázar (de 1942) y el Restaurante Café La Romana (de 1964). Cuando falleció Guillermo Wills Olaya y su viuda, la señora Helena Wills, donó la casa a la fundación Niños de los Andes y, desde entonces, una firma de finca raíz administraba el local. Ahora esta fundación acaba de vender la casa a un comprador que se desconoce y el futuro del café es un enigma. El temor a que esta pieza de la historia capitalina desaparezca no es en vano. “El San Moritz es el retrato más fiel de una ciudad perdida. Por eso directores de cine y de series de televisión lo han utilizado como locación para recrear en especial la ciudad de los años cuarenta”, dice Alfredo Barón en un texto titulado El Café San Moritz, un antiguo café que se niega a ser 'ex-tinto'. Cóndores no entierran todos los días, Roa, La historia del baúl rosado y la serie de televisión El Bogotazo se han servido de sus instalaciones para revivir la Bogotá de antaño. Por regulaciones distritales, el café ha perdido los billares y a los fumadores, pero los personajes que lo frecuentan podrían ser, sin ánimo de ofender, piezas de museo: variopintos, peculiares, originales, escasos. Pero también lo frecuentan estudiantes de las varias universidades que hay en el centro. La música de Carlos Gardel y Daniel Santos, las sillas de cuero rojo, la luz tenue, el olor a café y cerveza siguen presentes en el día a día. No se ven muchas mujeres, pero una está detrás de todo: Hilda Vásquez Delgado, quien cuenta la historia de este lugar con vehemencia, esta es su casa y ha sido su sustento y el de su familia. Cuando piensa en la posibilidad de acabar con el negocio y buscar nuevos rumbos tiembla y se le quiebra la voz. Aún no se sabe qué pasará con el café, pero las paredes del Moritz merecen cuidarse y conservarse con esmero, como los secretos.